Ya las vimos llegar a la cena de gala del martes por la noche, sonrientes y con sus mejores galas. Pero mientras los líderes de la OTAN se encerraban este miércoles 25 de junio en el World Forum de La Haya para discutir sobre defensa, seguridad y geopolítica, sus parejas tuvieron un programa especial lejos de las tensiones diplomáticas.
La reina Máxima de Países Bajos fue la anfitriona de este tradicional “programa de socios”, una costumbre en todas las cumbres de la OTAN que busca dar a las primeras damas (y cada vez más primeros caballeros) una experiencia cultural del país anfitrión. En esta ocasión, la cita fue en Róterdam.

La jornada comenzó con una visita al llamativo Depot Boijmans Van Beuningen, un museo único en su tipo por tener un edificio completamente dedicado al almacenamiento y exhibición pública de su colección.

Pero el día no terminó ahí. Después del arte, vino el agua. Los invitados subieron a bordo del “Princeses Amalia”, un barco turístico de la Royal Spido, para realizar un recorrido por el puerto de Róterdam. Desde la cubierta pudieron contemplar algunos de los iconos de la ciudad como la Euromast, o el famoso puente Erasmusbrug.

Entre los asistentes estuvieron figuras conocidas como Brigitte Macron, esposa del presidente francés Emmanuel Macron; Emine Erdoğan, esposa del presidente turco Recep Tayyip Erdoğan; y Agata Kornhauser-Duda, primera dama de Polonia. También participaron Suzanne Innes-Stubb, esposa del presidente de Finlandia, y Diana Fox Carney, esposa del primer ministro canadiense. Pero sorprendentemente también contaron con presencia masculina, como el cineasta Bo Tengberg, marido de la primera ministra danesa.

Aunque el programa completo se mantiene en reserva por motivos de seguridad, el objetivo es ofrecer a las parejas de los líderes una jornada distendida y cultural.
¿Pero sigue teniendo sentido este tipo de excursiones para acompañantes? ¿Es realmente necesario que las parejas de los líderes, mayoritariamente mujeres, sigan siendo llevadas de paseo mientras “ellos” trabajan?
La imagen de las primeras damas posando en grupo, visitando museos o navegando por canales mientras sus parejas toman decisiones clave sobre seguridad internacional, es una tradición que, aunque vista como una cortesía diplomática, cada vez genera más preguntas sobre su vigencia.

En cada cumbre de la OTAN —y en muchas otras reuniones multilaterales— se organiza este llamado “programa de acompañantes”, que suele incluir visitas culturales, recorridos turísticos y a veces talleres de gastronomía o de arte local. En la cumbre de Madrid en 2022, por ejemplo, las parejas fueron llevadas al Palacio Real, donde disfrutaron de una visita guiada seguida de un almuerzo ofrecido por la reina Letizia. También hubo paseo por el museo Reina Sofía, donde contemplaron el Guernica de Picasso, no sin cierto simbolismo dada la temática de la cumbre.

Un año antes, durante la cumbre de Bruselas, las acompañantes visitaron un hospital infantil y participaron en una actividad de jardinería, en un intento por darle un tono más solidario al programa.
La paradoja es que, a pesar de que en la OTAN cada vez hay más mujeres ocupando puestos de liderazgo político, el formato del “tour de primeras damas” apenas ha cambiado en décadas. Quizá la presencia de figuras de algún “primer caballero” sea una señal de que poco a poco se va ajustando a los nuevos tiempos. Pero la esencia sigue siendo la misma: fotos en grupo, sonrisas medidas y una agenda paralela, cuidadosamente planificada para que no interfiera ni reste protagonismo a las reuniones políticas.
Por ahora, y mientras las cámaras sigan captando estas postales de soft power, parece que este tipo de programas tienen cuerda para rato. Aunque quizá la verdadera pregunta sea cuánto tiempo más podrán seguir repitiendo el mismo guion sin que empiece a parecer, más que un gesto de cortesía, una costumbre anacrónica.