Opinión

La muerte del centro, el funeral de la institucionalidad

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La apertura del año judicial se ha presentado frente a nosotros como una suerte de radiografía con la que poder tomarle el pulso a por dónde va a discurrir este curso que viene marcado por citas electorales autonómicas y que trae consigo la incógnita de hasta cuándo va a poder resistir Sánchez antes de tener que colocar las urnas. Tras la entrevista del presidente en TVE, en la que no desaprovechó la oportunidad de atacar a la judicatura y lanzar, al más puro estilo caciquista, consejos al CGPJ, se rumoreó que gran parte de la carrera andaba inmersa en un debate sobre la idoneidad y la manera de hacer algún tipo de gesto que sirviera para escenificar el descontento de la profesión hacia los continuos ataques del Ejecutivo a la independencia judicial. Además, claro está, de representar el rechazo a la anomalía que suponía que el Fiscal General, al borde del banquillo de los acusados, acudiese a este acto cuando sobre su figura planean sombras cada vez más oscuras.

La Justicia y sus representantes, han vuelto a dar una lección de saber estar y han demostrado que en estos momentos son, junto a la monarquía, el pilar más fuerte de nuestra asediada democracia. Pese a la tentación y la infinidad de motivos que tienen para mandar a freír espárragos a los que les están haciendo la vida imposible, asediándolos e introduciéndolos en sus campañas de acoso y derribo, no han perdido en ningún momento los papeles y se han mantenido firmes en el rol institucional que les corresponde. Saben cuáles son las maneras correctas de manifestar su descontento, y no necesitan ni ejercer de pandilleros ni vestirse de hooligans para dejar cristalino el hartazgo que llevan a cuestas.

El discurso de Isabel Perelló es la clara prueba de ello. Ya el año pasado, en su primera intervención como presidenta del Supremo, marcó unas líneas maestras y unos límites que esta vez se ha ocupado en remarcar con más contundencia si cabe. No le hizo falta ni gritar, ni gesticular de esa manera ridícula con la que gesticulan los que no confían en la razón y en el fondo de lo que cuentan. Perelló fue la voz de la cordura entre tanta miseria moral, el estandarte humano que puso pie en pared sin necesidad de demoler y desconchar ninguno de los cimientos que mantienen esta nación. Me reafirmo que su nombramiento es una de las mejores noticias de los últimos tiempos. Hay quien cree que debería haber sido más contundente, son los mismos que piensan que la contundencia va de la mano de la macarrada. No entienden que la manera de defenderse de quienes están queriendo demoler con sus maneras barriobajeras y su indigencia moral lo que tanto ha costado construir no es imitarlos, sino retratarlos, mostrando que sigue estando en pie un estilo de obrar y de ejercer.

Por eso dista tanto el papel que están teniendo los miembros de la judicatura con el de nuestros políticos, entre los que incluyo al indeseable Álvaro García Ortiz que, en su eterna huida hacia adelante, pergeñó un discurso que, por lo jocoso y lo estrambótico, parecía parido por esos asesores monclovitas que se han instalado en una realidad paralela de la que no quieren o no pueden salir. Dijo el fiscal general imputado, el mismo que borró los mensajes de su teléfono torpedeando la investigación que lo acorrala, que si estaba allí es porque cree en la Justicia, en el Estado de derecho, en la imparcialidad y en la verdad. Así, todo junto. Me faltó que dijera, ya que estaba, que creía también en la vida eterna de los carnavales (Juan Carlos Aragón dixit). A ver, que una cosa es creer y otra ejercer, que a lo mejor es que cree en todas esas cosas, pero para que las cumplan los demás, no él, que tiene que cumplir con los mandatos de los que le colocaron en ese puesto del que está dispuesto a salir con los dos pies por delante.

Es por ello, por todo lo que tenía que perder y ha perdido el PSOE con este lamentable espectáculo que define su deriva, que resulta inexplicable que el Partido Popular haya decidido compartir el foco junto a la ignominia de la rosa mustia con su errónea decisión de no asistir al acto. No por manida es menos cierta esa máxima de que no hay que despistar al adversario cuando se equivoca, pero parece que eso no va con la planta noble de Génova 13, que en vez de dejar que todos los titulares fueran copados por el Fiscal y el discurso de Perelló, ha conseguido con su ausencia que lo que tenía que ser un clamor se disuelva en otra trifulquilla politiquera. Le ha dado armas a un socialismo sin argumentos para que señalen la falta de institucionalidad del principal partido de la oposición, y así seguir engordando ese relato tramposo de que el PP está situado en la antipolítica. Pero claro, es que no se lo podían poner más fácil.

El fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz a su llegada al Tribunal Supremo para el tradicional acto de apertura del año judicial presidido por Felipe VI
EFE/ Fernando Villar

Díganme si no creen que era infinitamente mejor haber ido, haber acompañado al Rey, y luego, en la puerta, frente a los medios, decir que se está trabajando para revertir esta situación anómala, para que este sea el último año en el que los jueces tengan que aguantar el bochorno de ser señalados tanto por el ministro de Justicia como por el presidente del Gobierno, que el fiscal general del Estado debe dimitir. Eso es lo que hubiera hecho un partido con sentido de Estado, que de verdad quiere hacer de la sensatez su leit motiv. El plante de los populares lo coloca a la misma altura de ese Vox echado al monte y lo aleja de ese votante centrado, que por mucho que digan los sabihondos politólogos de salón, sigue existiendo. Esta jugada del PP es un regate corto, una filigrana absurda que solo vuelve a dejar al descubierto la avería que tienen en su brújula. Lo definió muy bien Arturo Pérez Reverte en su entrevista en El Hormiguero esta semana, mientras que la ultraderecha sabe perfectamente hacia donde se dirige y repite en bucle sus ideas, el PP anda pegando palos de ciego, sin un rumbo claro, dando volantazos. No se puede un día ir de vestido de una cosa y al siguiente de la contraria.

Para ser una alternativa real tienes que mantener un perfil institucional, y de ese carril no hay que moverse por más cantos de sirena que se reproduzcan por los altavoces mediáticos interesados. Eso es tener personalidad y proyecto, y no ir como pollo sin cabeza, a merced del miedo a que te está ganando un espacio que tú mismo estás regalando por acomplejado. Después de aquellos días de febrero en los que Pablo Casado y Teodoro García Egea salieron disparados por la ventana de la sede, escribí que con la llegada de Feijóo las canas habían vuelto al PP. En sus primeras intervenciones como líder nacional, el gallego repitió en varias ocasiones que no era un político de tuits, que venía a ilusionar, a reparar todo lo que se estaba rompiendo, a traer de vuelta la política para adultos, que iba a recuperar la centralidad.

El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, y la líder del Ejecutivo madrileño, Isabel Díaz Ayuso.
Europa Press

Hasta hace bien poco, se hablaba de las dos almas del PP. La que encarnaba la moderación de Juanma Moreno y la que reposaba en la chulería punki de Isabel Díaz Ayuso. Se vendió que habría un equilibrio entre las dos, que serían compatibles. Hoy vemos que era todo fanfarria, que la balanza se ha inclinado hacia el estilo canalla y destroyer de la madrileña. Lo que no sé si calibran los spin doctors y los estrategas que han decidido que así van a taponar a Vox es que no es creíble. Primero porque lo que le sirve a Ayuso en Madrid no es extrapolable para el resto de España Y segundo porque lo que hace Ayuso lo puede hacer Ayuso. No solo es ridículo querer vestir a Alberto Núñez Feijóo de rockero, es que sencillamente no es creíble. Debería dedicarse a tocar lo que sabe, el Paquito el Chocolatero, y centrarse en ese votante huérfano de centralidad, que busca una alternativa seria y fiable, y no una formación que quiera combatir a Sánchez jugando a lo mismo que juega Sánchez e imitando a Santiago Abascal, el bote salvavidas que ha salvado al número 1 de todos sus naufragios. Sigan, sigan, maten otra vez a Chanquete en un nuevo Verano Azul.