El universo contiene la respiración. Este 29 de octubre de 2025, el cometa 3I/ATLAS alcanza su punto más cercano al Sol, el momento que los astrónomos llaman perihelio. No es un cometa cualquiera: es un visitante interestelar. Un cuerpo que no nació en nuestro sistema solar, sino en los confines de otra estrella. Su llegada marca un hito sin precedentes. Un instante que podría reescribir lo que la humanidad sabe sobre su propio origen y sobre el modo en que los mundos se forman.
El cometa 3I/ATLAS se aproxima hoy a tan solo 1,36 unidades astronómicas del Sol, algo más de 200 millones de kilómetros. En ese punto, el calor solar comenzará a desatar una violenta actividad en su superficie, liberando gases y polvo que revelarán su verdadera composición. Es justo ahí donde los telescopios del mundo —y los de fuera de él— apuntan sus ojos, esperando una revelación que podría cambiar para siempre la ciencia planetaria.
Los científicos contienen el aliento ante el visitante interestelar
Desde el Observatorio Vera C. Rubin hasta la misión europea Mars Express, los equipos científicos se encuentran en estado de expectación. El cometa 3I/ATLAS se ha convertido en un laboratorio cósmico que puede responder una de las preguntas más antiguas de la humanidad: cómo nacen los sistemas planetarios.
El astrofísico Thomas Prince, de Caltech, lo resumió hace unos días con una frase que recorrió el mundo: “Nunca habíamos tenido una oportunidad tan clara de estudiar material estelar que no pertenece al Sol”. Porque eso es, al fin y al cabo, lo que distingue a este objeto. Su origen no es solar, y su paso por nuestro vecindario representa una rara oportunidad de examinar materia que procede de otro sistema.

La comunidad científica, sin exageración, guarda el aliento. Las agencias espaciales ajustan sus instrumentos para captar cada espectro, cada partícula desprendida del cometa, conscientes de que puede esconder los secretos de otros mundos. La NASA, la ESA y centros independientes de Canadá y Japón coordinan una red de observación global para medir su brillo, analizar su temperatura y descifrar su composición.
Nadie sabe qué revelará exactamente el cometa 3I/ATLAS. Pero los primeros indicios ya son desconcertantes. Su ratio de dióxido de carbono respecto al agua es inusualmente alto, y su pérdida de polvo —según un estudio publicado en Icarus— alcanza niveles jamás vistos, el equivalente a dos canguros de polvo por segundo. Si estas proporciones se confirman, estaríamos ante una química completamente diferente a la de los cometas de nuestro sistema solar.
Una historia interestelar que reescribe lo que sabemos
El cometa 3I/ATLAS no está solo en su linaje. Antes de él vinieron 1I/Oumuamua (2017) y 2I/Borisov (2019), los dos primeros visitantes confirmados de fuera del sistema solar. Pero mientras el primero parecía un asteroide enigmático y el segundo un cometa frágil, este nuevo intruso es mucho más grande y activo, de unos 11 kilómetros de diámetro y con una cola que supera los 600.000 kilómetros.
Los astrónomos creen que procede de una región distante de la Vía Láctea, quizá expulsado hace millones de años por una colisión o una inestabilidad gravitatoria. Desde entonces habría viajado en solitario, cruzando el vacío hasta llegar a nuestra órbita solar. En su interior, congelado durante eones, podría conservar la química original de su sistema de origen. Una cápsula del tiempo que guarda las condiciones primigenias de su estrella madre.

Si algo extraordinario se confirma en los próximos días —una estructura molecular nunca antes vista, un patrón isotópico fuera de lo común— la ciencia entraría en un territorio completamente nuevo. No solo entenderíamos mejor cómo se formaron los cometas, sino también cómo surgieron los planetas y las atmósferas en otros sistemas estelares. En otras palabras: el cometa 3I/ATLAS puede ser la llave para comprender cómo se repite, o no, el milagro de la vida en el cosmos.
Un antes y un después para la astronomía moderna
Para los astrónomos, lo de hoy es el equivalente a presenciar una alineación cósmica única. Es la primera vez que un objeto interestelar tan grande y activo puede estudiarse con tecnología moderna y desde múltiples puntos de observación simultáneos, tanto desde Tierra como desde el espacio.
La ESA ha confirmado que el satélite ExoMars TGO y la sonda Mars Express apuntarán sus sensores hacia el cometa 3I/ATLAS durante las próximas 48 horas. El objetivo: captar los espectros infrarrojos que revelen su composición. La NASA, por su parte, ha ordenado una observación de emergencia con el telescopio James Webb, que intentará medir los gases más volátiles cuando el cometa cruce el perihelio.

Todo esto ocurre mientras, desde observatorios amateurs, se multiplican las capturas del cometa 3I/ATLAS. Algunos astrónomos aficionados han descrito su brillo como “inquietante”, un tono verdoso azulado que parece surgir del vacío. No será visible a simple vista, pero su huella ya ha transformado el firmamento de la ciencia.

