Opinión

Devolver la voz a las mujeres afganas

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Esta semana en la que hemos celebrado el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer creo que deberíamos asumir un compromiso sin ambages: nunca deberíamos abandonar a las mujeres afganas. Tengo la sensación de que nos hemos olvidado de ellas y por eso me siento en la obligación de escribir acerca de ellas. El decreto que los talibanes firmaron el pasado septiembre conocido con el título terrible de prevención del vicio y promoción de la virtud ha dado definitivamente la estocada a la libertad de las mujeres. Desde que entró en vigor esta maldita ley las mujeres tienen prohibido salir solas de casa, expresarse en público, reírse, cantar ¿alguien se puede imaginar como se tiene que sentir una persona cuando te prohíben “desde arriba reírte” en público? ¿alguien puede imaginarse lo que significaría tener siempre que salir de casa acompañada por un hombre? ¿alguien puede hacerse una idea de en un colegio las niñas no pueden cantar o hablar en público? Su crimen es ser mujer en un país donde ya estaba prohibido formarse o enseñar.

Actualmente Afganistán es el único país que prohíbe la educación a las niñas mayores de 12 años y a las mujeres. Según datos de la Unesco, el 80% de las niñas y de las jóvenes afganas en edad escolar no tiene el derecho a la educación. Las imágenes de estudiantes volviendo a sus casas llorando con sus libros en la mano, dieron la vuelta al mundo y provocaron la condena internacional, pero no cambió nada. Las mujeres afganas no pueden ejercer un derecho universal y fundamental ¿Y nadie dice nada? ¿hay peor violencia machista que morir en vida?

El régimen talibán niega la dignidad de las mujeres, las entierra en vida. Las restricciones contra las mujeres también limitan su acceso a la atención sanitaria con graves consecuencias para la salud y para sus derechos reproductivos. Todo esto en un país donde el sistema sanitario ya funcionaba con mucha dificultad debido a la pobreza y los años de guerra. Todas estas restricciones han tenido como efecto rebote un aumento de la violencia conyugal e intrafamiliar contra las mujeres y las niñas en un país donde el 50% de las afganas de entre 15 y 49 años han sufrido violencia de género al menos una vez en su vida. Es una persecución sistemática basada en el género en el simple hecho de ser mujer. Es una discriminación tan grave que podría constituir persecución por motivos de género, considerad un crimen de lesa humanidad y que podría denominarse apartheid de género. No lo digo yo, lo dice Naciones Unidas que asegura que “las autoridades de facto parecen estar gobernando usando una discriminación sistemática para someter a mujeres y niñas a una dominación total“. Esto nos debe desgarrar conciencias y en particular las nuestras como periodistas vinculadas a la política. Si las afganas no hablan en su tierra porque les meten presas en el mejor de los casos sus voces silenciadas, tienen que sonar en nuestros medios de comunicación para dar visibilidad a esta violencia de género. Esto si que es violencia contra la mujer y todo esfuerzo es poco para garantizar su seguridad y su libertad en Afganistán y en todo el mundo. Como señala la ONU, la violencia contra las mujeres y las niñas es una de las violaciones de los derechos humanos más extendidas y generalizadas del mundo y el régimen de los talibanes es el principal autor material de esta lacra.

Y a pesar de todo esto hay afganas que se juegan la vida cada día para rebelarse contra esta privación de derechos. Dan clase a escondidas, prestan asistencia legal a otras mujeres de manera clandestina, establecen redes de conexión con otros países y las que residen fuera secundan las manifestaciones. Por eso la clase política tampoco les puede dejar de lado. La situación de las afganas debe aparecer en el orden del día de los debates parlamentarios. Los gobiernos tienen que seguir movilizándose por los derechos de las mujeres afganas y uno de los primeros retos que tienen es la ayuda humanitaria: tiene que continuar y se tiene que reforzar todavía más. La labor de la diplomacia parlamentaria es fundamental porque debe ser una diplomacia para las mujeres. Tampoco podemos “relajarnos” con la atención que requieren las decenas de mujeres que huyeron de Kabul tras el retorno de los talibanes. Actualmente hay redes femeninas que prestan este apoyo: yendo juntas al supermercado, dar un paseo o ensayar una entrevista de trabajo. Es trabajo de todos ayudar a estas mujeres a que puedan reiniciar su vida en España y seguir trabajando para que otras vengan a través de terceros países en los que han encontrado refugio temporal.

“Mi propio coche”

¿Es tan difícil comprometerse con la defensa de las mujeres allí donde sean pisoteados y aniquilados. En Afganistán por supuesto pero también en Irán y en cada lugar del mundo donde el fanatismo los pongan en peligro. De hecho esta reflexión es válida también en España donde hay movimientos retrógrados que están ganando terreno y donde todavía no hemos logrado la eliminación de la violencia contra las mujeres. Volviendo a Afganistán. Una vez leí una entrevista de una afgana refugiada en España. En la última pregunta la periodista le preguntaba por cual era su sueño. “¿Mi sueño? repreguntaba risueña y añadía: puede parecer algo tonto pero lo que más me gustaría es tener mi propio coche y conducir, y eso en Afganistán es imposible“.

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