"Sin mendigos"

Sobrevivir en Cuba: el rostro femenino de la pobreza extrema

Con la escasez, la tarea de conseguir alimentos es una odisea cotidiana que recae sobre todo en las mujeres, las cuales sufren altos niveles de depresión y ansiedad

Pobreza
Mujeres cubanas: atrapadas entre la escasez, el hambre y el abandono estatal
Efe/Kiloycuarto

La reciente -y pasmosa- renuncia de la ministra del Trabajo cubana, Marta Elena Feitó, a raíz de su intervención en el Parlamento de la isla, donde dijo que “en Cuba no existen mendigos sino personas disfrazadas” de tal, ha traído a la memoria la epidemia de ceguera que se desató en ese país en los años 90.

De pronto, 50.000 cubanos sufrían de algún grado de pérdida de visión, incluidos los más extremos. El régimen trató de colar la versión de que se trataba de un virus, pero el oftalmólogo estadounidense Alfredo Sadun, consultado por un representante de la OMS (Organización Mundial de la Salud) y llevado a la isla para investigar el asunto, determinó que se trataba de una neuropatía epidémica, causada por una deficiencia nutricional severa. Eran los tiempos del “Período Especial”, como se llamó a la grave crisis de los años que siguieron al derrumbe de la Unión Soviética, fuente de millones de dólares en alimentos y otros suministros. La deficiencia de vitaminas del complejo B, particularmente ácido fólico y vitamina B12, debido a la escasez generalizada de alimentos y la mala nutrición durante el Período Especial, había dejado a muchos cubanos ciegos o con severa pérdida de visión.

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Fotografía de archivo de la ministra de Trabajo y Seguridad Social de Cuba, Marta Elena Feitó
Efe

En años sucesivos, Cuba ha seguido enfrentando emergencias y desafíos sanitarios dibido a la mala alimentación y la escasez de recursos. Las carencias nutricionales han generado un deterioro constante en la salud pública e incrementado las enfermedades asociadas a la desnutrición y la falta de higiene.

El hambre nueva

Llevados por su tendencia a hacer retruécanos y juegos de palabras, los cubanos hablan de “hambre nueva” para hacer mofa de la categoría del “hombre nuevo”, promovido por la propaganda de la Revolución Cubana.

En su ensayo “El socialismo y el hombre en Cuba” (1965), Ernesto “Che” Guevara popularizó l concepto del “hombre nuevo” como el ideal de ciudadano forjado por la Revolución, con valores éticos y morales superiores, desinterés, solidaridad, colectivismo, renuncia al individualismo… En crudo contraste, la expresión “hambre nueva” surgió al calor de la dolorosa deblacle alimentaria ya tradicional en Cuba; y que, en vez de revolucionarios altruistas y esforzados, lo que hay son hordas de menesterosos escarbando en la basura. Mientras el “hombre nuevo” estaba muy por encima de las preocupaciones materiales, el “hambre nueva” obliga a los cubanos a centrar toda su energía en la supervivencia y la búsqueda de alimentos.

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Un hombre revisa un contenedor de basura en La Habana (Cuba)
Efe

El caso es que, según la Revista Cubana de Tecnología de la Salud, 2022, entre 2011 y 2021, en Cuba se registró un promedio de 48.64 defunciones anuales por desnutrición con proyecciones al alza. Por la misma fuente se sabe de numerosos -y también crecientes- casos de raquitismo y otros trastornos del crecimiento en niños, relacionados con la desnutrición y la falta de vitaminas y minerales esenciales para el desarrollo óseo.

Estas conclusiones se ven reforzadas por los datos aportados por el Observatorio Cubano de Derechos Humanos (OCDH) en su informe de 2024, que concluye que la pobreza extrema en Cuba es del 89%. Sí, hay que volver sobre lo leído para constatar: 89% de los cubanos están condenados a la pobreza extrema, que, por cierto, no es una manera de decir o una consideración al voleo. La “pobreza extrema” es un criterio empleado por organismos internacionales, como el Banco Mundial y Naciones Unidas, para aludir a la forma más grave y deshumanizadora de pobreza: las personas no solo carecen de ingresos suficientes para satisfacer necesidades básicas, sino que también se ven privadas de los requerimientos más elementales para la supervivencia y, ya no digamos, una vida digna.

De acuerdo con el mencionado documento, siete de cada diez cubanos han dejado de hacer al menos una de las tres comidas diarias debido a la falta de dinero o la escasez de alimentos; solo un 15% de la población puede comer tres veces al día sin interrupción; 80% de los afrocubanos y 83% de quienes no reciben remesas se declaran afectados por la crisis alimentaria (y el colectivos de quienes no reciben dinero del exterior es del 61% de la población total de la isla).

Nostalgia de la esclavitud

La cosa es tan terrible que muchos sugieren que la dieta de los esclavos en Cuba en los siglos XVIII y XIX era más nutritiva y abundante que la de muchos cubanos en la actualidad. Esta afirmación se basa en la comparación de las raciones históricamente documentadas para los esclavos con la disponibilidad actual de alimentos básicos en la isla.

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Una persona descansa cerca a un mural del Che Guevara, en La Habana
Efe

El historiador cubano Manuel Moreno Fraginals publicó, en 1964, su obra “El Ingenio: Complejo económico social cubano del azúcar”, donde detallaba las raciones que los dueños de ingenios azucareros estaban obligados a proporcionar a sus esclavos. Una dieta que se componía de carne y proteína animal: los esclavos recibían cada día media libra, unos 227 gramos, de carne de res (tasajo o carne fresca), o bacalao (pescado salado). Este aporte de carne proporcionaba alrededor de 70 gramos de proteína animal, 13 gramos de grasa y unas 382 calorías solo de la carne.

El Código Negro español de 1824 y el Reglamento de Cuba colonial de 1842 establecían raciones obligatorias de carne (7 a 8 onzas diarias), además de harina de maíz y abundancia de boniato, yuca, calabaza, malanga, ñame y plátanos… Muy simple, los dueños de ingenios, aunque explotadores, entendían que un esclavo bien alimentado era un esclavo productivo.

En la actualidad -y desde hace mucho tiempo- un trocito de carne en el plato es un milagro para muchas familias cubanas. El consumo de carne de res es bajísimo o nulo para la mayoría de la población y el acceso a pescado, mariscos, quesos y leche es extremadamente limitado. De paso, la ganadería en Cuba se ha reducido drásticamente en comparación con los niveles pre-revolucionarios.

Y, si bien el arroz y los frijoles siguen siendo básicos, su disponibilidad es limitada a través de la libreta de racionamiento (por ejemplo, 20 onzas de granos al mes por persona, lo cual es insuficiente) y los precios en el mercado negro son prohibitivos. Las viandas y vegetales son escasos y caros. De resultas que la dieta actual en la tierra de la utópica, además de escasa, es monótona, carece de diversidad nutricional y deficitaria en calorías, grasas y micronutrientes esenciales. La gente se ve obligada a comer “lo que aparezca” y a adoptar dietas poco saludables.

Mientras los amos de esclavos invertían en su alimentación por un imperativo pragmático, el Estado revolucionario cubano somete a la población a una dura sobrevivencia con raciones mínimas.

Aquellas están peor

La tragedia caribeña, pautada por hambre, escasez y falta de libertades, afecta de manera desproporcionada a las mujeres, lo que exacerba las desigualdades de género preexistentes y añade carga adicional a sus vidas.

Con la escasez, la tarea de conseguir alimentos es una odisea cotidiana que recae sobre todo en las mujeres. Implica largas colas, búsqueda constante de productos en el mercado informal y la invención de soluciones para poner algo en la mesa. Diversos artículos de Martí Noticias y Cubanet reportan testimonios de mujeres que dedican todo su tiempo y energía a esta tarea.

Depresión y ansiedad en las mujeres

Con el envejecimiento de la población y la emigración de jóvenes, el cuidado de adultos mayores y niños recae aún más en las mujeres, sin apoyo institucional adecuado. Notas periodísticas de Alas Tensas y DemoAmLat ilustran cómo la crisis ha incrementado de manera desigual la carga de trabajo doméstico y de cuidados sobre las mujeres, cuya capacidad de cocinar, conservar alimentos y realizar tareas domésticas, se ve dificultada por la precariedad de los servicios básicos (en Cuba los cortes de electricidad pueden durar más de 20 horas diarias en algunas zonas; y la escasez de agua potable complica la higiene personal y del hogar, aumentando el trabajo de las mujeres para conseguir y almacenar agua.

Ahora imaginemos todo esto abatido sobre la mujer embarazada o lactante. El desgaste psicológico de la lucha diaria por la supervivencia, la preocupación por la familia y la ausencia de los hijos debido a la emigración generan altos niveles de depresión y ansiedad en las mujeres.

No por nada Cuba pierde habitantes a un ritmo alarmante. Entre 2021 y 2024, la población se redujo de 10.885.341 a 8.025.624 habitantes, una disminución de más de dos millones de personas (un 24%) en solo tres años; y la tasa de natalidad ha estado en descenso constante desde hace décadas. Desde 1978, la tasa global de fecundidad (TGF) en Cuba ha estado por debajo de los 2.1 hijos por mujer necesarios para garantizar el reemplazo generacional. En 2021, la TGF fue de 1.45, una de las más bajas.

Un desastre, por donde se le mire. Una catástrofe imposible de disfrazar.

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