En una era donde la gestación subrogada se presenta como una opción moderna, solidaria y “feminista”, historias como la de Olivia Maurel nos sacuden. Nació en 1991 en Kentucky, gestada por una mujer que jamás volvió a ver, y criada en una familia que le repetía que su existencia era un “milagro”. Hoy, a sus 33 años, convertida en activista social contra esta práctica, Maurel afirma: “Fui producto de un contrato. Nada más”.
Mientras los medios celebran los nacimientos por subrogación de los hijos de los famosos como Kim Kardashian, Paris Hilton o Priyanka Chopra, Maurel denuncia lo que considera una forma de explotación estructural, donde el cuerpo de las mujeres —y la identidad de los bebés— se vuelve mercancía.
Famosas y gestación subrogada
Cuando Kim Kardashian decidió recurrir a una gestante para tener a sus hijos Chicago y Psalm, lo narró como una experiencia “hermosa” y “empoderadora”. Paris Hilton, por su parte, ha declarado sentirse “finalmente completa” tras ser madre por subrogación. Ambas, al igual que muchas figuras públicas, publicaron imágenes sonrientes con sus bebés sin mención de las mujeres que los gestaron.

Olivia Maurel, portavoz de la Declaración de Casablanca, pide que miremos más allá del relato de las estrellas: “¿Dónde están las historias de las mujeres que pusieron su cuerpo? ¿Y las de los niños, como yo, que crecen con una herida invisible y sin palabras para nombrarla?”, afirma Maurel en exclusiva a Artículo14.
Feminismo o capitalismo reproductivo
Maurel es contundente: “La subrogación y el feminismo son incompatibles”. Aclara que muchas feministas se acercan a esta práctica desde el deseo legítimo de respetar la libertad de las mujeres, pero olvidan un punto clave: en la mayoría de los casos, no hay libertad, sino necesidad económica, jerarquías sociales y contratos que condicionan hasta el parto y la lactancia.
“Una mujer no es más libre por firmar un contrato que le exige renunciar a su maternidad. Eso no es empoderamiento, es capitalismo con rostro amable”.
Y va más allá: “¿Por qué defendemos el aborto libre y gratuito —que es esencial—, pero al mismo tiempo celebramos un sistema donde otra mujer no puede decidir si amamantar al bebé que parió?”
Hijas de la subrogada en el limbo legal
La experiencia de Olivia no es única, pero sí poco visible. Creció con ansiedad, ataques de pánico, una desconexión profunda con su cuerpo y una sensación constante de no pertenencia. A los 17 años descubrió la verdad: fue concebida y gestada por una mujer que firmó un contrato para luego desaparecer.

“Me negaron algo fundamental: el derecho a conocer a la mujer que me gestó, que me dio su voz, su olor, su cuerpo. Me lo arrebataron como si no importara”. La subrogación, según Maurel, rompe vínculos fundamentales y normaliza un modelo donde los deseos de adultos se colocan por encima de los derechos de quienes nacerán.
“El niño no es el antídoto para la infertilidad ni el trofeo del amor romántico. Es una persona. Y tiene derecho a no ser tratado como encargo de Amazon Prime”.
La subrogada y el feminismo son incompatibles
Maurel insiste en que un niño no debería ser el “remedio” para el sufrimiento de otra persona.
“No somos medicina. No somos productos. Somos personas. Y merecemos saber de dónde venimos.”
Uno de los pilares del activismo de Maurel es su convicción de que la subrogación y el feminismo son incompatibles.
“¿Cómo podemos luchar contra la objetivación sexual y al mismo tiempo celebrar la objetivación reproductiva?”, se pregunta. “El feminismo real no aplaude un sistema donde el cuerpo de la mujer se alquila y su autonomía se firma en un contrato”.

Este argumento desafía la narrativa contemporánea de que la subrogación es una forma de empoderamiento femenino, una opción libre y válida. Para Maurel, muchas de esas “elecciones” están moldeadas por la desigualdad estructural, la necesidad económica o la presión cultural.
Los hijos de la subrogación: las voces olvidadas
Pero quizás el aspecto más perturbador del testimonio de Maurel es su defensa de los derechos de los niños nacidos por subrogación, cuyas voces, dice, rara vez se escuchan.
Ella misma vivió una infancia marcada por la confusión, la ansiedad y la depresión. A los 17 años comenzó a investigar su origen y descubrió que había sido concebida mediante un contrato de subrogación. El impacto emocional fue devastador.
“El cuerpo no miente”, afirma. “Un bebé conoce el latido, la voz, el ritmo de la mujer que lo llevó en su vientre. Cuando ese vínculo se rompe al nacer, queda una herida. Creces sintiendo que algo falta, aunque no sepas cómo nombrarlo”.
A favor de abolir la gestación subrogada
Algunas voces defienden la subrogación “altruista”, aquella sin fines de lucro. Pero Maurel es clara:
“Cambiar el envoltorio no cambia el problema. Incluso sin dinero de por medio, hay coerción emocional, chantaje entre hermanas, presión social. No se puede consentir libremente en condiciones de desigualdad“.
Por eso impulsa, junto a otras activistas, la abolición internacional de la subrogación. Su propuesta no busca castigar a padres o gestantes, sino construir leyes que impidan la instrumentalización de la vida humana y protejan a quienes hoy no tienen voz: los bebés que aún no han nacido y las mujeres que paren bajo contrato.

Una industria multimillonaria
El mercado global de la gestación subrogada se estima actualmente en más de 14 mil millones de dólares, y se proyecta que alcanzará los 129 mil millones para 2032. En países como Estados Unidos o Canadá, donde está legalizada y regulada, un solo proceso puede costar más de 100.000 dólares. Pero en otras regiones—India, Ucrania, Georgia, o anteriormente Tailandia—la subrogación es más barata, menos regulada y frecuentemente objeto de críticas éticas.
“Lo que estamos viendo no es generosidad. Es industrialización”, dice Maurel. “Hay una cadena de suministro: clínicas, abogados, agencias. El suministro son mujeres pobres. La demanda, clientes ricos“.
“El suministro son mujeres pobres. La demanda, clientes ricos”
Incluso la subrogación llamada “altruista”, donde no hay compensación económica directa más allá de gastos médicos, puede ser igual de problemática, asegura. La presión emocional dentro de las familias o amistades puede ser una forma invisible de coacción.
“He conocido casos de hermanas, primas, amigas cercanas que no pudieron decir que no. Eso no es una decisión libre. Es chantaje emocional disfrazado de amor”.
El final de la fábula
Frente a la narrativa dulcificada de la subrogación como “acto de amor”, Maurel lanza una pregunta incómoda: “¿Y si no fuera amor? ¿Y si fuera negocio? ¿Y si ese contrato, firmado entre adultos con poder, destruye silenciosamente la identidad de una criatura?”
Hoy, Maurel no pide compasión. Pide conversación, crítica, y, sobre todo, acción política y feminista. “La maternidad es poderosa. El deseo de ser madre también. Pero cuando ese deseo se convierte en derecho sobre el cuerpo y la vida de otra, dejamos de hablar de libertad y empezamos a hablar de opresión”.
Su historia completa se recoge en el libro You Don’t Have to Be Human to Make a Human, publicado en inglés en 2024, y cuya edición en español verá la luz muy pronto.