Opinión

Las aventuras del Capitán Zafio: el hundimiento del barco pirata

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Hoy en el hemiciclo se ha hundido en directo el barco pirata sobre el que navega esta legislatura. Y eso que Sánchez, el Capitán Zafio, con un temperamento renovado que distaba mucho de la pose victimista que ha adoptado en las últimas semanas, se ha empeñado en continuar con su farsa. “No voy a tirar la toalla”, ha dicho el púgil chulangano y noqueado. Le ha faltado añadir que no iba a tirar la toalla porque se la suda, porque se la trae al pairo presidir un Gobierno y un partido que ha sido el núcleo de la más puerca y desvergonzada corrupción monetaria y política. Y eso que estaban sus socios, colaborando en el naufragio, tratando de salvar las pertenencias de sus camarotes mientras dejaban morir cualquier resquicio de dignidad que aún, en un remoto e hipotético futuro, se les podía presumir. “Tiene que hacer usted algo más”,  han repetido a coro todos menos Podemos, que ha sido muy duro, y el PNV, que ha jugado a peneuvear, haciendo las preguntas correctas, pero sin concretar nada.

Los pasajeros de este particular Titanic, que linda con el enorme e insorteable iceberg de la putrefacción sanchista, han decidido, como era previsible, seguir sosteniendo el cadáver de este Ejecutivo terminal, a la espera de que los avances en las causas judiciales le den el golpe de gracia definitivo. Y entonces se harán los sorprendidos, pero serán aún más cómplices de esta infamia de lo que lo son hoy, que ya es decir. Ha sido enternecedor escuchar a Eternamente Yolanda vociferar y clamar por ‘un giro hacia la izquierda’ tras siete años de los gobiernos más progresistas y feministas de la historia. O ver a Gabriel Rufián comunicar que con lo que hay encima de la mesa no se puede tumbar a un Gobierno. No le parece suficiente motivo al rapero de ERC que el último secretario de organización, y mano derecha hasta hace un mes de Sánchez, esté entre rejas. Tampoco que el penúltimo y su fiel escudero vayan camino de ello, entre audios y audios, entre miseria y miseria.

El navío iba a la deriva, pero los compañeros de viaje de este timonel desquiciado creen que es buena idea seguir un rato más con la pantomima, que antes de dejar que se hunda, pueden rascar algo, que les dará tiempo a sacar los botes salvavidas y huir como ratas antes de que el géiser de cochambre les estalle en la cara. Hoy han decidido seguir sosteniendo a pulso la sombra de ese hombre desintegrado que continúa cegado en ese afán de resistir a toda costa. Pero por mucho maquillaje y mucha cosmética, harían falta todos los Primor y Aromas de España para tratar de disimular acaso una minúscula parte de todo el deterioro que lleva en su haber, el presidente convaleciente no puede disimular ni con toda la chulería del mundo que está sonado, completamente perdido en esa bruma que es su legado. La anécdota que mejor refleja su fragilidad y su auténtica desubicación es ver cómo atendía con cara de nene bronqueado a la portavoz del PNV con el pinganillo puesto mientras ésta le hablaba en un perfecto castellano.

Sánchez ha hecho lo único que sabe hacer: dar patadas hacia adelante a un balón pinchado. Ha ensayado en su primera intervención el yo solo sé que no sabía nada, que me han traicionado y que confié en quien no debía, para luego proseguir con ese ‘y tú más’ que cada vez suena más ridículo y cabrea más a la ciudadanía que asiste estupefacta en directo a los escándalos diarios que publica la prensa a la que este sujeto decidió tachar de pseudomedios. En su réplica, el Capitán Zafio se ha puesto a enumerar los casos de corrupción del PP, además de, en un intachable ejercicio de cinismo, incluso para él, ha empezado a echar paladas de mierda sobre Felipe González para explicar que lo suyo no era tan grave. También, por no perder las costumbres, ha agitado, sin éxito, el espantajo manido de una ultraderecha que no le dio el juego que esperaba, ya que, fieles a su cita con la pereza y la holgazanería, Abascal y los suyos abandonaron la bancada tras una discreta e insulsa intervención.

Lo que no esperaba el espectro de La Moncloa ha sido encontrarse enfrente a un Feijóo tan enérgico como solvente, que recordaba a aquel que le propinó una tunda memorable en aquel cara a cara de la campaña de las últimas elecciones generales. El gallego ha resucitado revitalizado y ha cambiado el gris por el multicolor, repartiendo piñas dialécticas de todos los colores, capitalizando, con un estilo sobrio, pero contundente, el sentir y el descontento de todos los españoles que no tragan con este tufo constante a cañería. “Ya está bien”, ha repetido Feijóo remarcando la incredulidad ante el cemento armado que compone el rostro del capitán pirata que no dudó en acusar de corruptos a Ayuso, Juanma Moreno y un sinfín de cargos populares. De ahí ha nacido la bofetada que fue el gran hit de la sesión: “¿De qué prostíbulos ha estado viviendo usted, señor Sánchez?”. Con aquello, Feijóo reventó el tabú de los negocios del padre de Begoña Gómez y cruzó un Rubicón del que se intuía una máxima: no se compare conmigo, si usted va a estar lanzándome fango a la cara, yo también sé jugar a ese juego, y tiene todas las de perder.

Sánchez y los suyos han gesticulado, se han hecho nuevamente las plañideras y las víctimas. La sincronizada comenzó con el relato de la carroña, pero ni eso les servirá. Aún resuena en la memoria de los españoles aquella vomitiva intervención de María Jesús Montero haciéndose eco sobre un bulo acerca de la mujer de Feijóo (del que, por cierto, nunca se retractó), y esos gestos de un Sánchez encolerizado que, a su lado, le decía a los populares que habría más, que saldrían más cosas. El Capitán Zafio ha salido de allí encomendándose a la amnesia veraniega, sin ganas de comer después de que le dieran de almorzar realidad, sabiendo que el timón del barco no está en sus manos y que, antes o después, más tarde o más temprano, su futuro político acabará en el fondo oscuro del mar. Y que todos esos pececillos que hoy le aplauden, mañana serán los tiburones que disfrutarán con sus despojos.