El Occidente hoy tísico que forjaron griegos, romanos y judeocristianos, ese Viejo Mundo confortable, democrático e hipersensible que mastica, como un chicle insípido, palabras como igualdad o libertad, y que se proclama, cual perro ladrador, casa de refugiados, paladín de los oprimidos y dios protector de las minorías, no es consciente de lo que se cuece allende sus fronteras y, si lo es, cuando menos, parcialmente –véase Palestina, véase Ucrania–, cumple como plañidera con contrato fijo discontinuo, pega su berrido, muestra su pancartita y, en cuanto concluye la jornada laboral, hasta luego, Lucas, o a las mariscadas, si es alto cargo de CCOO o de UGT.
La República Democrática del Congo, el segundo país más extenso de África, quizá sea la máquina de picar carne más grande, y una de las más corruptas, del mundo. El miércoles nos enteramos de que su Gobierno y el Fútbol Club Jordi Pujol, digo, el Fútbol Club Barcelona –durante la dictadura, Fútbol Club Francisco Franco– firmaron un patrocinio por cuatro años “con el objetivo de promover el fútbol, la cultura del deporte y la paz”. “El Club”, anunciaba en un comunicado la entidad deportiva catalanista que preside Joan Laporta, “contribuirá a enriquecer la formación de los jóvenes deportistas del país mediante la transmisión de su ecosistema de valores, un pilar indiscutible del modelo y el estilo Barça”. Igual en Kinsasa fundan la Escuela Deportiva José María Enríquez Negreira, o algo así.
En febrero, David Lorao contaba en Artículo14 que la República Democrática del Congo se enfrenta “a una de las peores crisis humanitarias de los últimos años tras el avance del grupo rebelde M23”, amén de que más de cien presas fueron violadas y, posteriormente, quemadas vivas durante la fuga de una prisión. Según el propio Ejecutivo congoleño, más de 2.000 personas han muerto en los enfrentamientos entre el Ejército y los rebeldes –900, según la ONU–. Por su parte, mientras el Barça firmaba su contratito, León XIV lloraba el asesinato de cuarenta y tres cristianos que, durante la noche del 26 al 27 de julio, en la parroquia de Bienheureuse-Anuarite, en la aldea de Komanda, sin distinción de sexo o edad, fueron pasados a machete por carniceros de las Fuerzas Democráticas Aliadas (ADF), que cuentan con el apoyo de Estado Islámico, según Vatican News.
“Mientras encomiendo a las víctimas a la misericordia amorosa de Dios”, dijo el Papa, “rezo por los heridos y por los cristianos de todo el mundo que siguen sufriendo violencia y persecución, instando a cuantos tienen responsabilidades a nivel local e internacional a colaborar para prevenir tragedias similares”. El pasado 19 de febrero, otros 70 cristianos fueron decapitados en Kasanga, otra aldea congoleña. Según la asociación Puertas Abiertas, 4.476 cristianos fueron asesinados por su fe en 2024 en África; 355, en la República Democrática del Congo.
Muy pocos periódicos nacionales se han ocupado de ello, y no seré yo quien culpe a los colegas: las masacres de cristianos no venden. A la tropa le interesa más la presencia de enanos en la fiesta de Lamine Yamal que el asesinato indiscriminado de –habrá quien lo piense– unos meapilas que viven muy, muy lejos. Con su pan se lo coman. Y luego, si vienen, se les abrirá las puertas del Reino de España para que sean marionetas de la explotación, de las mafias y de los profesionales, mediáticos o no, de la pena. Valors.