El viernes 13 de noviembre de 2015 quedó grabado a fuego en Cristina Garrido, española natural de Granada que perdió a su hijo, Juan Alberto, de 29 años, en la sala de conciertos del Bataclan, en uno de los ataques terroristas que asolaron París aquella fatídica noche. Aunque sea consciente de que ha transcurrido una década desde entonces, comparte un rasgo con muchas víctimas y familiares: el tiempo se detuvo aquella noche, cuando varios atentados yihadistas simultáneos mataron a 132 personas y dejaron a centenares de heridos en la capital francesa. Los días posteriores parecen una extensión de la trágica fecha, con una herida que se ensancha y arrasa con todo a su paso.
Esta química y experta en desmantelamiento nuclear infundió a su hijo el gusto por el sector. Juan Alberto, que se crío en Madrid, se convertiría en un ingeniero brillante. Pronto logró un contrato en la gigante francesa de electricidad EDF. Llevaba 5 años viviendo en el país galo –Marsella, Burdeos y luego París– y mantenía estrecho contacto con su familia.

Recuerdos
Cristina Garrido había hablado por teléfono con su hijo el mismo viernes, unas horas antes de la masacre. Él iba a un concierto con su esposa, con la que se había casado tres meses antes en una inolvidable ceremonia familiar.
Lo demás es una sucesión trágica: las imágenes en la televisión anunciando los atentados; los intentos fallidos de contactar con Juan Alberto a su móvil; la llamada de la nuera, que logró escapar con vida; el viaje precipitado a París en la única plaza restante del primer vuelo libre, a las 7 de la mañana del sábado 14; sus búsquedas desenfrenadas por los hospitales de la capital, con la firme convicción de que Juan Alberto estaría solamente herido.

Hasta el comunicado oficial de su muerte. Después, la obstinación de solo volver a Madrid con el cuerpo de su hijo. Y así fue como, tras diez días de trámites administrativos y vaciando el piso de Juan Alberto, despegó del aeropuerto parisino de Orly.
La Ciudad de la Luz, a la que había presentado a su hijo cuando era un niño, acababa de extinguirse en la oscuridad. “Cuando salí de París, me dije que nunca más volvería a esta ciudad”, reconoce a Artículo14.
El retorno
Pero los profundos cambios en su vida apenas empezaban. Habría que regresar una y otra vez en los años siguientes, por ejemplo durante el largo periodo de instrucción e investigación policial que culminó en un histórico macrojuicio en el palacio de l’Île de la Cité entre 2021 y 2022, y que sentó a 20 acusados, entre ellos el único miembro de los comandos terroristas vivo tras el 13N, Salah Abdeslam.

Regresar a París fue importante. Recibir homenajes en nombre de su hijo. Poner los pies en la pequeña sala de concierto del Bataclan, escenario del ataque más mortífero en suelo francés en tiempos de paz. Allí unas 1.500 personas escuchaban al grupo de rock estadounidense Eagles of Death Metal cuando tres jóvenes abrieron fuego con sus fusiles Kalashnikov y chalecos explosivos. Noventa personas fallecieron (92 contando los suicidios posteriores de dos supervivientes), 11 fueron mantenidas rehenes durante horas.
La lengua
Al trauma que supuso el 13N hay que añadir las dificultades de ser extranjera. El francés pronto se erigió en una barrera para muchas víctimas y sus familiares, tanto a la hora de entender qué había ocurrido como, más tarde, los complicados documentos jurídicos.
Cristina, entonces con 55 años, decidió ponerse a estudiar francés, idioma del que se acordaba un poco por las clases del instituto. Pero al aterrizar en París detrás del paradero de su hijo, fueron otras personas –también en busca de sus familiares y reunidas en el Hospital Militar– quienes la ayudaron con el idioma. “Les soy muy grata, porque en aquel momento de shock no podía hablar ni siquiera en español”, admite.

Se siente igualmente agradecida por todo el apoyo y asesoramiento que recibió de las autoridades francesas y asociaciones de víctimas a lo largo de los años.
Homenajes
Cuando los yihadistas del Estado Islámico, organizados entre Siria, Bélgica y Francia decidieron castigar a civiles alegando actuar contra los bombardeos en Siria apoyados por el entonces presidente, el socialista François Hollande, Juan Alberto estaba en el auge de su vida personal y profesional.
El aprecio que le tenían era tal que los homenajes se multiplicaron. Desde el acto de condolencias a Cristina y su hija menor –organizado por los compañeros del máster de la escuela superior de negocios HEC, adonde también acudieron profesores, compañeros de trabajo y jefes–, a la placa en la oficina central de EDF en homenaje al joven empleado. Se bautizó con su nombre el premio concedido anualmente por la asociación Jóvenes Nucleares de España, de la que el ingeniero fue miembro de la dirección.

Sus amigos más íntimos siguen reuniéndose en su honor el día de su cumpleaños. Por fin, el Ayuntamiento de Madrid, junto con la Embajada de Francia, le han puesto una placa conmemorativa de los atentados con su nombre en la Plaza de la Villa de París, en el centro histórico de la capital. Es allí donde Cristina acude los domingos para depositar flores. “Cada persona que pasa lee su nombre y (él) siempre está presente”, afirmó.
El juicio
“El juicio a mí no me reparó nada, pero necesitaba saber las circunstancias y quiénes eran los acusados”. En el banquillo, pudo ver a Abdeslam. Su veredicto: cadena perpetua sin posibilidad de reducción de pena.

Si para algunas víctimas el juicio pudo suponer un alivio, para Cristina trajo también una inquietud. Al conocer los límites de los servicios internos de inteligencia, se dio cuenta que “estamos indefensos y, si quieren atentar en cualquier sitio, lo pueden hacer”.
Los errores
Esta sensación adviene del hecho de que, en agosto de 2015, los servicios de inteligencia detuvieron a un yihadista francés con billete para ir a Siria. El detenido declaró haber sido reclutado por el Estado Islámico y advirtió de un ataque inminente en una sala de conciertos en Francia. Tres meses más tarde la amenaza se concretaría.
Una investigación parlamentaria criticó duramente la falta de medidas de seguridad en el Bataclan: “No había presencia policial ni militar frente a la sala y no se realizaron registros”, aunque hubiese “la amenaza grave, comprobada, repetida y conocida por los servicios de inteligencia”, concluye el informe.
Cristina, que se había divorciado pocos años antes del 13N y había sufrido mucho, esta vez sintió algo totalmente distinto: “Te divorcias, sufres, pero sales adelante. Pero cuando pierdes un hijo, pierdes una parte tan grande de ti que es como si murieras en vida”.


