En el estadio State Farm de Arizona se sentía el silencio de los miles de feligreses convertidos a la causa de Charlie Kirk que se reunieron para celebrar su funeral. Kirk, figura polarizadora y arquitecto de una generación política, congregó a los pesos pesados del Gobierno de Donald Trump para algo más que un último homenaje: fue una ceremonia de fundación, una liturgia de pertenencia en la que los parlamentos públicos se convierten en testamento político. Tanto nombraron Tulsi Gobbard, Marco Rubio, Robert Kennedy, Donald Trump Jr, e incluso el vicepresidente JD Vance a Jesucristo comparándolo con Kirk que uno esperaba verle aparecer de un momento a otro. El presidente Donald Trump fue uno de los pocos oradores en hacer una referencia directa al presunto asesino de Charlie Kirk, a quien calificó como un “monstruo radicalizado y sanguinario” en los primeros momentos de su discurso.
Hablaba pocos minutos después de que Erika Kirk declarara desde el podio que perdonaba al presunto atacante. Trump dijo que Kirk fue asesinado “por hablar la verdad que llevaba en su corazón. Fue asesinado violentamente porque habló en favor de la libertad y la justicia, de Dios, de la patria, de la razón y del sentido común”.
La viuda, Erika Kirk, ahora nombrada directora de la organización que él fundó, Turning Point, pronunció una alocución medida y templada; llamando a leer la biblia de una forma que continuaba con la retórica de los oradores precedentes a ella. No fue casual que una y otra vez se trazara el paralelismo entre Charlie Kirk como mártir, como figura redentora. En la voz de los oradores, su vida fue comparada con la de Jesucristo, y sus últimas palabras —“Jesús venció a la muerte para que puedas vivir”— se repitieron como germen de una teología política que pretende transformar el dolor del país en movilización.
Erika Kirk dijo que, al día siguiente de que su esposo, Charlie Kirk, recibiera un disparo, ella se encontraba a bordo del Air Force Two y, mientras sostenía la mano de Usha Vance, le confesó a la segunda dama. “Honestamente, no sé cómo voy a superar esto.” Kirk contó que Vance le respondió que el momento era como los últimos 15 minutos de un vuelo en avión con tus hijos. “Las cosas están desordenadas. Los niños no cooperan. Los juguetes vuelan por todas partes y todos gritan. Y piensas para ti misma: No puedo esperar a que este vuelo aterrice. Y faltan 15 minutos para aterrizar. Y ella me dijo: ‘Vas a superar estos 15 minutos y los próximos 15 después de esos.’ Usha, no creo que lo comprendieras en ese momento, pero esas palabras fueron exactamente lo que necesitaba escuchar”, dijo Kirk.
¿Por qué la comparación con Cristo?
La respuesta no reside sólo en el lenguaje religioso del propio Kirk, sino en el ritual político que hace a los líderes inmortales. “Ya lo dijo Trump: Kirk es ahora inmortal”. Cuando se evoca así su figura en el escenario público y se eleva a la categoría de símbolo es muy difícil contrarrestar su influencia. Jesucristo es, para millones, el arquetipo del hombre inocente que transforma el agravio en esperanza. Todo el movimiento MAGA invoca esa imagen sobre Kirk, su ángel caído, y sus seguidores buscan elevar la causa por encima del estado para convertirla en mandato moral. La retórica del martirio no sólo legitima su causa, sino que la inmortaliza. “Fue él quien nos enseñó a ver la historia como una batalla entre la civilización y la degradación”, dijo JD Vance; “no pensemos en un ‘kumbaya moment’”, añadió, usando la expresión para advertir contra la complacencia. Esa frase —‘kumbaya moment’—, que remite a una armonía superficial, apareció como contrapunto moral. El resto de los discursos insistieron en que la fe no puede degenerar en escapismo, sino que debe traducirse en acción. El secretario de Salud y Servicios Humanos, Robert F. Kennedy Jr., recordó la “devoción de Charlie Kirk a su Dios” durante sus palabras en el servicio memorial de Kirk, trazó un paralelo entre la vida del activista político asesinado y la de Jesucristo.
“Cristo murió a los 33 años, pero cambió el rumbo de la historia”, dijo el secretario, cuyo padre fue asesinado en otro atentado político hace más de 50 años. “Charlie murió a los 31 años porque se había entregado. Él también ha cambiado ahora el rumbo de la historia.
Donald Trump y Elon Musk
En este memorial hubo, además, una escena que los cronistas recordarán por su teatralidad. Fue la reunificación pública de dos figuras del poder —Donald Trump y Elon Musk—, vistos juntos por primera vez desde la salida de éste último del gobierno. Ambos conversaron en el palco con muchos gestos, a ratos cómplices, a ratos extraños. Esa imagen funcionó como metáfora de la política contemporánea. Ellos han vuelto a reunirse por Charlie Kirk, amigo de los dos, dejando a un lado los agravios personales. En la narrativa del acto, se recordó también que Charlie había sido también mediador entre “Kennedy” y el campamento de Trump, quien supo encontrar una puerta hacia el Kennedy más mediático que quedaba en la casa demócrata. “Jesús venció a la muerte para que puedas vivir”, dijo Marco Rubio y acto seguido Donald Trump Jr. advirtió contra la consagración del odio como política: “El mal existe, hay que combatirlo, pero no caeremos en la celebración del enemigo”.
El memorial, fue un acto político. Desde la tribuna, dirigentes del aparato republicano hablaron de caminar hacia el futuro con la figura de Charlie Kirk como estandarte. El lenguaje del sacrificio tuvo consecuencias con discursos que se transformaron en llamadas a organizarse, en instrucciones para sostener la maquinaria de Turning Point que el homenajeado había construido.
Las referencias a la figura de Cristo sirvieron, además, para fijar un código moral que trasciende la biografía individual. Llamar mártir a un líder es proponer al colectivo un ejemplo ético del sufrimiento del individuo, transformando su palabra en enseñanza y obligando a los demás a continuar. Charlie Kirk fue una de las voces más lúcidas del aparato conservador y los presentadores en el actor hicieron notar que la grandeza de alguien no anula sus errores; que la fe no es sinónimo de infalibilidad. Fue un gesto de realismo moral, que devolvió la discusión a la complejidad humana. El vicepresidente JD Vance señaló a quienes han celebrado la muerte de Kirk o han criticado al activista conservador tras su asesinato. “Tras su muerte, hemos visto algunos de los peores aspectos de la humanidad. Hemos visto cómo lo difamaron. Hemos visto cómo justificaban su asesinato y celebraban su muerte”, dijo Vance. “Sé que esto los llena de ira, al igual que a mí, pero en momentos como estos es fácil ver solo lo peor de nuestros semejantes”, continuó. Vance dijo que la Primera Enmienda no protege a quienes celebran la muerte de Kirk de enfrentar consecuencias y señaló que la Casa Blanca iría tras organizaciones de tendencia progresista a las que acusa de incitar a la violencia. Kirk había sido miembro de la Iglesia Dream City en Phoenix, Arizona, y el domingo, Vance habló sobre él y su viuda mientras hacía una pausa para recordar su vida durante el servicio del domingo. “Erika no te vamos a abandonar, te apoyaremos igual que lo hubiera hecho él”.
Las palabras de los ponentes parecían las palabras de predicadores de culto en un escenario global. Si hay algo cierto en el eco de esas últimas palabras de Trump es que la política cumple, también, una función sacramental al transformar el dolor individual en narrativa común. Y en esa narración, como en todo relato, la línea entre lo discurso civil y litúrgico es difusa. El memorial demostró que la invención de un mártir puede ser el empuje decisivo para un movimiento, pero también dejó claro que, para que esa fuerza sea benigna, debe someterse a la brújula de la responsabilidad pública. Como dijo Trump para terminar “Yo odio a mis oponentes, pero dejo que Dios me use para su propósito”.