El cometa 3I/ATLAS ha irrumpido en los titulares de la comunidad científica y astronómica con una fuerza inédita. No se trata de un cuerpo más errante en el cielo, sino de un visitante interestelar que, literalmente, ha venido desde otro sistema estelar para poner en jaque todo lo que creíamos saber sobre el universo.
Su descubrimiento y posterior análisis han abierto una grieta fascinante en el conocimiento humano. Por primera vez, la ciencia puede observar en detalle los restos primigenios de un mundo ajeno al nuestro. Una especie de cápsula del tiempo que viaja desde las profundidades galácticas.
Un visitante de otro sistema estelar
Detectado por primera vez a mediados de 2025, el cometa 3I/ATLAS debe su nombre al sistema de observación Asteroid Terrestrial-impact Last Alert System (ATLAS), el mismo que en el pasado ha identificado varios objetos cercanos a la Tierra. Pero en esta ocasión, la sorpresa fue monumental: su trayectoria hiperbólica indicaba que no estaba ligado gravitacionalmente al Sol.
Es decir, no pertenece al Sistema Solar.
Hasta ahora, solo dos cuerpos con ese tipo de órbita habían sido catalogados como interestelares: Oumuamua, descubierto en 2017, y 2I/Borisov, observado en 2019. El cometa 3I/ATLAS es el tercero de esa exclusiva lista, y también el más intrigante. Su velocidad, su dirección y su composición desafían los patrones que los astrónomos conocen. Procede del espacio profundo, posiblemente del disco grueso de la Vía Láctea. Una región donde habitan algunas de las estrellas más antiguas de la galaxia. Esto lo convierte en un fósil cósmico. Una reliquia nacida hace miles de millones de años en un sistema estelar completamente distinto al nuestro.
Una composición que desconcierta a la ciencia
Las primeras observaciones del cometa 3I/ATLAS con el telescopio espacial James Webb revelaron algo desconcertante: una proporción de dióxido de carbono muy superior a la del agua, lo opuesto a lo que suele observarse en los cometas del Sistema Solar. Este simple detalle cambia las reglas del juego. Implica que el lugar donde se formó tenía condiciones químicas y térmicas radicalmente diferentes.

En la práctica, significa que el cometa 3I/ATLAS podría ofrecer pistas sobre cómo nacen los sistemas planetarios más allá del Sol. Cada molécula de su estructura guarda información de un pasado remoto: temperaturas extremas, mezclas de polvo estelar, radiación ancestral. Los científicos lo describen como una cápsula del tiempo interestelar, un fragmento intacto de un mundo desaparecido que ha sobrevivido a milenios de oscuridad hasta cruzar nuestro vecindario cósmico.
Esa condición convierte su estudio en una oportunidad irrepetible. Según datos del Jet Propulsion Laboratory (JPL) de la NASA, el cometa 3I/ATLAS alcanzará su punto más cercano al Sol —el perihelio— el 29 de octubre de 2025, a una distancia aproximada de 1,36 unidades astronómicas. Desde la Tierra, actualmente se encuentra a unos 352 millones de kilómetros, con una magnitud de 14,7. En términos simples: solo los telescopios más potentes pueden detectarlo.
Una revolución científica en marcha
Que un objeto interestelar pase tan cerca del Sistema Solar es un acontecimiento excepcional. Pero que, además, pueda ser observado con el nivel de precisión que ofrecen los instrumentos actuales convierte al cometa 3I/ATLAS en el epicentro de una revolución científica. Nunca antes la humanidad había tenido la posibilidad de analizar, con datos espectroscópicos de alta resolución, los materiales de otro sistema estelar.

Las comparaciones con Oumuamua y 2I/Borisov son inevitables. El primero desconcertó al mundo por su forma y comportamiento anómalo; el segundo, por su similitud con los cometas solares pese a provenir del exterior. Pero el cometa 3I/ATLAS parece una síntesis de ambos. Combina rasgos familiares con características totalmente ajenas. Los astrónomos creen que podría ayudarnos a comprender cómo se forman y evolucionan los sistemas planetarios en distintos rincones de la galaxia.
En otras palabras, cada análisis del cometa 3I/ATLAS es una comparación entre nuestro origen y el de otros posibles mundos. Nos enseña hasta qué punto el cosmos puede ser diverso. Pero también cómo ciertos procesos —la condensación de polvo, la fusión de elementos, el nacimiento de estrellas— podrían ser universales.
Una cápsula del tiempo flotando en la oscuridad
El apelativo de “cápsula del tiempo” no es una exageración literaria. Lo que viaja en el cometa 3I/ATLAS son moléculas que datan de los primeros momentos de su sistema de origen, compuestos que permanecieron congelados e inalterados desde hace miles de millones de años. Para los científicos, analizar su estructura es como abrir un cofre enterrado desde la infancia del universo.

El cometa 3I/ATLAS se mueve ahora con rumbo de salida del plano galáctico. Pero su paso dejará un legado inmenso. Cada medición, cada espectro de luz que devuelva, servirá para revisar los modelos teóricos que explican la formación del cosmos. La posibilidad de estudiar directamente un objeto interestelar con esta precisión marca un antes y un después en la historia de la astronomía moderna.
No se trata solo de descubrir un nuevo cuerpo celeste, sino de comprender por fin cómo se conectan los sistemas estelares entre sí, cómo se expulsan estos fragmentos y cómo terminan atravesando el espacio intergaláctico hasta ser captados por nuestra tecnología.




