Mi madre tenía la teoría de que el calor excitaba muchísimo, en el sentido de que exaltaba mucho los ánimos. Prueba de ello, decía convencida, es que las dos grandes guerras mundiales del siglo XX comenzaron en verano. Esta reflexión me vino a la mente al escuchar hace un par de días el ataque frontal de Santiago Abascal a los obispos españoles.
A raíz de la moción aprobada por el Ayuntamiento de Jumilla, los prelados tuvieron la osadía de defender el derecho a la libertad religiosa en España. El presidente de la Conferencia Episcopal, monseñor Luis Argüello, pidió al mismo tiempo a los musulmanes que viven en España que defiendan a los cristianos perseguidos por los países islámicos que se muestran impasibles ante las matanzas de cristianos. Sin ir más lejos, hace unos días decenas de ellos fueron decapitados en diversas zonas de Mozambique y en junio más de 200 católicos fueron masacrados en Nigeria quemados vivos, tiroteados, o muertos a machetazos.
El caso es que Santiago Abascal ha considerado ofensivas las palabras de los obispos y ha arremetido contra ellos por el silencio que mantienen ante la política migratoria y las políticas de género del Gobierno. Es decir que, ya puestos, metemos todo en el mismo saco y utilizamos la política de brocha gorda contra ellos. El líder de Vox encuentra dos posibles razones ante esta apatía de la jerarquía eclesiástica: o que reciben subvenciones para atender a los inmigrantes ilegales y desvían parte de ese dinero para otras causas, o por los casos de pederastia.
Abascal siempre se ha presentado como el adalid de la defensa de los valores cristianos en España, pero ha debido de olvidar que una de las partes esenciales del Evangelio es precisamente, la de las Bienaventuranzas. Ya saben, aquello de “tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber…” Y si por algo se caracteriza en nuestro país la Iglesia católica es por su misión pastoral, nunca bien ponderada. A este paso el líder de Vox va a ser como Enrique VIII de Inglaterra, que pasó de ser nombrado por León X como “Defensor de la Fe”, a crear su propia religión y erigirse como cabeza de la Iglesia anglicana.
Decía Felipe González que los populistas son aquellos que plantean soluciones simples a problemas complejos, problemas que nunca se acaban solucionando, claro y, si no, que se lo digan a Pablo Iglesias que asaltó a los cielos llegando a ser vicepresidente del Gobierno y acabó estrellado contra el suelo. Lo mismo le puede pasar a Abascal. Y es que, sí, la inmigración puede ser problemática en algunos aspectos que hay que abordar sin mirar hacia otro lado o sin caer en discursos buenistas y aquí está parte del error de los partidos tradicionales, que no han sabido afrontar estos desafíos, y que están alimentando opciones como la de Vox.
Hasta el portavoz de Esquerra Republicana en el Congreso, Gabriel Rufián ha llegado a admitir en una entrevista en el diario El Mundo que la izquierda “debe hablar de orden, de seguridad y de multirreincidencia” y que la gente que viene aquí “tiene que aceptar un mínimo de códigos, de normas de convivencia y de sociabilidad”. Confieso que tuve que leer dos veces estas declaraciones para creerme que efectivamente habían salido de su boca, “Cosas veredes”, pensarán algunos, aunque quizá sea cosa de los calentones del verano.