Más de dos años después de que Hamás secuestrara a decenas de israelíes y los ocultara en Gaza, el lunes los veinte que quedaban con vida han regresado finalmente a casa. Su regreso, tras las lágrimas, los abrazos, las canciones y el alivio nacional, abre un nuevo capítulo para la psicología del rehén liberado. Para Einat Kaufman, psicóloga clínica y experta en traumas con sede en Israel, el verdadero trabajo comienza ahora.
“No es cómo curarlos”, responde por videollamada a Artículo14. “Porque no se puede curar este trauma”. Hace una pausa, buscando las palabras para describir lo que significa sobrevivir después de dos años bajo tierra. “Podemos enseñarles a vivir”, continúa sin entrar en los detalles más macabros de lo que supone un secuestro por parte de un grupo terrorista. “Imagina que te haces daño y te queda una cicatriz. Al principio, estás ocupado con vendajes, con cremas, pero luego tienes que respirar un poco. Cada vez que miras tu cuerpo, ves dónde estaba. A veces lo olvidas. A veces duele. Así es como se vive con un trauma“.

Para la doctora Kaufman, la tarea del tratamiento no consiste en borrar el pasado, sino en enseñar a los rehenes a existir en el presente, “a estar aquí y ahora”, explica, “porque esa es la única realidad que podemos controlar”.
Kaufman, que fue muchos años jefa de la Unidad de Crisis y Respuesta al Psicotrauma en el servicio de emergencia United Hatzalah, ha tratado desde el 7-O a víctimas del ataque de Hamás. La psicoterapeuta es experta en terapia cognitiva EMDR, un método muy eficaz para ayudar a las personas a recuperarse de un trauma y otras experiencias como el estrés postraumático (TEPT). La doctora acaba de publicar Making Room for Grief: Reconciling With Loss to Create a Better Life for Yourself and Your Loved Ones, un libro en el que comparte sus profundos conocimientos clínicos a partir de casos y relatos reales, incluida la trágica pérdida de uno de sus propios pacientes, para ayudar a los lectores a comprender todo el espectro del duelo: el esperado y el repentino, el público y el invisible, el personal y el colectivo.
Reaprender a elegir
En cautiverio, a los rehenes se les despojó de todo elemento de control. Los prisioneros no podían decidir cuándo comer, cuándo levantarse, cuándo dormir o incluso cuándo llorar. “Lo primero que les quitaron fue la voluntad, el autocontrol de su vida”, indica Kaufman.
La terapia, entonces, comienza con devolverles eso. Cada pregunta, cada gesto debe buscar su permiso: ¿Está bien si me acerco a ti? ¿Está bien si te toco?
“Es un proceso de autovalidación”, dice la doctora, una forma de devolver la autonomía a personas que vivieron durante años sin ella.

Cada rehén ha vivido una versión diferente del infierno. Algunos fueron retenidos juntos, otros solos. Algunos vieron la luz; otros vivieron meses en túneles. “La sensación de impotencia es la misma”, añade Kaufman, “pero cada historia es única. Cada persona necesitará un camino diferente para recuperarse“.
El cuerpo recuerda
En los túneles subterráneos, la privación no solo era emocional, sino también biológica. “Nuestro cerebro necesita luz para liberar serotonina y dopamina”, añade. “Sin ella, la alegría y la calma no pueden existir. No somos tan complicados, somos seres químicos”.
La falta de luz solar significaba falta de vitamina D. El aire contaminado reducía el oxígeno. Muchos bebían agua salada que dañaba lentamente sus órganos. “Todo está conectado: el cuerpo, la mente, las emociones”, asevera. “Algunos parecían estar mejor cuando regresaron porque les habían alimentado rápidamente, pero por dentro, sus cuerpos estaban colapsados”.

Insiste en que llevará tiempo que sus cuerpos de los rehenes se recuperen. “Se cansan rápidamente. No están acostumbrados a la luz, ni a los horarios, ni al ritmo. Incluso reír les cuesta, ya que para reírte necesitas más oxígeno”, aclara.
La soledad de la supervivencia
Entre los casos más difíciles se encuentran aquellos en los que los rehenes permanecieron completamente solas. Kaufman lo compara con la pregunta filosófica judía del árbol que cae en un bosque vacío. “Si nadie lo ve, si nadie lo escucha, tal vez no haya caído”, añade. “Si nadie valida tu dolor, empiezas a dudar de que haya ocurrido“.
Los secuestrados que permanecían juntos podían al menos confirmar los recuerdos de los demás, lo que les ayudaba a protegerse del gaslighting y la locura. “Cuando compartes un trauma, guardas parte de la historia del otro. Solo, corres el riesgo de perderla”.
Y luego está la culpa, la pesada culpa en forma de espiral de estar vivo. “Se preguntan: ¿por qué yo? ¿Por qué me liberaron antes que a mi amigo? ¿Por qué estoy comiendo mientras otra persona sigue allí?”.
Cada capa de supervivencia trae consigo una nueva capa de culpa. “En Israel decíamos: ‘No podemos empezar a sanar hasta que todos vuelvan a casa, los vivos y los muertos'”, asevera la doctora.
Una nación herida
Y es que el trauma no termina con los rehenes. Se extiende por toda la sociedad israelí, que vive en un estado de duelo y miedo colectivos desde el 7 de octubre. “El trauma colectivo forma parte de nuestro ADN judío“, afirma Kaufman. “Mis abuelos vivieron el Holocausto. Vinieron a Israel y construyeron un país. Mis hijas crecieron en medio de guerras y ambas sirvieron en el Ejército. Lamentablemente, esto continúa, pero también es de donde proviene nuestra resiliencia“.

Cuando se conoció la noticia del acuerdo sobre los rehenes, los canales de televisión israelíes sustituyeron sus logotipos por las palabras “Nuestros hermanos vuelven a casa”. Para la experta en trauma y terapia cognitiva, este sencillo gesto capturó el dolor y la solidaridad entrelazados de la nación.
“Aprendí a llorar por personas que no conozco”, admite. Y tras el anuncio de la liberación “bailamos, bebimos champán, abrazamos a desconocidos, porque era como si la familia volviera a casa”.
El peligro de la calma
Para los terapeutas, el momento de alivio es también el más peligroso. “Cuando sufres un trauma, estás en modo de supervivencia”, advierte Kaufman. “Tu cuerpo está lleno de cortisol, la hormona del estado de alerta. Cuando por fin se acaba, tu sistema se colapsa“.
Lo compara con una madre que vigila a su hijo enfermo toda la noche en la sala de urgencias. “No come, no duerme. Pero cuando el niño está en casa y a salvo, de repente se queda dormida, porque su cuerpo finalmente se relaja. Eso es lo que nos está pasando ahora, después de dos años”.

La transición del trauma colectivo al postraumático, afirma, definirá los próximos meses. Calcula que alrededor del 85% de las personas se recuperarán sin desarrollar un trastorno de estrés postraumático crónico. Pero el 15% restante no lo hará, y ahora es el momento crítico para identificarlas.
“Para nosotros, el trabajo comienza ahora”, afirma. “El trabajo de verdad”.


