El escritor demiurgo es aquel capaz de condensar la humanidad en su obra. Nos reconocemos en Homero, en Safo, en Cervantes o en Shakespeare porque, en su literatura, el tiempo es infinito y el espacio universal. Lo mismo pasa con Jorge Luis Borges, quien escribió en su “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz”: “Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es”.
Me pregunto, a propósito de este domingo electoral extremeño, cuándo supo María Guardiola para siempre quién es, y si es que ese momento ha llegado. Si ocurrió en su infancia, a la edad de tres años, cuando su padre se fue a por tabaco y no volvió y su madre, Dolores, maestra de Infantil, se plantó con sus dos hijos, María y su hermano Fernando, en casa de la abuela, donde se forjó una niña que de mayor quería ser Teresa de Calcuta. Me pregunto si lo hizo mientras doblaba camisas en Cortefiel y repartía guías telefónicas para pagarse la carrera de Empresariales, en la que sacó notazas.
Quizá fue mucho después, en el ecuador del 23, cuando, habiendo ganado a lo Sánchez –obtuvo los mismos diputados que el difunto Guillermo Fernández Vara, pero el socialista la superó en votos– en aquellas autonómicas, rechazó férreamente pactar con Vox. O cuando Esperanza Aguirre, en la toma de posesión de Ayuso, le cantó las cuarenta por sus rajadas contra el partido de, según la cacereña, “quienes niegan la violencia machista”, “usan el trazo gordo”, “deshumanizan a los inmigrantes” y “tiran a una papelera la bandera LGTBI”. O cuando, definitivamente, se tuvo que tragar sus palabras y pactar con los muchachos de Abascal, su dolor de muelas más insoportable. Ella, que, siguiendo por Borges, quería comerse a los caníbales.
Quizá sucedió este verano, cuando Extremadura fue una delegación del Infierno, mientras en la región ardían decenas de miles de hectáreas y Guardiola soportó mejor que Mañueco y Rueda el pulso de Vulcano. O el 27 de octubre, cuando anunció elecciones porque, a diferencia del yerno de Sabiniano, no estaba dispuesta a gobernar sin presupuestos: “Estamos aquí para transformar Extremadura y para impulsar su crecimiento”. No descarto que fuera el 5 de diciembre, después de que Abascal advirtiera en el Hoy que, “si Guardiola se empecina, quizá el PP tenga que cambiar de candidatos”, y ella replicó: “Igual me tienen un poquito de miedo el señor Abascal y los señoros de Vox. Yo no tengo miedo ninguno”. O el 18, cuando se supo que unos choros birlaron 124 sobres con votos y 14.000 lereles en la oficina de Correos de Fuente de Cantos, y la candidata, tirando de hipérbole, derrapó –o no– y encendió la sirena de emergencia: “Están robando nuestra democracia delante de nuestros ojos”.
Guardiola, casada, madre de dos hijos, que se llama igual que la hija influencer del entrenador del Manchester City, quizá lo haya sabido este domingo: ha sumado un mísero diputado a los 28 que tenía; Vox, media docena. Resultado: 29-11. Guardiola, que tantas mujeres ha sido, no ha sido nunca aquella en cuyo abrazo desfallecía la mayoría absoluta. A ver en qué queda la cosa.
Con este resultado, el gran Iván Redondo haría maravillas.



