Yorgos Lanthimos ha vuelto a dividir al público. Tras el éxito de Pobres criaturas, su nueva película, Bugonia, llega a los cines españoles envuelta en un torbellino de reacciones que van del entusiasmo absoluto al desconcierto más feroz. Hay quien la define como una obra maestra contemporánea y quien la tacha de puro delirio autocomplaciente. Lo cierto es que la cinta confirma lo que muchos sospechaban: el cine de Lanthimos no busca gustar, busca perturbar.
El regreso de un autor que incomoda
Estrenada hoy en toda España, Bugonia marca el reencuentro del director griego con Emma Stone, su musa más inspirada y también su mejor cómplice. Juntos construyen un relato en el que el humor negro y la ciencia ficción se mezclan con la crítica social y la paranoia moderna. La historia parte de una premisa tan absurda como inquietante: dos hombres, convencidos de que la directora de una gran farmacéutica es una alienígena que planea destruir el planeta, deciden secuestrarla para salvar la Tierra.
A partir de ahí, Bugonia se adentra en el terreno donde Lanthimos se mueve con más soltura: el del absurdo elevado a categoría moral. El director convierte el secuestro en un laboratorio de ideas sobre el poder, la manipulación y la culpa colectiva. Lo que empieza como una sátira grotesca sobre las teorías conspirativas se transforma, poco a poco, en una parábola sobre la humanidad y su necesidad de encontrar monstruos donde tal vez no los haya.
Emma Stone, en estado de gracia
La interpretación de Emma Stone en Bugonia es, según muchos críticos, el alma de la película. Su Michelle Fuller es fría, elegante y misteriosa. En sus silencios se esconde algo que el espectador no logra descifrar del todo. ¿Es víctima o verdugo? ¿Humana o impostora? Lanthimos juega con esa ambigüedad, manteniendo la tensión entre lo real y lo imaginario hasta el último fotograma.

Jesse Plemons, por su parte, encarna al hombre que decide secuestrarla con una mezcla de ternura y fanatismo. Su personaje, Teddy, representa la obsesión por la verdad absoluta en un mundo saturado de información falsa. En Bugonia, Lanthimos retrata ese miedo moderno a que todo —el poder, la ciencia, la política, incluso el amor— sea una farsa cuidadosamente diseñada.
Una fábula sobre el poder y la conspiración
Como ya hizo en La favorita o Langosta, el cineasta griego usa el humor para desarmar la tragedia. Bugonia es, al mismo tiempo, una comedia retorcida y un thriller filosófico. Las escenas de tortura se mezclan con diálogos absurdos, las teorías alienígenas con metáforas ecológicas, y el resultado es un cóctel de ideas que incomoda tanto como fascina.
La palabra “Bugonia” alude al antiguo mito de la generación espontánea de las abejas. Se creía que de los cuerpos de los animales muertos surgían enjambres nuevos. Lanthimos adopta ese concepto para hablar de destrucción y renacimiento, de un planeta que muere mientras busca la forma de regenerarse. En esa clave ecológica, la película plantea una reflexión inquietante. Quizá la humanidad, como las abejas del título, deba morir para que algo nuevo pueda florecer.
Entre el amor y el odio
La crítica ha sido implacable… y contradictoria. En Rotten Tomatoes, Bugonia mantiene una puntuación cercana al 90 % de aprobación, pero las opiniones son diametralmente opuestas. The New Yorker la ha calificado de “obra hermosa y perturbadora sobre la culpa humana”. The Guardian, por su parte, la considera “una fábula desmedida que tarda demasiado en despegar”.
En España, las primeras reseñas siguen esa misma línea. Algunos medios destacan la audacia estética del filme y la fuerza simbólica de su guion. Otros critican su frialdad y su tendencia al exceso. Lo que todos coinciden en señalar es que Bugonia no deja indiferente: o te atrapa o te expulsa. No hay término medio.

Yorgos Lanthimos parece haber asumido ese destino. Sus películas son, desde hace tiempo, ejercicios de provocación moral. No le interesa la empatía tradicional ni la narrativa convencional. Le interesa el desconcierto. En esta nueva aproximación a su cine, el espectador nunca sabe de qué lado debe ponerse, porque todos los personajes, incluso los más inocentes, tienen algo de monstruo.


