Madrugada del jueves 9 de octubre de 2025. Han pasado dos años de los atentados de Hamás y la ofensiva de Israel en Gaza. Los familiares de los 48 rehenes israelíes, concentrados en su sede operativa en Tel Aviv, reciben una llamada. Es Donald Trump. “Presidente, creemos en ti, vas a lograr esta misión”, le dicen. El presidente estadounidense responde: “está hecho, los rehenes vuelven todos a casa”. Los congregados estallan de júbilo, entre abrazos y lágrimas de incredulidad. Es el principio del fin de la agonía.
En Kan11 la radio nacional de Israel, suena la canción “Habaita” (casa), remarcando el compromiso de la cadena de “seguir aquí hasta que todos vuelvan”. Tras el visto bueno de Israel y Hamás, el Ejército israelí debe iniciar la retirada a la línea acordada, y Hamás debería entregar a los rehenes vivos (20) en un plazo de 72 horas. El jueves, se informó que la recolección de los cadáveres de los restantes (28) podría tomar meses, ya que algunos quedaron enterrados bajo los escombros y no están localizados. Para sus familias, la herida seguirá supurando.

Agradecimientos a Trump
“Tenía miedo, no lo creía, mis sentimientos estaban tan bloqueados que no podía llorar”, reconoció Maccabit Meirr, tía de los rehenes gemelos Gali y Ziv Berman. A media noche, la “Plaza de los Rehenes” de Tel Aviv, epicentro de las concentraciones que exigían a Benjamin Netanyahu la tregua para su liberación, estalló de júbilo. Botellas de champán, bailes y cánticos. Y, sobre todo, agradecimientos eternos a Trump. Para reconocer su empeño, lo nominaron al Premio Nobel de la Paz.
Los voluntarios en la plaza, que se turnan en el stand de merchandising donde llevan dos años vendiendo camisetas, pulseras o collares con el lema Bring them home now, empiezan a armar cajas para recoger. “Esperamos cerrar e irnos”, afirmó Dana Felz-Russo al Times of Israel. Aspira a cambiar los eslóganes, con mensajes como “los trajimos de vuelta, y ahora están vivos”. Yair Golan, miembro de la oposición, lamentó que el acuerdo demoró demasiado tiempo, en que se podrían haber salvado más vidas de rehenes.

El cauteloso optimismo se entremezclaba con la prudencia: hasta última hora pueden haber sorpresas. Durante la tarde del jueves, el ejecutivo de Netanyahu ratificó la firma del acuerdo, con la previsible oposición de sus socios de ultraderecha, cuya permanencia en el gobierno queda en el aire. En la plaza, un reloj gigante con el número 733 recordaba los días que los rehenes llevan en el subsuelo gazatí.
“Han habido tantos momentos de sufrimiento aquí”, recordó Misha Nataf, quien se desplazó desde Haifa con su mujer Yaara y su hijo pequeño Ilan. Como tantos israelíes, semanalmente se desplazaba al epicentro de las protestas para dar apoyo moral a los familiares. “Ha llegado el tiempo de la redención y la reparación, debemos construir un mundo y una sociedad mejor”, clamó Misha. Otros concentrados alertaban que, con el fin de la guerra, será urgente reparar las heridas internas de la sociedad israelí, con enormes grietas abiertas desde las protestas contra la “reforma judicial” que promovió Netanyahu.
Cómo se ha vivido en Gaza
Para Gaza, la “hudna” (tregua) fue un bálsamo. Durante el jueves, antes de la firma del acuerdo, las columnas de humo seguían humeando. Los supuestos últimos bombardeos israelíes mataron a otros 17 palestinos, en un enclave arrasado tras dos años de ofensiva bélica. No obstante, la euforia se desató, con niños y jóvenes bailando y cantando en diversos puntos de la Franja.
Para muchos gazatíes, la tregua se recibió con sentimientos contradictorios. Sus casas y comunidades están arrasadas, y tomará tiempo e inversión masiva retomar una vida normal en Gaza. “Todavía no entendemos nada”, dijo Awni Sami Abu Hasera al New York Times, desde una tienda de campaña en Deir al Balah. La mayoría de los dos millones de habitantes vive a la intemperie, y sigue enfrentando escasez de agua, alimentos y medicina.

“Por ahora no veo el alto al fuego”, reconoció Abu Hasera. Muchos gazatíes expresaron una mezcla de alivio, júbilo, desconfianza y miedo. A corto plazo, solo aspiran a que callen las bombas. Pero no se creen los anuncios: ya sufrieron por falsas promesas en el pasado. En Oriente Medio, todo puede torcerse en cuestión de minutos.
Aunque no haya guerra, Abu Hasera y decenas de miles de gazatíes no ven futuro en Gaza. “Cuando abran las fronteras, llevaré a mi familia donde sea, no importa. No puedo describir cómo es vivir desplazado en una tienda”, lamenta. Maher al-Alami, que tenía una vida confortable en la ciudad de Gaza, se ha desplazado más de diez veces durante la guerra. Está en una tienda en Az Zawayda, y se moverá a otra tienda en su ciudad. “Es lo mismo, el mismo sufrimiento. ¿Qué hemos ganado en esta guerra? Solo hemos perdido”, lamenta.
La eterna huida sin lugar seguro
Es previsible que Hamás, que pese a comprometerse a devolver a los rehenes no aclara si aceptara su desarme, reprima con dureza a las voces críticas que cuestionen su régimen de terror. La matanza del 7 de octubre trajo al pueblo palestino su peor tragedia desde la Nakba (1948), y muchos gazatíes exigen que el grupo islamista rinda cuentas.
Doaa Hamdouna, profesora de matemáticas, huyó de las bombas israelíes cinco veces. “Quiero creer que la tregua durará, pero temo que no ocurra, y que nunca podamos volver a nuestros barrios en la ciudad de Gaza”, lamenta. “Hemos visto esto antes, las noticias llegan, pero nada cambia sobre el terreno, queremos recuperar lo que queda de nuestras vidas”, consideró Siham Abu Shawish, estudiante de Nuseirat. Los desarrollos de los próximos días deberían aclarar si Gaza volverá a ser un territorio vivible.