La noche del 14 de junio de 2025, la pequeña ciudad árabe de Tamra -cerca de Haifa-, se estremeció ante una devastación sin precedentes. Un misil balístico iraní impactó directamente contra la casa de la familia Khatib, que dejó a cuatro mujeres reducidas a escombros y eliminó de un plumazo recuerdos de varias generaciones.
Manar Abu Al Heija Khatib, de 45 años, sus hijas Shada (20) y Hala (13), junto a la cuñada Manar Diab Khatib (41), fueron asesinadas instantáneamente. Solo Raja, el padre, y una hija menor, lograron sobrevivir.
Sin refugio
Cuando el temblor del impacto sacudió la estructura, Raja comprobó poco después las consecuencias del estallido. De un plumazo, perdió a su esposa e hijas. Su Maamad -refugio en hebreo- no resistió. De hecho, casi nadie en Tamra cuenta con habitaciones blindadas o refugios colectivos en las calles del pueblo.

En el entierro, el padre lucía abatido. Raja apenas pudo alzar la voz. Su dolor era imposible de contener: “ojalá el misil me hubiera alcanzado a mí también, no estaría sufriendo así”. Su impotencia es la de cualquier padre arrasado por una guerra que se afronta desigualmente. No solo enfrenta una muerte impuesta por un conflicto bélico impuesto, sino la de la discriminación estructural que niega a su comunidad la protección necesaria para estas amenazas.
Un refugio por ley
La ley israelí exige que cualquier hogar debe contar con una sala reforzada o acceso inmediato a refugios subterráneos. Tras la Primera Guerra del Golfo (1991), cuando Sadam Hussein disparó misiles Scud sobre Tel Aviv, se aprobó una ley que ordena a las nuevas viviendas que dispongan de un cuarto blindado. Sin embargo, en Tamra y en la mayoría de los poblados árabes, no existen suficientes espacios seguros.
Lo mismo ocurre en suburbios humildes judíos: un impacto directo en Bat Yam, al sur de Tel Aviv, mató a ocho personas. En Tamra, solo el 40% de casas dispone de Maamad, y no existen refugios públicos en las calles. En poblaciones judías vecinas, como Mitzpe Aviv (1.100 habitantes), existen 13 búnkeres públicos operativos para afrontar situaciones de emergencia.
La naturaleza del misil iraní dejó clara su capacidad destructiva. Según reportes visuales, el artefacto – de varios metros de longitud- llevaba una carga explosiva capaz de demoler un barrio entero. El impacto dejó un cráter gigante en la casa de los Khatib. Con cerca de 400 misiles y centenares de drones lanzados contra Israel, el poderío militar de Irán logró sobrepasar unas baterías antiaéreas israelíes que parecían herméticas. En ciudades como Haifa o Tel Aviv, las sirenas y los búnkeres evitaron tragedias humanas similares.

Mientras Tamra era un mar de lágrimas, emergió un vídeo con voces de júbilo ante el impacto. Ultras judíos alentaban el golpe con cánticos despectivos como “¡Que arda tu aldea!”. Ese canto macabro circuló en redes sociales y agravó el dolor en el pueblo. Ayman Odeh, miembro árabe del parlamento y amigo de la familia Khatib, lo condenó con firmeza: “La gente que cantaba esto no te ve como humano, te ve como un árabe, y ya basta”.
Municipios árabes sin refugios públicos
Más allá del dolor, la tragedia de Tamra evidenció las diferencias en un estado que no cumplió su promesa de proteger por igual a todos sus ciudadanos. Al menos 60 de los 71 municipios árabes de la zona carecen de refugios públicos, y cientos de miles de ciudadanos no tienen dónde resguardarse. En el desierto del Negev, poblados árabes beduinos sobreviven a la guerra metidos en sus improvisadas viviendas de chapa o madera.
“El misil no distingue si uno es musulmán o judío; cuando impacta, arrasa a todos”, proclamó un vecino de Tamra a Reuters. De momento, se cuentan 24 víctimas mortales y más de 600 heridos en Israel, tanto árabes como judíos, tras el estallido de la guerra. El uso de misiles balísticos hipersónicos de gran calibre y drones no tripulados confirma una nueva realidad: la guerra moderna puede dañar el corazón de centros urbanos. Israel ha interceptado la mayoría -el 90 % según cifras oficiales-, pero incluso esta defensa no es infalible.

El presidente israelí Isaac Herzog calificó los ataques de “espantosos y vergonzosos”. El primer ministro Netanyahu se ha visto obligado a reconocer las carencias, mientras que el diputado árabe Odeh instó a iniciar un plan nacional de construcción de refugios en las comunidades árabes.
Tamra, con 25.000 habitantes -árabes cristianos y musulmanes-, exige protección urgente, ante una posible “guerra de desgaste” que se eternice en el tiempo. El padre Raja Khatib clamó: “Detengan la guerra. Aprendamos a convivir, por el bien de ambos pueblos”.