Nueva semana, nuevos escándalos. Que no pare de girar la rueda de la inmoralidad, que cada exclusiva se solape con la siguiente hasta que la gente no sepa lo que es mentira y lo que es verdad. Se ha hecho muy viral un corte en el que el periodista Juan Soto Ivars se preguntaba en una tertulia qué más tiene que pasar para que este Gobierno se marche, qué más tiene que salir a la luz para que este castillo de naipes, esta fortaleza de humo, termine de desmoronarse. Se habla de que la sociedad está anestesiada, que es incapaz de mantener la atención en todos y cada uno de los casos que salpican al Ejecutivo. Sin duda que hay algo de eso, de cansancio ante el bochorno, de no saber a dónde mirar. Un desencanto que, junto al nivel de los decibelios y el ínfimo nivel de los debates, empuja a los ciudadanos a tratar de desconectar de tanta golfada y tanto zasca barato.
Pedro Sánchez está tan contra la espada y la pared, va tan a la desesperada, que no nos debería extrañar que ya ha descontado todo esto que está pasando. Ha llegado a ese punto de su estrategia kamikaze en el que piensa que cuanto más grave y rocambolesca sea la golfada que publiquen los medios más le ayudará a su relato de que esto es una persecución infundada contra él. Sánchez es una alimaña política que se alimenta de dos nutrientes básicos: uno es el hartazgo, el otro el sectarismo. Ha ido preparando el terreno concienzudamente para que llegara este momento, hay que reconocerle una gran habilidad para hacer una cosa y la contraria. Para, por una parte, conseguir que haya una parte de la sociedad que haya decidido hacerle la cruz a la política y prefiera por salud mental desconectarse de tanta mamarrachada. Y, por la contraria, conformar un ejército de fanáticos, talibanes y hooligans que van con una venda en los ojos y son incapaces de entrar en razón y ver que están apoyando a una banda que está atentando precisamente contra los pilares fundamentales que sostienen su supuesta ideología.
Personajes envenenados por un pretexto falsario que han consentido postrarse ante las mentiras más infantiles y ridículas, que viven tan envenenados que son capaces de porfiar hasta que lo blanco es blanco y lo negro es negro. Tenemos el ejemplo perfecto con estas últimas horas en las que se han publicado las informaciones sobre Leire Díez, la fontanera del PSOE que maniobró para intentar hacer un torniquete chusco a toda la corrupción que rodea al sanchismo. Se reunió con empresarios implicados en la trama de los Hidrocarburos, también con el Guardia Civil del caso Koldo, el mismo que avisó al machaca de Ábalos de que estaba siendo investigado. En los audios que han trascendido esta señora, con mucha soltura y desparpajo, deja perlas en las que se atribuye la capacidad de sentar a gente con la Fiscalía, pero con la Fiscalía premium, para que no te toreen. Qué, que estás de viaje en Dubai. No te preocupes, que en este país los fiscales también viajan. Por no hablar de las alocuciones en las que dice que los de arriba quieren cargarse a la UCO, esa Unidad Central Operativa de la Guardia Civil que antaño era la salvaguarda de la pulcritud democrática y hoy se ha convertido en una peligrosa organización cloaquera.
Lo mejor de todo este nuevo episodio de miserias es la treta y la disparatada coartada con la que ha salido la formación socialista. Que no, que nada, que esa señora es una militante de base, alguien que pasaba por allí. Ajá. Y la señora: que no, que nada, que eso se lo han sacado de contexto, que ella en verdad es una periodista de investigación, que lo que estaba haciendo es buscar información para un libro, un artículo, un reportaje o no se sabe muy bien qué. Es para reírse sí no fuera porque hay por ahí estómagos agradecidos que van dándole verosimilitud a esta sarta de escupitajos sobre las entendederas de los ciudadanos. O sea, que hay gente en sus cabales que realmente se ha convencido de que una militante de base cualquiera, con infinidad de fotos con la plana mayor del Partido Socialista y con un historial lleno de suculentos cargos públicos, se reúne con dos piezas fundamentales de dos de los principales casos de corrupción que asfixian a su organización en calidad de mera afiliada rasa. Es para tirarse de los pelos si lo pensamos. Que no es fontanera, que es periodista. Jajajajaja. No habla en nombre de nadie, habla a título personal. Jajajajaja.
Siguiendo esa vieja regla de oro de los ilusionistas de que no hay mejor lugar para esconderse que a plena luz del día en mitad de la plaza más transitada, Sánchez ha implantado el siguiente modus operandi: no hay mejor manera de solapar los escándalos que con otros más gordos, ni mejor manera de enfrentarlos que con la sinvergonzonería más profunda y las mentiras más toscas, trapaceras e hilarantes. Le pillan con el carrito del helado y él ofrece polos. Le trincan con las manos en la masa y promete porciones de pizza. Sabe que es un cadáver andante, que está atrapado en un callejón sin salida, pero antes de irse quiere que lo desalojen con los pies por delante.
No va a levantar las manos, quiere acabar atrincherado, con sus rehenes, que somos todos, disparando contra lo que se mueva. Primero fueron los periodistas, luego los jueces, ahora es la Guardia Civil. Mal asunto. Como siempre, ha acabado comprando el marco de esos socios a los que al principio repudiaba y luego abrazó. Hay quien creyó que nunca llegaría a este extremo, pues aquí tienen al hombre sin líneas rojas yendo a por esos señores de verde que están haciendo el mismo trabajo de siempre, el de fiscalizar al poder. Las palabras de Leire Díaz casan a la perfección con las de ese ministro Félix Bolaños que aseguraba sin inmutarse que van a emprender acciones legales contra la Benemérita. Viven en lo insólito. Y también concuerdan de lujo con esa otra noticia que conocimos el martes por la noche; la de que el número 2 de Fernando Grande Marlaska, el secretario de Estado de Seguridad, anunciaba el mismo día que se publicaba que el Gobierno maniobra para cargarse a la UCO que se iba tras siete años por unos repentinos ‘motivos familiares y personales’.
Las mentiras, se dice, que tienen las patas muy cortas, pero es que además los que hoy las pronuncian están acusados de tener las manos muy largas. Van sin frenos, acelerando en el precipicio del caos. Ya no hay estrategia, solo despiporre, una micción constante en la cara de los españoles. El sanchismo se descompone a marchas forzadas, pero será fiel a su infidelidad y morirá con la coherencia de sus incoherencias: ingeniándoselas para aguantar hasta que lo insostenible haya sobrepasado cualquier límite. Habrá que jurar que todo esto ocurrió, que hubo gente con la cara tan compuesta de cemento que se aforó antes de que lo fuesen a imputar, habiendo dicho que jamás lo haría, para acto seguido pedir un debate sobre los aforamientos. Diría que será divertido este desangramiento si no fuera porque este Nerón nuestro es capaz de incendiar el país para que el siguiente tenga que gobernar sobre las cenizas.