El acoso a mujeres políticas se ha convertido en uno de los grandes espejos de nuestra época. Muestra, sin filtros, que el poder femenino sigue generando una reacción violenta y profundamente arraigada en las estructuras sociales. Ni los cargos más altos ni la notoriedad pública protegen frente al machismo. Desde México hasta Roma, pasando por Londres o Washington, el patrón se repite: la visibilidad de las mujeres se convierte en un blanco. Y ahora, con la irrupción de la inteligencia artificial, el acoso adopta nuevas formas que amenazan su dignidad y su libertad.
Claudia Sheinbaum: la violencia no respeta el cargo
El caso más reciente es el de Claudia Sheinbaum, presidenta de México. Esta misma semana, un hombre se abalanzó sobre ella en pleno Centro Histórico de la capital. La tocó sin su consentimiento e intentó besarla por la espalda. La escena, grabada por decenas de teléfonos móviles, corrió como la pólvora en redes sociales. La respuesta fue inmediata. “Si tocan a la presidenta, nos tocan a todas”, clamaron los colectivos feministas.
El acoso a mujeres políticas no es nuevo en México. Pero este episodio marcó un punto de inflexión. Si la jefa de Estado del país puede ser agredida en público, ¿qué queda para el resto? Las organizaciones de mujeres advirtieron que el gesto no era un simple incidente callejero. Era una demostración simbólica de que ni siquiera el poder institucional disuelve la vulnerabilidad femenina.
Terrible el acoso del que fue víctima la presidenta Claudia Sheinbaum (@Claudiashein).
Hasta ahora, la Oficina de la Presidencia no ha informado si se procederá contra el agresor.
Ojalá que sí, y que la mandataria envíe un mensaje claro: ningún hombre tiene derecho a besar o… pic.twitter.com/dk9QFYmcMC— Alejandra Escobar (@AleEsat) November 4, 2025
Sheinbaum, científica de formación y la primera mujer en ocupar la presidencia mexicana, ha mantenido un discurso firme contra la violencia machista. Sin embargo, este episodio refleja que ni su seguridad ni su posición bastan para desactivar un machismo cotidiano que opera incluso frente a las cámaras. El agresor fue detenido, pero la herida social permanece. La agresión a una presidenta revela que el respeto hacia las mujeres en espacios de poder sigue siendo una conquista incompleta.
Giorgia Meloni: la humillación digital
En Europa, la primera ministra italiana Giorgia Meloni se enfrentó a otra cara del mismo problema. En su caso, la violencia no fue física, sino digital. Meloni descubrió que su rostro había sido superpuesto, mediante inteligencia artificial, en vídeos pornográficos falsos difundidos por internet. Lo que empezó como un rumor acabó confirmado por las autoridades italianas: los vídeos eran deepfakes, y dos personas —un padre y su hijo— fueron investigadas por su creación y difusión.
Meloni decidió actuar judicialmente. No solo por sí misma, sino para visibilizar la magnitud del acoso a mujeres políticas en el entorno digital. Reclamó una compensación simbólica de 100.000 euros, que anunció destinaría a un fondo para víctimas de violencia de género.

Italia, tras este caso, abrió el debate sobre la necesidad de legislar los contenidos generados con IA. El Gobierno estudia penas de hasta cinco años de prisión por la difusión de deepfakes sexuales. Pero el daño ya estaba hecho. El rostro de una primera ministra convertido en objeto pornográfico no solo constituye una violación personal, sino un ataque a la representación de las mujeres en el poder. La humillación se convierte en herramienta política.
Alexandria Ocasio-Cortez y la guerra de la imagen
Al otro lado del Atlántico, la congresista estadounidense Alexandria Ocasio-Cortez también fue víctima de un vídeo pornográfico falso generado por IA. El deepfake mostraba su rostro en el cuerpo de otra mujer, y su difusión se multiplicó en redes antes de que pudiera reaccionar. La política neoyorquina lo denunció como un intento de silenciar y ridiculizar a las mujeres progresistas mediante la explotación sexual de su imagen.

El acoso a mujeres políticas en Estados Unidos tiene, además, una dimensión sistemática. Según la organización American Sunlight Project, casi una de cada seis congresistas ha sido blanco de material sexual manipulado o de campañas de desinformación visual con componente machista. El objetivo, advierten, no es solo atacar reputaciones: es desalentar la participación femenina en la vida pública.
Reino Unido: la exposición sin consentimiento
En el Reino Unido, el fenómeno ha alcanzado a varias parlamentarias. Angela Rayner, del Partido Laborista, y políticas conservadoras como Penny Mordaunt o Priti Patel han visto sus rostros utilizados en vídeos y fotos pornográficas falsas. Según The Guardian, cientos de imágenes generadas con IA circularon por foros anónimos y plataformas de contenido adulto. Ninguna de las mujeres había posado para esas fotos.
El caso desató una tormenta política. Varios diputados exigieron endurecer la legislación sobre contenidos manipulados. Y la BBC reveló que Reino Unido era ya uno de los países europeos con mayor número de deepfakes pornográficos creados con IA. Las víctimas, en su inmensa mayoría, eran mujeres. Y entre ellas, cada vez más, mujeres del ámbito político.
La dimensión simbólica del acoso
El acoso a mujeres políticas no busca únicamente intimidar. Tiene un componente simbólico profundo: pretende devolverlas al espacio de lo privado, recordándoles —con violencia o con humillación— que su poder sigue siendo “una excepción”. La sexualización forzada, las amenazas y los montajes funcionan como herramientas de control social.

Los expertos en género y comunicación advierten de que este fenómeno erosiona la democracia. Cuando una líder política es atacada por su cuerpo, su voz o su presencia, el mensaje para el resto de las mujeres es claro: “No te atrevas”. Por eso, estos casos trascienden el ámbito personal y se convierten en un problema colectivo.
Desde luego, la expansión de la inteligencia artificial ha multiplicado el alcance del acoso a mujeres políticas. Crear un vídeo falso ya no requiere conocimientos técnicos avanzados. Cualquier usuario con acceso a una aplicación puede producir imágenes manipuladas en cuestión de minutos. El daño, sin embargo, puede ser devastador y prácticamente irreversible.


