Opinión

El reconocimiento de Palestina: ¿símbolo político o cambio real en el orden internacional?

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Ha sido una semana intensa y ajetreada en Nueva York. El lunes arrancaba el 80 periodo de sesiones de la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas (ONU) bajo el lema: “Juntas y juntos somos mejores: más de 80 años al servicio de la paz, el desarrollo y los derechos humanos”. Ese día, funcionarios de la citada organización junto con jefes de Estado y de gobierno se reunieron para conmemorar las ocho décadas transcurridas desde su creación. En este encuentro inicial se destacaron los principales logros alcanzados. Asimismo, en honor al título que ha acompañado a todos los encuentros y reuniones de estos días, se aprovechó la ocasión para subrayar la importancia del sistema multilateral como una vía clave en la consecución de la paz y seguridad internacional. Este leitmotiv no es ni mucho menos producto de la casualidad. Así, deben traerse a colación los ataques proferidos por Trump hacia la propia ONU a la que ha acusado –entre otras cuestiones– de realizar una mala gestión. En su línea de acoso y derribo hacia aquella, ha promovido encuentros bilaterales y foros paralelos que le han restado protagonismo y han minado, por consiguiente, su autoridad como pilar del orden multilateral. A raíz de los dardos envenenados lanzados contra esta y otras organizaciones –como la Corte Penal Internacional–, parecía necesario reafirmar en estos días la centralidad del sistema multilateral como una sólida garantía para la paz, la seguridad y el respeto al Derecho Internacional. Será interesante dilucidar, tras la resaca de tanto encuentro, si la ONU será capaz de mantenerse –en los próximos meses– como un actor imprescindible en la arquitectura internacional.

Vista del ataque aéreo israelí en las afueras de la ciudad de Gaza, desde un lugar no revelado en el lado israelí de la frontera con Gaza.
EFE/ Atef Safadi

En todo caso, siguiendo con la agenda prevista, se celebró –a última hora del lunes– una reunión de alto nivel presidida por Francia y Arabia Saudí en la que se abordó la crisis humanitaria que está teniendo lugar en territorio palestino como consecuencia de los constantes ataques perpetrados, desde hace casi dos años, por el gobierno israelí. Unas operaciones que, por cierto, han sido calificadas recientemente de genocidas por la propia ONU. En el marco de esta cita se reafirmó –una vez más– que la fórmula de los dos Estados (palestino e israelí) constituye la única salida posible al conflicto en cuestión. La sesión, que se prolongó durante largas horas, culminó con la declaración de varios países –entre ellos Francia que es un miembro permanente del Consejo de Seguridad y con derecho de veto– en la que anunciaron su reconocimiento del Estado palestino. Se seguía, por tanto, la estela de Reino Unido, Australia, Canadá y Portugal, que un día antes se habían pronunciado en el mismo sentido.

El rey Felipe VI interviene en representación de España al inicio de la segunda jornada de apertura del nuevo periodo de sesiones de la Asamblea General de Naciones Unidas.
EFE/Casa de S.M. el Rey/Jose Jiménez

Como era de esperar, el reconocimiento masivo acecido en estos días a favor de Palestina ha sido atacado duramente por Estados Unidos e Israel. Ambos afirman que ello no sólo conlleva una recompensa para Hamás, sino que pone trabas a un potencial acuerdo de paz. António Guterres, secretario general de la ONU opina, sin embargo, que “la creación de un Estado para los palestinos es un derecho, no una recompensa”. Por su parte, Mahmud Abas, líder de la Autoridad Palestina –a quien no se le ha permitido asistir físicamente– ha declarado que Hamás no tendría papel alguno en este nuevo escenario que la ONU ha vuelto a poner sobre la mesa.

En este punto, conviene recordar que el reconocimiento de un Estado es un acto político voluntario que cada nación decide libremente. No existe, por tanto, la obligación jurídica internacional de reconocer a un nuevo país, aun cuando una determinada entidad territorial cumpla con los criterios estipulados en la Convención de Montevideo de 1933 (a saber: población permanente, territorio definido, gobierno efectivo y capacidad para entablar relaciones con otros Estados). Dicho lo cual, el apoyo progresivo y paulatino que está recibiendo el pueblo palestino constituye un dato positivo en la medida en que su condición de Estado se está viendo apuntalado por una parte significativa de la comunidad internacional. El ochenta por ciento de los países así se ha manifestado. De tal manera que si bien su reconocimiento no es –por el momento– universal, se consolida su lugar en el mapa político global como una realidad difícil de ignorar.

Abas
El presidente palestino, Mahmud Abbas, intervino por videoconferencia ante el veto de Trump

Sea como fuere, a la luz de la cruda contienda bélica que Israel ha desatado sobre la Franja de Gaza en estos más de veintitrés meses, los referidos actos de reconocimiento tendrán –a buen seguro– un impacto limitado sobre el terreno si no van acompañados de medidas adicionales. En este sentido, sería recomendable implementar acciones diplomáticas y sanciones contundentes (tanto a nivel estatal como en el seno de la propia ONU) que ejerzan presión sobre Israel para que, como primera medida, ponga fin a sus operaciones militares que están diezmando a la población palestina. Además, debería proporcionarse un apoyo humanitario efectivo y sostenido en el tiempo. Y, por supuesto, promover el camino hacia unas auténticas negociaciones de paz en las que la normativa internacional sea el único marco de referencia. De lo contrario, los pasos dados en estos días se verán ensombrecidos y carecerán de valor alguno más allá del puramente simbólico. Es preciso, por tanto, que este momentum internacional no decaiga y que las acciones emprendidas no se acaben transformando en una oportunidad desperdiciada. Hay que aprovechar, en definitiva, el rumbo esbozado en estas semanas para –primordialmente– poner fin a la muerte diaria de palestinos. Una tragedia que los medios de comunicación de todo el mundo documentan sin cesar. Además, no hay que olvidar que la ONU arriesga su credibilidad en el orden internacional si no logra traducir que las declaraciones en favor del reconocimiento de Palestina se tornen en acciones concretas y efectivas que contribuyan a frenar la violencia y a sentar las bases de un proceso de paz real.

Sin ánimo de aventurarse más de la cuenta, parece harto complicado que la ONU sea capaz de lidiar con este conflicto. Ello, en parte, se debe a que Estados Unidos, firme aliado de Israel, ha dejado clara su postura y nada sugiere que los discursos ni los encuentros en Nueva York hayan modificado un ápice sus planteamientos. El Consejo de Seguridad, único órgano con capacidad real de actuación, parece que seguirá atrapado en su habitual parálisis. Israel, por su lado, no se ha dignado a comparecer. Más aún, ha amenazado con tomar medidas unilaterales drásticas ante el creciente alineamiento de la comunidad internacional y ha afirmado, de manera tajante, que no aceptará la existencia de un Estado palestino. Por tanto, pese a que algunos Estados han decidido dar un paso acertado y muy conveniente, el horizonte no parece ser muy alentador. Parafraseando a Albert Einstein quien –en 1930– advirtió que un entendimiento entre árabes y judíos sería la clave a la hora de garantizar una vida digna y segura para unos y otros, cabe lamentar que, casi un siglo después, ese escenario de convivencia sigue siendo una quimera. La postura del Gobierno israelí demuestra que la cerrazón no sólo persiste, sino que existe un muro infranqueable, tan vergonzoso como el de hormigón, con el que perpetúa la separación y la injusticia.

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