Opinión

Prevenir el incendio de nuestros derechos

unas manos de varios hombres rodean a una mujer de espaldas
Actualizado: h
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Este verano se nos está llenando la retina de incendios forestales. Por mucho que se hagan campañas de prevención, cada año vemos cómo arden miles de hectáreas de nuestra preciada naturaleza. Hemos sabido a través de Marta Corella, vicedecana del Colegio Oficial de Ingeniería Forestal, que el 80% de estos incendios son provocados, ya sea intencionadamente o por negligencia, y, sin embargo, a nadie se le ocurre suspender las campañas de prevención contra el fuego. Porque, aunque no se puedan evitar todos los incendios, prevenir sigue siendo imprescindible y renunciar a esa tarea sería, sencillamente, una temeridad.

Pero cuando hablamos de otro incendio —silencioso, persistente y devastador— como es la violencia machista, hay quien se atreve a decir que prevenir no sirve para nada. Lo dijo hace unos días Roberto Barba, juez especializado en violencia de género y, para mayor estupor, actual director general de Loita Contra a Violencia de Xénero en la Xunta de Galicia. Según él, las campañas de prevención no logran frenar los asesinatos de mujeres. Por tanto, son inútiles. Dicho de otro modo: como sigue habiendo fuegos, dejemos de educar contra el fuego. Como siguen matando, dejemos de intentar que no maten.

La lógica de Barba no sólo es profundamente equivocada, sino peligrosamente irresponsable. En primer lugar, porque ignora algo elemental: muchas campañas preventivas no eliminan el fenómeno al que se enfrentan, pero salvan vidas, abren ojos, generan rechazo social y activan mecanismos de alerta.

Además, en el caso de la violencia de género, el efecto más visible de la prevención no siempre es una reducción inmediata del número de víctimas mortales, sino la aparición de una mayor cantidad de denuncias y testimonios que antes quedaban ocultos por el miedo, la vergüenza o la normalización del maltrato. La concienciación no incrementa la violencia, la hace visible. Y ese es el primer paso para combatirla.

Aunque luego Barba rectificó y pidió disculpas, había ido mucho más allá. En un giro tan sorprendente como ofensivo, llegó a culpar a las propias mujeres de provocar la violencia. Según su discurso, es el deseo —y el derecho— de separarse lo que desata el estallido del agresor. Como si el detonante del crimen fuera el ejercicio de libertad de la víctima y no la cultura de dominación del agresor. Se trata de una lógica que, en lugar de cuestionar la violencia, cuestiona el derecho a vivir sin ella.

Es una propuesta tan delirante como aquella otra, inolvidable, de George W. Bush cuando quiso luchar contra los incendios… talando árboles. Ahora, el plan parece ser talar derechos de las mujeres. Recortar sus libertades. Poner cortafuegos a la igualdad para no molestar al patriarcado. Y lo más grave es que estas ideas no salen de un tertuliano cualquiera, sino de quien ostenta una responsabilidad pública en la lucha contra la violencia machista. Que el PP haya situado en un puesto con esa responsabilidad a alguien que pueda llegar a manifestarse en estos términos es una demostración de que la igualdad está muy lejos de ocupar un puesto relevante entre sus prioridades.

Mientras se juega a relativizar la violencia de género, las cifras siguen gritando. En lo que va de 2025, 23 mujeres han sido asesinadas en España a manos de sus parejas o exparejas. Desde 2003, son ya 1.317. En 2024, se registraron cerca de 200.000 denuncias. Son datos que convierten a la violencia machista en el principal problema de seguridad en este país.

Por tanto, las campañas de sensibilización no son un adorno. Constituyen una herramienta clave en una estrategia integral para erradicar la violencia contra las mujeres. Sirven para informar, para formar, para identificar comportamientos abusivos, para generar entornos seguros, para acompañar a las víctimas, para educar en igualdad.

Negar la utilidad de la prevención es, en realidad, parte de una estrategia más amplia: la de blanquear el machismo, cuestionar los avances en igualdad y romper el consenso social, político y científico que tanto ha costado construir. El negacionismo no solo se disfraza de escepticismo, también se disfraza de lógica perversa: “si te matan por dejarlo, no lo dejes”. “Si denunciar no salva, no denuncies”. “Si prevenir no garantiza el 100% de efectividad, no prevengas”.

Pero la realidad es otra: la prevención funciona. No se trata solo de evitar muertes, que ya sería suficiente. Se trata de desactivar el machismo desde la raíz. De cambiar mentalidades, actitudes, estructuras. De transformar una cultura que sigue premiando la dominación, justificando la violencia y cuestionando la palabra de las mujeres. Porque, como bien ha señalado Miguel Lorente, el machismo no es solo conducta: es cultura. Esa cultura que habla de “divorcios duros”, cuando un hombre maltrata a una mujer que, simplemente, ya no quiere estar con él.

Este país ha sido pionero en muchas cosas. En el reconocimiento del feminismo como una causa de justicia. En la creación de leyes que protegen a las víctimas. En la construcción de un consenso social que ha salvado miles de vidas. Y no vamos a dejar que se queme todo eso porque a algunos les incomode la verdad.