Incredulidad, desconcierto y miedo. Esto es lo que sentimos mi amiga y yo al terminar de ver Los domingos, la premiada película de Alauda Ruiz de Azúa que acaba de estrenarse en los cines de toda España. No entendíamos absolutamente nada: ni los halagos, ni la película, ni el sentido de esta creciente ola de monjas que ha invadido nuestro audiovisual de la noche a la mañana.
En la misma semana hemos presenciado varios contenidos que ponen en el foco, sin ningún tipo de crítica, la figura de las monjas. No es casualidad. Primero la aparición mariana de Rosalía corriendo por la Gran Vía, vestida de blanco y con corona incluida. Acto seguido, la publicación de la portada de su nuevo disco, en la que posa con una toca blanca y retorcida sobre sí misma como un gusano de seda. La incapacidad de movimiento junto con la imposibilidad de ver, resulta completamente angustiosa. Y por si esto fuera poco, también ha circulado un vídeo en el que la cantante confiesa que tiene un vacío que quizás solo Dios puede llenar y que las monjas son seres celestiales. Mensajes aparentemente espontáneos que van construyendo su estrategia de marketing.
El viernes acudimos todas a ver la laureada obra de una directora que ¡por fin! estaba cambiando los relatos. Películas como Cinco Lobitos, o series como Querer, evidencian el machismo y proponen nuevas perspectivas. Sin embargo, en Los domingos nos estrellamos contra un relato que se mantiene acrítico frente a una joven que decide tomar los hábitos. ¿Qué nos hemos perdido? La película retrata a una adolescente que, ante una sociedad con poca capacidad de compromiso, una familia desestructurada y la desorientación propia de la edad, elige la vida de monja. Pero como quien decide pertenecer al circo o alistarse en una academia militar. No se ahonda en las causas de por qué escoge esa opción y no otra. Tampoco presenta una iglesia modernizada que pueda ofrecer un nuevo espacio a las mujeres, sigue siendo el mismo lugar arcaico y rígido de siempre. Portazo a portazo, las hermanas del convento van dejando claro que no tienen ninguna intención de abrirse a la sociedad ni tampoco de establecer un diálogo. Pero sí van a seguir juzgándonos: el interrogatorio de la madre superiora a la joven, cuando se besa con un chico, da verdadero pánico. Y una se pasa toda la trama aguantando estoicamente en su butaca para ver si sucede algo… que nunca ocurre. No hay giro de guion ni explicación. Es, tan solo, una descripción acompañada por una música que nos adormece e incluso embellece esta decisión.
A la falta de discurso por parte del propio relato, se añade el silencio de medios y críticas. Algunas reseñas dejan caer que es una salida de las mujeres jóvenes para encontrar la libertad lejos de una sociedad opresiva. Escribimos esto y nos quedamos tan anchas. Que se sugiera la pobreza, la castidad, la obediencia y la clausura como una alternativa a lo que tenemos ahora es surrealista y un desprecio a los avances conseguidos por las mujeres con respecto a la igualdad.
Asociamos el cine o la música al entretenimiento, y consumimos estos contenidos con la guardia baja. Precisamente, que les quitemos importancia, los convierte en una fórmula eficaz para normalizar determinadas actitudes y creencias que creíamos superadas. Ante el panorama actual, con el avance de la ultraderecha y las ideas reaccionarias, la neutralidad es abrir las puertas de par en par al retroceso y la pérdida de derechos. Pienso en las mujeres jóvenes que vayan a ver esta película o se dejen embaucar por la propuesta estereotipada de Rosalía y crean que ser monja es una opción cool, transgresora o rebelde.
Puede que en el SXVII ser monja fuese una alternativa para las mujeres porque tenían muy difícil escapar de la imposición del patriarcado, pero ya no estamos en ese contexto. Ser monja es una elección completamente legítima para quien sienta una vocación religiosa, pero no puede ser planteada como una alternativa ante la falta de vínculos, la inexistencia de compromiso o la presión de género que sufren las chicas. La palabra “alternativa” sugiere un cambio por algo similar y no es el caso. Hoy las mujeres podemos participar en la vida política, crear cultura, ser independientes y disfrutar de nuestra vida sexual con libertad. No tiene ningún sentido dar la espalda a esos derechos y salir huyendo. Sigamos trabajando, como hemos hecho siempre, para mejorar lo que no funciona. Plantemos cara. Hay poco que discernir ante el avance de las ideas reaccionarias.




