El barrio sevillano de Sandra Peña, la niña de 14 años que se quitó la vida el pasado martes después de denunciar el acoso que sufría en el colegio, está conmocionado. Para el resto de la sociedad, su nombre ha quedado ya disuelto en titulares y estadísticas. Lloramos el dolor que nos roza la piel. El de los demás se queda en un tuit y una tibia protesta que no sirve para transformar absolutamente nada. Los psicólogos lo llaman habituación o anestesia moral.

Lo ha descrito bien el escritor Arturo Pérez Reverte retomando un tuit que escribió hace una década, cuando Carla Díaz Magnien, otra adolescente de 14 años, acabó con su vida en Gijón después de meses de acoso por parte de dos compañeras: “Después llegan los peluches, las flores y las lágrimas para la foto, pero nadie se hace cargo de lo que permitió la tragedia”. Tiene razón. Somos buenas plañideras, pero, como él dice, “los compañeros miraron a otro lado, los profesores prefirieron no meterse en líos y la sociedad siguió su vida como si nada”. Y zanja: “El ser humano es cruel y cobarde”.
La fragilidad no tiene peso ético
Sandra quedó aislada y el grupo se protegió en la pasividad compartida, en la banalización del dolor por parte de los adultos. Padres, profesores o instituciones prefieren pensar que no es grave, mirar hacia otro lado. La fragilidad no tiene peso ético hoy. Más bien al contrario: se premia la fortaleza, la valentía, la frialdad. “Tiene que aprender a defenderse”, “es cosa de críos…” Son las expresiones que escuchan los padres cuando denuncian el acoso escolar. Ante esta respuesta, se quedan sin mecanismos de defensa sociales.
“Sentimos impotencia”, dice la familia de Sandra. La Junta remitirá a la Fiscalía el informe sobre el colegio Irlandesas de Loreto por no activar los protocolos de acoso y diferentes colectivos están exigiendo responsabilidades y medidas efectivas contra el bullying en los colegios. Según la Consejería de Desarrollo Educativo y Formación Profesional, la inspección ha detectado que el centro no activó ni el protocolo de acoso escolar ni el de conductas autolíticas, pese a las denuncias previas de la familia. Además, se abrirá un expediente administrativo para depurar posibles responsabilidades. Para la niña fallecida, todo eso llega tarde.
El 70% de los intentos de suicidio son niñas
Hace apenas un mes, psiquiatras y epidemiólogos expertos en conducta suicida en la población joven se reunieron en Menorca para dar respuestas a este problema. En el encuentro, organizado por el Instituto de Salud Carlos III y la Fundación Española de Psiquiatría y Salud Mental (FEPSM), se expusieron algunos datos: en 2023 el número de muertes por suicidio en menores de 25 años ascendió a 200. La cifra de jóvenes que lo intentan es muy superior. En el periodo 2021-2023, 4.500 anuales. En los suicidios la mayor parte son hombres (75%); en los intentos más del 70% son mujeres.
Alrededor del 96% de esos intentos tienen como base un trastorno mental. “La mayor parte son trastornos de personalidad y trastornos relacionados con la ansiedad. Ambos ligados a factores de maduración psicológica, entorno familiar y social”. Los expertos valoraron la influencia de las condiciones de vida, los avances digitales y sus consecuencias y los riesgos sociales y del pensamiento contemporáneo. “Existen numerosas evidencias que asocian el uso de redes, pantallas e IA con trastornos mentales moderados, severos y con la ideación suicida en jóvenes”. También son abono para el bullying y ciberbullying, dos factores de riesgo para la ideación suicida en los que, según las conclusiones, España se sitúa a la cabeza.
El barrio sevillano vive el duelo por Marta, pero hay miles de hogares, de acuerdo con un informe de Amnistía Internacional elaborado en España, en los que un menor sufre en silencio hostigamiento físico o verbal por parte de sus compañeros. “Son miles los casos de acoso escolar entre iguales que no se documentan debido a la ausencia de datos, una formación inadecuada y una rendición de cuentas deficiente”.
Cualquier dato que llega a nuestras manos es abrumador. “El bullying crece en España y uno de los motivos es el mal uso de la IA. El 12,3% de los alumnos de Primaria y ESO reconoce que él o alguno de sus compañeros está sufriendo acoso presencial o digital (o ambos)”, concluye un informe de las fundaciones ANAR y Mutua Madrileña.
¿Se nos está yendo de las manos la crianza?
Emilia Martínez Saura, psicóloga clínica de Mens Sana, en Cartagena, palpa en su consulta la realidad de todos esos porcentajes y cifras. Incluso sumaría más al hablar de acoso escolar en las aulas. “Los colegios lo silencian porque cada caso denunciado lo toman como una vergüenza en sus estadísticas. No abren protocolos, simplemente se toma alguna medida débil o sanción”.

En su opinión, la protección de los menores frente a la violencia y la discriminación debería empezar por aplicar empatía y habilidades sociales. “Los colegios no están preparados. Me comentan muchos padres si es buen remedio cambiar de centro al hijo, pero ninguno está libre. Y no lo están porque se fomenta, igual que en la sociedad en general y en las familias, la competitividad, en lugar del compañerismo. Veo niños con conductas autolesivas incapaces de poner palabras a lo que sienten. Transmiten un sufrimiento muy profundo”.
No llegan a la inspección educativa
Amnistía Internacional confirma en su informe lo que dice Martínez Saura: “Hay protocolos al respecto en todas las comunidades autónomas y, en el ámbito estatal, existe el Plan Estratégico de Convivencia Escolar 2016-2020, pero quedan importantes lagunas por cubrir. El acoso escolar es un problema social, no un problema de uno u otro centro escolar. La mayoría de los casos de acoso escolar no han sido denunciados a la inspección educativa. Las formas no físicas de acoso, como los insultos, el hostigamiento y la exclusión social, suelen pasar desapercibidas y no se documentan en los cauces oficiales”.
La responsabilidad, según esta organización, la tienen las personas adultas. “Las autoridades, los centros escolares y el profesorado deben transmitir un mensaje claro de tolerancia cero. La libertad y la seguridad personal de los niños y niñas no debe depender de la bondad o falta de bondad de las personas adultas. Es un asunto de derechos humanos”.
Es un problema social serio. El bullying, según muchos estudios, tiene consecuencias a corto y largo plazo, tanto para la víctima que lo sufre, como para el agresor que lo infringe y los testigos que lo presencian. El agresor que ahora intimida, tiene dificultades de convivencia con los demás niños y actúa de forma autoritaria y violenta, puede mostrar a largo plazo conductas delictivas. También los demás niños, los espectadores, que presencian el acoso a diario, se sienten amedrentados por la violencia de la que son testigos, se sienten afectados, pudiendo provocar cierta sensación de que ningún esfuerzo vale la pena en la construcción de relaciones positivas.
“En el acoso, la violencia no solo la ejerce quien daña, sino también quien anima, calla, ríe o mira hacia otro lado”, recalca Martínez Saura.