Opinión

León XIV, el niño que jugaba a ser sacerdote

María Dabán
Actualizado: h
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El nombre del cardenal Robert Prevost había ganado enteros en las horas previas al cónclave, pero él nunca pensó que podrían elegir a un Papa americano, y así se lo había dicho a su hermano John días antes. A uno de los vicarios de Madrid, agustino como él, le mandó un mensaje diciendo: “Todo está en manos de Dios”. Y Dios habló.

Hace nueve meses, el entonces cardenal Prevost aseguró que el Espíritu Santo nunca abandona a la Iglesia y, al parecer, tampoco lo ha hecho en esta ocasión. En estos días pasados se hablaba mucho de cómo tendría que ser el nuevo Pontífice. Había quienes, como el cardenal alemán Gerhard Müller, pedían una vuelta a la ortodoxia porque Francisco, decía, “ha creado confusión y hay que poner orden”, y había también quienes pensaban que las puertas que había abierto el fallecido Pontífice ya no se iban a poder cerrar, que no había vuelta atrás.

La elección de Prevost parece haber dado la razón a los segundos, especialmente al escuchar su mensaje desde el balcón de la Basílica de San Pedro: sus primeras palabras fueron para hacer, en estos tiempos tan turbulentos, un llamamiento a la paz, paz “desarmada y desarmante”, decía. Pero León XIV fue más lejos y abogó por una Iglesia unida, pobre, de acogida, misionera, abierta a todos, que atienda a los pobres y construya puentes. “Dios nos ama, añadía, nos ama a todos. El mal no prevalecerá”. Algunos han dicho en las últimas horas que, en realidad, el preferido por Francisco para sucederle, no era su secretario de Estado, Pietro Parolín, sino este hombre, misionero de vocación como él, con quien departía todos los sábados un par de horas.

León XIV seguirá el camino de Francisco, (de hecho, en su propio Dicasterio para los Obispos había incluido en él a mujeres con poder ejecutivo), y es un firme defensor de la sinodalidad de esa Iglesia que tienen que seguir construyendo laicos y ordenados; aunque desde el primer momento ha dejado claro que va a marcar también su propio estilo. De hecho, su forma de salir a saludar a los fieles por vez primera supuso una vuelta a la tradición vaticana que su antecesor rompió en 2013. Él, apareció con la sotana blanca, la muceta roja de terciopelo, la cruz pectoral de oro y la estola bordada.

Desde el balcón, León XIV recibía tímido, nervioso y emocionado, casi con lágrimas en los ojos, la ovación de las decenas de miles de personas que se agolpaban en la plaza, acordándose quizá de esos padres profundamente religiosos y ya fallecidos que no podían compartir con él ese momento.
El nuevo Papa cumplirá en septiembre 70 años y está en esa edad ideal para ser Pontífice, a juicio de muchos cardenales: ni muy joven para que se eternice en el trono de San Pedro, ni muy viejo para hacer frente a la ingente labor que tiene por delante. Y es que, se suele decir que sus eminencias quieren “un Santo Padre, no un Padre eterno”.

Francisco afirmaba que ser Papa es “un martirio”, y algo similar debió de sentir Benedicto XVI cuando renunció, pero el nuevo Pontífice sabe que, cuando Dios te llama, no puedes decir que no. De niño, Bob, como era conocido, jugaba ya a ser sacerdote, y utilizaba como altar la tabla de planchar de su madre, aunque nunca pensó que sería el sucesor de Pedro. Él, que siempre quiso ser misionero, tiene ahora encomendada la misión más difícil de todas, las que Jesús encargó a Pedro: pastorear y apacentar a sus ovejas.

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