Opinión

‘Diamante en bruto’: cuando las mujeres son el producto

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Esta semana se ha estrenado en cines Diamante en bruto, dirigida por Agathe Riedinger e intepretada por Malou Khebizi, que narra la vida de una joven de 19 años que sueña con ser famosa en las redes sociales y se presenta al casting de un reality.

La película es un escalofriante retrato del contexto que viven las nuevas generaciones, en el que su valor viene determinado por los likes y el número de seguidores que tienen. Un entorno virtual en el que reinan los mismos estereotipos sexistas de siempre, pero multiplicados exponencialmente. Podríamos describir las redes sociales como un bucle infinitivo de anuncios que nos empuja constantemente a comprar productos. Para alcanzar un determinado estilo de vida hay que aplicarse un perfume muy concreto, llevar un tipo de looks, extensiones, tacones, postizos, implantes… Las imágenes que recibimos a través de las aplicaciones nos hacen pensar que nuestra vida es insulsa y rutinaria, así que muchos jóvenes están deseando encontrar una oportunidad que les transporte a ese mundo ideal.

Participar en un reality es una de ellas. A mayor visibilidad, más oportunidades de obtener contratos con marcas, cobrar por las publicaciones y acudir a fiestas. Pero para ello la protagonista de esta historia debe aceptar las condiciones: ser muy sexy y descarada, liarse con los chicos del programa, dar espectáculo y convertirse ella misma en contenido. Para una joven que vive en un contexto de pocos recursos este escenario se plantea como la entrada directa al paraíso, una especie de pase rápido a un mundo que de otra manera le estaría prohibido. Así, los comentarios que recibe en las redes se convierten en una especie de credo, y los preceptos que antes eran dados por la religión ahora son dictados por una masa anónima de seguidores.

Una identidad que no es la suya

Liane, la protagonista de la película, desea, como cualquier joven, ser aceptada y querida por el entorno, así que pone todo su empeño y energía (junto a sus escasos ahorros) en cumplir con ese ideal que establecen las redes. En una etapa en la que empieza a construir su identidad, su vida es puro disfraz. Un maquillaje que oculta completamente su cara. Un cabello que no es suyo. Unos tacones que le hacen heridas. Uñas y pestañas postizas. No deja de repetir que desea que el mundo la vea como es realmente, y sin embargo no podemos ver su cara. Es una mujer que sufre y está totalmente desorientada. Un diamante en bruto que se va distorsionando a golpe de algoritmo.

El placer es solo para los demás

Su cuerpo se construye para complacer a otros, y esos otros son los hombres. Hombres a los que conoce y a los que no conoce. Liane es muy consciente de que debe resultar seductora las veinticuatro horas del día, pero ella no sabe cómo disfrutar de su cuerpo. La sexualidad está muy presente en su identidad, desde cómo se comunica a través de la cámara, la forma de bailar, ser complaciente con su pareja o con desconocidos. Ella conoce la pose para dar placer, pero su cuerpo está rígido y es incapaz de sentirlo.

Las distintas generaciones

Hay dos mujeres que acompañan a Liane en este relato. Una es su madre, a la que ve como una fracasada por no tener dinero ni trabajo. La madre no es capaz de entender que el contexto que vive su hija es el mismo que ha vivido ella, pero en otro formato. La mira con desdén y desesperanza. Probablemente ha pasado por todas las trampas en las que su hija está cayendo, pero no sabe comunicarse con ella ni ayudarla. Por otro lado, está hermana menor, de la que Liane se siente responsable y en parte lo es, porque la imita en todo lo que hace. Una posible lectura es que todas tenemos cierta responsabilidad a la hora de abrir caminos y tender puentes a las generaciones siguientes.

La mayoría de las reseñas describen la película como una joven que vive obsesionada con el mundo de las apariencias. Pero esta forma de relatarlo es bastante injusta. Los responsables de que la gente joven esté completamente enganchada a las pantallas y consuma contenidos que les perjudican son las plataformas que los generan y que utilizan toda clase de estrategias para volverlas adictas. Según una demanda impulsada por 14 fiscales generales de Estados Unidos a TikTok, tan solo hacen falta 35 minutos para que una persona se enganche. Además, los jóvenes son mucho más vulnerables, puesto que su cerebro aún no está desarrollado y es más difícil que pongan límites a los algoritmos.

Diamante un bruto es una película escalofriante que nos pone delante un retrato crudo del entorno que viven las nuevas generaciones, en las que la única guía que tienen para construir su identidad está determinada por los algoritmos. En ese panorama es especialmente preocupante la función de las mujeres, en el que solo tienen dos opciones: consumir o ser directamente ellas el producto consumido.

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