No lo vieron venir ni los servicios de Inteligencia estadounidenses, israelíes y rusos. A juzgar por los mensajes transmitidos por el Gobierno de Recep Tayyip Erdogan al comenzar, el pasado día 27 de noviembre, la ofensiva liderada por una amalgama de milicias islamistas –a la cabeza Hayat Tahrir al Sham, una organización heredera del Frente al Nusra-, tampoco la turca. En una región y en una situación en que la propaganda es la norma, el líder de la sublevación que a la postre ha acabado tumbando a la dictadura del clan Assad, Abú Mohamed al Golani, un excombatiente yihadista de 42 años, ha acabado siendo profético. Doce días han bastado para que la dictadura instaurada hace más de 51 años por el padre del ya expresidente sirio, Hafez Al Assad, se haya disuelto como un azucarillo en un vaso de té sirio.
Tras contar con el plácet del Gobierno turco, que controla formalmente desde 2020 una zona situada junto a sus fronteras en el noroeste sirio, un grupo de facciones lideradas por el citado Hayat Tahrir al Sham comienza el 27 de noviembre una ofensiva desde su base en Idlib contra las fuerzas del régimen.
En tan solo cuatro días y tras duros enfrentamientos entre ambos bandos, los transcurridos desde el 27 de noviembre y el 1 de diciembre, los rebeldes se hicieron con una ciudad cargada de simbolismo, Alepo, centro económico urbano del país y escenario de una durísima batalla hace nueve años entre las milicias contrarias al régimen y las fuerzas del Ejército regular sirio. Los análisis apuntaban entonces a la reactivación de la guerra civil, latente desde el acuerdo alcanzado en 2020 entre Ankara y Moscú, y a un éxito más simbólico que definitivo por parte de los rebeldes. Pero Al Golani tenía claro que su objetivo era Damasco, y que no tardaría demasiado en alcanzarlo.
Pero menos de cinco días después, el 5 de noviembre, cayó Hama, cuarta ciudad del país, y entonces la debilidad mostrada por el régimen, con unas tropas incapaces de hacer frente a las fuerzas islamistas radicales, comenzaba a prefigurar lo que ha acabado ocurriendo a primera hora de este domingo con la entrada de las fuerzas rebeldes en el centro de Damasco.
Todos se acelera a partir de entonces. El 6 de diciembre las prokurdas Fuerzas Democráticas Sirias, que controlan un 25% del territorio sirio en el noreste, se hacen con la ciudad de Deir ez Zor: el régimen hace aguas lejos de la zona de Hama y Homs. El día siguiente los insurgentes entran casi sin resistencia en Homs, tercera ciudad del país, y anuncian estar aproximándose a la capital sin resistencia. A primera hora del domingo, y a pesar de que las autoridades del régimen aseguraban que la protegía un sólido cinturón defensivo, Damasco sucumbe a las tropas lideradas por Al Golani entre vítores y la destrucción de la simbología del régimen recién caído.
Aunque fulgurante y sorpresiva, la exitosa operación militar que ha concluido hoy tiene claros motivos y razones. En primer lugar, la situación política y económica del régimen era ya insostenible. La precariedad de los equilibrios internos del sistema construido durante cinco décadas en torno al Partido Baaz había minado la moral de los funcionarios del régimen, a la cabeza el aparato de fuerzas de seguridad sobre el que se había asentado el poder de los Assad, convertida en una cleptocracia capaz solo de controlar el 65% del territorio, en gran parte desértico y poco poblado.
Además, los apoyos fundamentales de la dictadura siria no son hoy los que eran hace una década, cuando la intervención de Rusia permitió salvar la cabeza de Assad. La propia Rusia sufre el desgaste de casi dos años de guerra en Ucrania, y no estaba en condiciones de proporcionar -o no ha querido- la ayuda militar necesaria a Damasco.
Por su parte, Irán, que ha empleado el territorio sirio como base de operaciones contra Israel, también acusa las consecuencias de las prolongadas sanciones económicas occidentales y viene de recibir duros golpes en el Líbano, pero también en Siria y Yemen, tras la ofensiva de las Fuerzas de Defensa de Israel de los últimos meses. Una escenario que los rebeldes, que comenzaron su operación justo cuando Tel Aviv e Hizbulá alcanzaron la tregua, supieron leer con inteligencia. La propia Hizbulá, en otro momento temible milicia, la más importante de las fuerzas proxy de Teherán, clave para la defensa del régimen la década pasada, no ha estado ni se le ha esperado. Sus miembros en suelo sirio han huido en las últimas horas de las zonas en control de los rebeldes del HTS.
Nadie duda de que Siria va a seguir siendo un quebradero de cabeza para su población y el conjunto de Oriente Medio, que observa atónito la caída de una de las más férreas y brutales dictaduras de la región. Tras el golpe sufrido por Rusia, que pierde un aliado clave, y por la República Islámica de Irán, que tendrá más difícil disponer del territorio sirio como base de operaciones en su batalla existencial contra Occidente, Turquía emerge como potencia clave para el futuro de Siria.
Aunque la operación ha contado con el apoyo de Ankara, y el futuro de las facciones y milicias islamistas pasa en parte por el apoyo que las autoridades turcas puedan seguir brindando a partir de ahora, Erdogan, que se encuentra en la fase final de su carrera política, es más que consciente del peligro de que los vencedores sucumban a las tentaciones ideológicas radicales -Al Golani defendió en su día la implantación de un Estado apoyado en la ley islámica y repudió la presencia de minorías alauitas, drusas y cristianas en Siria- y vuelvan a avivar las tensiones sectarias en el país. Rusia, que cuenta en Tartús con una base naval y aérea, tendrá también que estar, aunque con una posición más debilitada, en las negociaciones. Empero, lo único seguro en estos momentos es que Bachar al Assad -que llegó este domingo a Rusia- y su dictadura, el que fuera un día apodado Estado de barbarie, son ya historia.