Refugiadas afganas

“Están entre dos infiernos: Irán y Afganistán”

El régimen de los ayatolás aprovechó la situación de guerra con Israel para ordenar la expulsión de unos 600.000 refugiados afganos. Tras décadas sufriendo racismo institucional, ahora son expulsados bajo la falsa acusación de espiar para Israel

Refugiados afganos que han regresado del vecino Irán se reúnen en un campamento temporal en la frontera de Islam Qala, provincia de Herat, Afganistán, el 10 de julio de 2025.
EFE/EPA/SAMIULLAH POPAL

Desde su modesto apartamento en Italia, Fátima -nombre ficticio que protege su identidad- vive con el alma dividida. Su pacífica rutina se combina con constantes llamadas a su familia afgana, atrapada en un limbo legal en Irán. Aunque físicamente está alejada del caos de Teherán, le corroe la incertidumbre. “Me siento completamente impotente”, confiesa durante una videollamada con Artículo 14. “Antes pensaba que con algo de dinero podía ayudarles. Pero ahora ni eso sirve. Es desesperante”.

El régimen de los ayatolás ha iniciado una de las mayores campañas de deportación masiva de su historia moderna, devolviendo a la fuerza a cientos de miles de migrantes afganos tras la reciente guerra con Israel. Aprovechando el clima de posguerra, las autoridades han sembrado sospechas sobre los migrantes afganos, acusándolos de espionaje y etiquetándolos como posibles espías de Israel, lo que ha alimentado la discriminación persistente contra la comunidad afgana en Irán y los ha expuesto a una mayor violencia.

Más de un millón de migrantes afganos han sido deportados de Irán desde principios de 2025, y casi 600.000 han regresado desde el 1 de junio. Al menos el 70 % de estas personas fueron expulsadas a la fuerza. Aproximadamente el 25 % de los deportados son niños, según datos del Center for Human Rights in Iran.

Refugiados afganos que han regresado del vecino Irán se reúnen en un campamento temporal en la frontera de Islam Qala, provincia de Herat, Afganistán, el 10 de julio de 2025.Nacida en 1996, justo cuando los talibanes tomaban por primera vez el poder en Afganistán, Fátima apenas tenía dos años cuando su familia huyó del país. Como parte de la comunidad hazara -minoría étnica chií históricamente perseguida-, sus padres no veían futuro bajo un régimen que prohibía a las niñas estudiar y forzaba a los varones al adoctrinamiento armado.

Irán, país vecino de habla persa y mayoría chií, parecía una salida lógica. “Pasamos la frontera ilegalmente. Mi madre cuenta que me perdí durante el cruce y me encontraron de la mano de un hombre de etnia pastún que caminaba con calma, así de caótico era todo”, relata Fátima.

En Irán vivieron durante años en la invisibilidad legal. Privados de documentación, su padre solo podía acceder a trabajos duros y mal remunerados en la construcción. Los niños, incluidos los hermanos de Fátima, asistían a escuelas informales montadas por la propia comunidad afgana. Solo tras años de espera, recibieron una tarjeta de registro que les permitió estudiar en escuelas públicas y circular con restricciones por el país.

Iraníes llevan el ataúd de Farzaneh Aghaie, quien murió en un ataque aéreo israelí durante el funeral en el cementerio Behesht Zahra en Teherán, Irán, el 11 de julio de 2025.
EFE/EPA/ABEDIN TAHERKENAREH

Vivíamos atrapados. Si mi padre intentaba trabajar en otra parte, lo detenían. No teníamos permiso para mudarnos ni para tener una vida normal”, explica Fátima. Aun así, logró terminar el bachillerato y, decidida a ir a la universidad, se enfrentó a otro obstáculo: para acceder como estudiante internacional debía renunciar a su estatus de refugiada, regresar a Afganistán, conseguir un pasaporte y reingresar legalmente a Irán.

En 2016, con apenas 20 años, volvió sola a un Kabul que se desangraba por los atentados contra la población hazara. “Viví en carne propia un ataque a una mezquita. Si hubiese pasado por esa calle una hora antes, no estaría viva”, recuerda. A pesar del riesgo, consiguió sus papeles y volvió a Irán, donde inició sus estudios de Psicología.

Pero la aparente estabilidad se desmoronó en 2021, con el regreso de los talibanes al poder. A la vez, Irán endureció su política hacia los afganos. “La discriminación aumentó. La gente nos veía como una carga. El discurso de odio se hizo más fuerte”, lamenta Fátima. Incapaz de renovar su visado de estudiante, logró un salvoconducto y se instaló en Italia.

El miedo marca la frágil rutina de su familia en Teherán. Aunque sus padres y hermanos aún poseen la tarjeta de registro, eso ya no es garantía de protección. “Dicen que después de deportar a los recién llegados, van a empezar con familias como la mía. Si no pagas grandes sumas o depositas dinero en bancos iraníes, te obligan a irte para siempre”, prosigue.

Refugiados afganos que han regresado del vecino Irán se reúnen en un campamento temporal en la frontera de Islam Qala, provincia de Herat, Afganistán, el 10 de julio de 2025.
EFE/EPA/SAMIULLAH POPAL

A este clima se sumó el pánico vivido durante los recientes bombardeos israelíes en Irán. “Los iraníes podían huir, tenían pasaporte. Nosotros no podíamos ni movernos sin permiso. Mis hermanos estaban atrapados en el centro de Teherán, sin poder salir ni encontrar transporte. Mi madre, enferma de diabetes, no tenía acceso a hospitales”, lamenta.

En Irán, los refugiados afganos no pueden conducir, tener propiedades, abrir cuentas bancarias ni acceder con libertad a servicios básicos. “Mi padre no quería comprar una tele, por temor a que el próximo mes nos echaran de casa. Vivimos como si estuviéramos de paso. Siempre alerta, sin saber si mañana seguirás ahí. Ni siquiera comprábamos muebles. Nunca nos sentimos parte del lugar”, describe Fátima.

Para la joven afgana, el racismo está arraigado también en el tejido social iraní. En su juventud escuchó frases como “los afganos huelen mal” o “no son limpios”. “Es una violencia constante. Vi vídeos donde golpeaban a chicos afganos en el metro y nadie intervenía”, dice sobre recientes capítulos violentos.

Refugiados afganos, que han regresado del vecino Irán, se reúnen en un campamento temporal en la frontera de Islam Qala en la provincia de Herat, Afganistán, el 10 de julio de 2025.
EFE/EPA/SAMIULLAH POPAL

Lo más doloroso es escuchar a su hermana -nacida y criada en Irán- decir que preferiría irse a vivir bajo el régimen talibán. “Imagínate lo duro que debe ser para una chica que nunca estuvo en Afganistán, preferir eso antes que seguir en Irán”. Esta semana, el Corte Penal Internacional emitió órdenes de arresto a líderes talibanes por los crímenes cometidos contra mujeres y niñas, cuyos derechos más básicos son negados.

Fátima ha intentado buscar visados humanitarios, solicitudes de reunificación familiar, incluso justificar el perfil artístico de su hermano como vía de escape. Pero nada ha funcionado. “Están atrapados. No tienen visado para salir, ni ningún país que los reciba. Están entre dos infiernos: Irán y Afganistán”.

Ante la situación desesperada de los suyos, lanza una petición desesperada. “No podemos hacer nada ni con los talibanes, ni con el gobierno iraní. Solo pido una cosa: que la comunidad internacional dé visados humanitarios a los refugiados afganos en Irán. Están en peligro. Ya no pueden vivir ahí, y tampoco pueden volver a Afganistán”.

Con tantas crisis simultáneas dominando los titulares -Gaza, Ucrania o Irán- Fátima teme que el drama de sus compatriotas caiga en el olvido. “La situación de los afganos se ha normalizado. Ya no es noticia. Pero la violencia y el racismo siguen ahí, y cada día empeoran”.