Anestesiada por el algoritmo, la clase media —los trabajadores profesionales— desaparece lentamente. Se empobrece a diario, condenada a la supervivencia. El trabajo ha perdido su sentido porque solo sirve para pagar las cuentas, que además crecen con un ritmo mayor al salario. Trabajar sabiendo que mañana estarás peor, es sin duda el mayor problema de nuestro tiempo, pero nadie habla de él. Y no es casualidad.
El poder político es estéril frente a esa situación. Los Estados-Nación ya no tienen soberanía económica frente a la financiación global. Por eso ignoran el tema y, en cambio, se dedican a dar la batalla cultural. Esa que nadie ganará mientras haya democracia, porque esta se basa en el pluralismo y la libertad de conciencia, que es individual y no colectiva. Este es el secreto mejor guardado: la política ya no puede resolver los problemas transversales del bien común.

Para camuflar su impotencia, los partidos se dedican a dividir a la sociedad entre buenos y malos, en clave de guerra civil: ellos o nosotros. En perfecta comunión con los algoritmos digitales, fabrican problemas ficticios para consolidar una base electoral que les permita alternarse el poder, sin que ninguno resuelva los problemas de la gente.
Imaginemos una comunidad de vecinos. En el primer piso vive una joven que acaba de abortar; en el segundo, un inmigrante recién llegado; en el tercero, un españolista de bandera extendida; en el cuarto, un bisexual; en el quinto, un separatista; en el sexto, un funcionario público; en el séptimo, un nómada digital; y en el octavo, el dueño de una PYME. Tanto el algoritmo como el discurso político polarizante, los hará creer que su problema está representado en alguno de sus vecinos, por cuestiones correspondientes al ámbito personal de cada quien. Pero la verdad es que ninguno perjudica al otro por lo que son o hagan con su vida al cerrarse la puerta. Se trata de una falacia que evita que se den cuenta de lo que los une, el problema común: la precarización salarial.

Casi ninguno podrá renovar el contrato de arrendamiento para seguir viviendo ahí, porque sus ingresos valen cada vez menos respecto al valor real de las cosas. Llevan años empobreciéndose lentamente, trabajando más para vivir peor. Un problema que ninguna ideología política actual sabe (y tampoco quiere) resolver, más allá de señalar culpables que mantengan a la sociedad dividida con debates placebo. Que si los okupas, que si los fondos buitres, que si el turismo, que si los inmigrantes, que si los grandes tenedores… Un cóctel de medias verdades que solo sirven para disimular su inutilidad.
Actualmente en España el salario más frecuente (modal) es apenas 4% mayor al salario mínimo, mientras que el 70% de la población gana menos del equivalente a dos salarios mínimos. Una precarización estructural del salario que solo será agravada por la IA. ¿Por qué no se está hablando de esto?

Los profesionales son los obreros del siglo veintiuno, pero con matices no menores: 1) Son prescindibles, 2) Hay más demanda laboral que oferta, 3) No tienen conciencia de clase, y 4) Están entretenidos dando la batalla cultural sumergidos en sus burbujas digitales. En definitiva, no se unirán para defender sus intereses; al contrario.
El problema es que la clase media es el principal producto y sostén de la democracia. Su deterioro es directamente proporcional al deterioro del sistema. Un círculo vicioso. Mientras tanto se comienzan a normalizar cuestiones como la renta única universal, la democratización de la especulación (criptomonedas), la uberización de la economía, el “emprendimiento” y la monetización en redes (influencers). Todas vendidas en clave positiva, pero que no son más que un reflejo de la precarización, con una causa común intuitiva espeluznante: ya no se podrá vivir del empleo.



