Opinión

Las consecuencias del odio en línea

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Hace unos días contacté por Instagram con una gran profesional a la que admiro muchísimo para proponerle participar en un proyecto y su respuesta me dejó muy impactada. Ella había sufrido acoso digital a raíz de sus trabajos y publicaciones feministas y por ello decidió cerrar sus cuentas en las redes sociales y abandonar su pasión y su forma de ganarse la vida. Mi propuesta le gustaba, pero no sabía si aceptar. Por un lado, le daba miedo volver a revivir ese odio en línea y, por otro, lleva varios años sin practicar. Su testimonio fue una sacudida.

Estamos hablando de un problema grave que provoca que mujeres profesionales reconocidas dejen de hacer aquello en lo que son valoradas, poniendo en riesgo su bienestar y su economía. ¿Por qué las leyes y las plataformas digitales no se actualizan para proteger debidamente a las mujeres? ¿Somos conscientes de la pérdida que esto supone, no solo a nivel individual sino también social y cultural?

Miedo a la exposición pública

Las mujeres que han sufrido el odio machista en línea terminan cerrando sus perfiles en las redes injustamente. No son ellas quienes hacen mal uso de la tecnología, sino quienes insultan y acosan amparados por el anonimato y la complicidad de las empresas tecnológicas. Las pocas cuentas que mantienen activas están protegidas o en modo privado. Esta es una manera de filtrar, pero también de limitar sus interacciones sociales y oportunidades laborales. Al ser menos visibles tienen menos proyección, lo que les cierra puertas para futuros proyectos. El número de seguidores es cada vez más importante para optar a determinados puestos, así que, además del hostigamiento, sufren una penalización laboral.

Muchas víctimas de los ataques virtuales desarrollan pánico a ser grabadas en charlas y conferencias, ya que cualquier fragmento es susceptible de ser cortado y compartido de manera que provoque odio hacia ellas. Algunas, incluso, temen salir en fotografías, por el miedo a los deepfakes, memes y vídeos generados por IA. El odio digital no solamente trastoca la actividad digital sino también el comportamiento en la vida física.

Autocensura

La consecuencia más directa de estos ataques virtuales es el miedo a hablar con libertad. Poco a poco las mujeres van reduciendo su participación en foros, evitan opinar y modifican sus contenidos para protegerse. Dar declaraciones en medios sobre temas de actualidad puede ser otro disparadero del odio, así que declinan entrevistas, podcast y debates. Esta excesiva precaución va minando también su autoestima y construyendo un sentimiento de inseguridad que influye hasta en conversaciones con amigos y familiares. No podemos decir que vivimos en democracia si parte de la ciudadanía tiene miedo a expresarse.

Secuelas emocionales y físicas

La preocupación de no poder hacer lo que les gusta, quedarse sin trabajo y recibir insultos o agresiones físicas tiene un impacto devastador en la salud física y mental. Vivir con miedo puede debilitar el sistema inmune, provocar problemas digestivos y musculares, insomnio, fatiga, afectar a la memoria y la concentración. A nivel emocional, la ansiedad puede desembocar en depresión y contribuir al desarrollo de una percepción aterradora del mundo. Las mujeres que sufren el odio machista digital mantienen una tensión corporal constante porque están en modo de lucha o huida, lo que produce dolor muscular y un agotamiento que puede llegar a ser crónico.

Que haya cada vez más mujeres abandonando las redes debería hacernos recapacitar. No podemos permitir que la mitad de la ciudadanía no se sienta segura y protegida en un espacio que es crucial para las relaciones humanas y el trabajo. Necesitamos construir un espacio digital más humano, más libre y más democrático.