Reino Unido

La ministra británica de Finanzas marca las cartas del destino de Keir Starmer

Rachel Reeves presenta unos presupuestos que influirán en la continuidad de dos políticos extremadamente impopulares

La Ministra de Hacienda británica, Rachel Reeves, sostiene su caja de presupuesto frente al número 11 de Downing Street en Londres, Gran Bretaña, el 26 de noviembre de 2025.
EFE/EPA/TOLGA AKMEN

Un brazo por el hombro, una palmada en la espalda y media sonrisa que parecía sugerir una mezcla de alivio y aprensión. La acogida del primer ministro británico a su titular de Finanzas, Rachel Reeves, después de que esta presentase en el Parlamento su segundo paquete presupuestario refleja cómo sus destinos están intrínsecamente entrelazados. Aliados por necesidad y profundamente impopulares tras apenas 17 meses en el poder, Keir Starmer y la primera mujer en la historia de Reino Unido en dirigir el Ministerio de Finanzas eran conscientes este miércoles de que podrían estar ante sus últimos presupuestos podrían en el cargo. Pero en la carrera por su supervivencia política, los vecinos en Downing Street no tienen más remedio que erigir un frente común para convencer a una ciudadanía desencantada y a un agitado Partido Laborista de que tienen un plan para recuperar su confianza.

El reto es particularmente arduo para Reeves, que sabe que puede acabar como chivo expiatorio de todos los pecados del Ejecutivo, si el ‘premier’ necesita un sujeto sacrificial. Con los presupuestos, estaba obligada a complacer al electorado, que según las encuestas ha desertado en masa del Laborismo; a sus propios diputados, que estarían ya afilando los cuchillos; y a los siempre correosos mercados, cuya reacción tiene el potencial de disparar el coste de la deuda británica. Y si la tarea no fuese suficientemente difícil, la ministra se había encargado ya de complicársela antes de las generales de julio del año pasado, cuando descartó subir tres de los tributos más jugosos para el erario: el IRPF, el equivalente a las contribuciones a la Seguridad Social para los trabajadores y el IVA.

Rachel Reeves sostiene su caja de presupuesto afuera del número 11 de Downing Street, Londres
EFE/EPA/TOLGA AKMEN

La promesa que en campaña sonaba como un triunfo ha tornado en tormento una vez al frente de la Cancillería del Tesoro (‘Chancellor of the Exchequer’, nombre oficial del cargo en inglés), ya que actúa como una camisa de fuerza que obliga a Reeves a identificar elusivas fuentes de financiación, en un contexto de herencia envenenada de los conservadores, coste de la vida disparado y un partido que creía que, tras 14 años de ejecutivos tories, otra política era posible. Fue esta presión interna la que generó la palanca que este miércoles ponía fin al tope de dos hijos para recibir ayudas sociales, un anuncio muy esperado en las bancadas laboristas que, sin embargo, no cuenta con respaldo mayoritario. Según los sondeos, el 59 por ciento de la población apoyaba el límite de los dos hijos.

De acuerdo con la Oficina de Responsabilidad Presupuestaria (OBR, en sus siglas en inglés), los presupuestos de esta semana supondrán una subida fiscal de 26.000 millones de libras (casi 30.000 millones de euros) en los próximos cinco años. La OBR actúa como regulador presupuestario del Gobierno, una especie de auditor externo, sobrio e independiente, si bien este miércoles protagonizó un bochornoso gol en propia puerta, cuando publicó antes de tiempo, por error, el análisis de las cuentas que Reeves iba a anunciar posteriormente en el Parlamento. La equivocación reveló los planes con antelación y, sobre todo, agravó la percepción de debacle que arrastra el aparato del Estado en Reino Unido.

Rachel Reeves sostiene su caja roja con el presupuesto en Londres
EFE/EPA/TOLGA AKMEN

Se trata de una sensación que ha erosionado la reputación del Gobierno y que, como efecto colateral, complica todavía más la misión de Reeves de instilar confianza. Convertida en pararrayos de la administración pública, es la ministra menos popular, en el Ejecutivo británico más impopular desde la II Guerra Mundial. Su índice de aprobación más reciente es -71, lo que le otorga el infausto honor de ser la titular de Finanzas menos valorada de la historia, un récord que la hace blanco fácil.

Ella misma ha admitido estar “bajo una inmensa presión”. Hace unas semanas, no pudo evitar llorar durante la sesión de preguntas al primer ministro en el Parlamento, una reacción humana que sacudió a los mercados, que reaccionaron con pánico ante la posibilidad de un relevo que llevase a Reino Unido a relajar la rigidez fiscal impuesta por Reeves. Paradójicamente, su llanto silencioso, del que solo dijo que era por una cuestión personal, reforzó su posición y, como consecuencia, en la actualidad su suerte está íntimamente ligada a la de un Starmer que quedó maniatado.

Rachel Reeves sostiene su caja de presupuesto frente al número 11 de Downing Street en Londres
EFE/EPA/TOLGA AKMEN

Con ambos profundamente tocados y, según los críticos, inminentemente hundidos, el primer ministro y la titular de Finanzas entendieron que los presupuestos de este año suponían la última oportunidad para revertir la tendencia. De ahí la implicación activa del primer ministro en su elaboración y que la fortuna de ambos dependa de que las medidas anunciadas este miércoles permitan comenzar a poner la narrativa a su favor. Starmer y Reeves luchan juntos, por su supervivencia individual, pese a que, a diferencia de binomios anteriores, no tienen una sintonía personal particularmente sólida. Hay confianza, respeto mutuo, pero la alianza es meramente profesional, no humana.

En la despiadada arena de la política, el eslabón débil es Reeves, puesto que Starmer preside la pirámide institucional, pero el destino del premier está inexorablemente marcado por el de su ministra de Finanzas. Precedentes históricos revelan que sustituir una pieza del castillo de naipes puede precipitar un efecto dominó con un desenlace impredecible. Como consecuencia, para bien o para mal, las trayectorias de Starmer y Reeves están estrechamente asociadas y, como aliados forzosos, ambos presentan un rol potencial como salvavidas recíproco o, por el contrario, como soga al cuello.

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