Las bombas arancelarias del tornado Trump y las tensiones bélico-políticas del paisaje internacional, con Putin como principal adalid, sólo añaden al escenario económico internacional incertidumbre y dudas en esta segunda parte del 2025. Pese a esto, el crecimiento económico, aunque desigual por geografías, resiste, la inflación parece controlada, el consumo aguanta y el empleo presenta buenas cifras. Pero la incertidumbre geopolítica y los vaivenes comerciales van a continuar y hay que estar preparado para que en cualquier momento salte de la chistera el conejo de las sorpresas.
Es cierto que el crecimiento es bastante más moderado de los evidenciados antes de la pandemia y de la guerra de Ucrania. Por cierto, no sé si es por casualidad, que últimamente me han preguntado en algún que otro cóctel si habrá o no habrá guerra en Europa. La cuestión tiene miga, pues estas generaciones privilegiadas, nacidas después de la II Guerra Mundial, nunca nos habíamos enfrentado a la crueldad de esa tesitura. Pero la hipótesis ahí está, mientras Putin siga alimentando el conflicto en Ucrania e invadiendo impunemente espacios aéreos europeos. Y, según algunos expertos, los países del Sur de Europa no estamos tan lejos de las zarpas del oso ruso como nos engañamos.
Aunque la guerra es economía, volvamos a lo nuestro. Los rasgos generales enunciados no son homogéneos. No lo son ni en crecimiento, ni en inflación, ni en productividad ni en el resto de los parámetros. Y otra realidad, es que la bonanza general de la macroeconomía, cacareada por los gobiernos -el nuestro es un gran ejemplo de autobombo-, se enfrenta a un abismo al chocar con la sensación de amplios estamentos de la población que sufren problemas de vivienda, de pérdida de poder adquisitivo, de desigualdad creciente, de expectativas defraudadas, que viven en la precariedad.
El Banco Mundial presume un debilitamiento del crecimiento mundial hasta llegar al 2,3% en 2025, con una leve recuperación para los dos ejercicios siguientes. “El crecimiento podría ser aún menos si aumentan las restricciones comerciales o persiste la incertidumbre en materia de políticas”, señala en su último informe “Perspectivas económicas mundiales”. De hecho, estas circunstancias han provocado una reducción de las previsiones de crecimiento en el 70% de todos los mercados. No se prevé una recesión mundial, pero sí un crecimiento promedio en el conjunto de la década que será el más lento desde los años sesenta. La reversión de esta situación y, por tanto, una hipotética recuperación provendría de que las economías principales digirieran las tensiones comerciales, controlando las incertidumbres y combatiendo la volatilidad financiera.
El Banco Mundial en su último informe vaticina un crecimiento en Estados Unidos del 1,4% para este año y del 1,6% para el 2026, muy lejos del 2,8% del pasado ejercicio La Zona Euro, según las mismas previsiones, se moverá en un crecimiento inferior al 1% este año y los inmediatos próximos. Japón presenta una situación similar a la de la Europa continental. Por el contrario, China adelanta un crecimiento por encima del 4% y la India entre el 6% y el 7%. Rusia, pese a su conflicto armado y sus sanciones, apunta a alrededor del 1,5%, muy inferior, eso sí, al 4,3% de 2024. Latino América, en su promedio, estará por debajo del 2,5%, aunque la Argentina de Milei apunta a un esperanzador 5%. Según el Banco Mundial, en los países emergentes o en desarrollo “las moderadas perspectivas limitan su capacidad para impulsar la creación de empleo y reducir la pobreza”, agravado por una reducción de la inversión extranjera.
Si la incertidumbre es generalizada, lo es en mayor medida en los Estados Unidos, en los que el fantasma de una recesión sigue amenazando su futuro a corto plazo, pese a la visión triunfalista de Donald Trump. Las cifras de empleo, la inflación con tendencia al alza, la bajada de tipos, la amenazada autonomía de la Fed, el impacto en precios y consumo de las subidas arancelarias y unos mercados bursátiles disparados dibujan un escenario pletórico de dudas. Puede que no se llegue a la recesión, pero las opciones de una estanflación, con un crecimiento bajo y una inflación mayor son notables. A estos se añade, una posible caída del consumo interno, por la subida de precios provocada por los aranceles, y los costes financieros de su desmesurada deuda.
La situación en Europa no es mucho más prometedora. Con la excepción del crecimiento español, por encima del 2,5%, la perspectiva es muy plana. En otros terrenos, la inflación está muy controlada, el paro está en unas cifras excelentes, el euro se revela fuerte y las bolsas suben y suben. No se sabe cómo encajará el impacto de los acuerdos comerciales con los Estados Unidos y su ya crónica debilidad tecnológica, mercados financieros y defensa. La región debería a hacer frente a un programa de enorme inversión y a una normalización de su hiper regulación. Por supuesto, debería clarificar su política de inmigración y generar ilusión en una población descontenta que siente la amenaza de un empeoramiento de sus condiciones de vida, lo que da paso a la búsqueda de soluciones populistas y a una creciente polarización política. En suma, Europa precisa de una recuperación de su peso geopolítico en el concierto internacional y de un giro drástico de su economía.
Las perspectivas son siempre mejores en Asia, empujadas por la pujanza de una mimada India y por el poderío chino, aunque sus cifras, no dejan de levantar dudas, pues se presume que las cosas no van también como alardean en su mercado interno.
Vivimos un mundo agitado, en el umbral de cambios impredecibles y con los tambores de guerra sonando en algunas regiones del planeta. Un mundo tenso, polarizado, con una crisis de valores y de políticas. Un mundo en el que cada vez conviven más la riqueza y la precariedad. Un mundo en el que los valores de la libertad, la democracia, la multilateralidad y la solución pacífica de los conflictos están en una creciente crisis.



