Esta es la pregunta que se planteaba hace poco más de un año la periodista Carine Azzopardi, que perdió a su marido y padre de sus dos hijas en esa sala de fiestas, y que Free Press ha vuelto a recordar. Y es que, como saben, el 13 y el 14 de esta semana que terminamos, se cumplieron 10 años de la masacre que perpetró en París un comando yihadista. La pareja de Carine, Guillaume, estaba allí el día 13, a pesar de que, ella, como profesional de las noticias, sabía que Reuters había alertado sobre la posibilidad de ataques islamistas. Las salas de conciertos son objetivos porque la gente divirtiéndose es particularmente ofensiva para esos criminales. Pero su marido, como tantos otros en occidente, tenía un espíritu confiado y le respondió que la vida debía continuar frente a “la intolerancia”. Vida que perdió porque tres comandos yihadistas, despreciando la tolerancia, quisieron matar a 130 personas y herir a casi 400 más en el Bataclán, en el estadio de fútbol y en varias calles de la capital
El artículo se titula “Islamism Killed My Partner. Why Won’t the West Fight It? (El islamismo mató a mi compañero. ¿Por qué Occidente no lo combate? y es descorazonador porque este espíritu combativo al que apela sigue siendo errático y disperso a día de hoy. Macron, en el homenaje a las víctimas, exclamó: «El objetivo no eran ellas, sino la libertad de Francia». Tiene razón sin duda pero, ¿defendemos con suficiente fuerza esa libertad? Carine, que ha dedicado su carrera a comprender el fenómeno, cubrió, entre el 2015 y el 2017, varios ataques: en una iglesia católica en Normandía, en un supermercado en Trèbes o durante la celebración del Día de la Bastilla en Niza cuando un camión aplastó a una inocente multitud de familias y niños. En septiembre de 2021, cuando aún “estaba de luto”, comenzó a informar sobre el juicio de los veinte acusados llamados genéricamente “del Bataclan”. Fue el mayor juicio de la historia de Francia, duró diez meses y contó con más de 2500 demandantes. Y su decepción fue absoluta: pensó que el tribunal analizaría esa ideología mortal que mataba inocentes sin parar. Pero no fue así.
Muchos, al igual que Carine, vemos con inquietud la falta de valentía en denunciar una ideología que tiene a desfachatez de exigir que la ley islámica rija la vida pública en Francia y en el conjunto del próspero y libre Occidente. La periodista avanza una conjetura: que el islamismo va permeando en nuestra sociedad a pesar de sus crímenes por culpa del fenómeno woke, que encumbra a cualquier colectivo poco afortunado que sepa victimizase. Dice: “Los islamistas occidentales “hablan el lenguaje de la discriminación, el antirracismo, la opresión internalizada, la interseccionalidad y la teoría poscolonial”, de modo que todos los actos perpetrados por un grupo “marginalizado” pueden justificarse como “actos de resistencia”, reforzando la idea de que el islam no puede ni debe ser criticado. Si bien afirman defender a las minorías musulmanas, algunos de sus argumentos son asombrosamente irónicos. Hay feministas, por ejemplo, que afirman que es “islamófobo” sugerir que el hiyab puede contribuir a la opresión de las mujeres”.
Efectivamente, su método más eficaz es calificar cualquier crítica de “islamófoba” y silenciarla. Tras los atentados del 7 de octubre, cuando terroristas de Hamás, yihadistas ellos, invadieron Israel masacrando a 1200 personas y secuestrando a más de 200, vimos el éxito de este método. Esta penetración sin reacción me recuerda la parábola de la famosa rana que no salta del agua de la olla porque la temperatura asciende progresivamente. Por suerte es totalmente falsa, aunque quizá sí valdría para humanos, tan listos ellos.
Según leemos en su artículo, en los últimos 40 años, el terrorismo islamista ha causado la muerte de más de 210.000 personas y Francia, del resto de países europeo, ha sido la diana de más de 82 ataques desde 1979. El mismo terrorismo que en el 2004, en nuestro país, causó 192 muertes a base de bombas depositadas en diversos trenes de cercanías en Madrid. O, más recientemente, las 14 personas que perdieron la vida entre las 139 atropelladas en las Ramblas de Barcelona en el 2017, en pleno golpe separatista. ¿Xenofobia? ¿Islamofobia? Yihadismo, tout court.



