Opinión

Que alguien se tome en serio a TVE

Ángeles Caso
Actualizado: h
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Me había prometido a mí misma que no lo haría: desde el pasado lunes, no iba a permitir que mi dedo se detuviese sobre el número 1 de los canales en el mando de la televisión entre las cuatro y las ocho y media de la tarde. Ayer, sin embargo, en el momento de escribir este artículo, pasé por ahí unos minutos para verificar que no estaba equivocada y que tal vez lo que TVE estuviera ofreciendo fuese algo muy distinto de lo que yo imaginaba.

Por desgracia, no lo estaba. Ahí aparecieron de nuevo todos esos “personajes” que durante años han estado presumiendo en una televisión privada de ser ignorantes, han hablado de todas las chorradas imaginables como si estuviesen dándonos una clase sobre un asunto crucial, han despellejado a mujeres por su físico o su comportamiento asegurando al mismo tiempo que eran feministas, nos han puesto delante de los ojos las partes más cutres, incultas, cotillas y desequilibradas de una sociedad que ya no sabe con qué entretenerse. Ahí están haciendo otra vez lo mismo, pero ahora en la televisión pública. En este mismo instante, mientras arranco mi texto y apago el sonido insoportable de su griterío, un rótulo anuncia en pantalla: “Un momento muy calentiktok. Nuria Marín rescata el archivo de TVE con imágenes que Lolita no querría volver a ver”.

El archivo de TVE… La clave, Informe Semanal, Rockopop, La bola de cristal, Estudio 1, Metrópolis, Cuentos para no dormir, y tantos y tantos programas —muchos de ellos, y duele decirlo, hechos en los años finales del franquismo— que marcaron las vidas de infinidad de personas, y reportajes y documentales y películas y series que serían el orgullo de cualquier archivo audiovisual del mundo. Ese tesoro lleno de momentos vibrantes, de talento y esfuerzo colectivo, de humor y tragedia, de realidad imponente y espléndida ficción, convertido ahora en el objeto kitch y ridículo de un programa absurdo.

¿Qué ha ocurrido? Yo trabajé ahí, en los servicios informativos de TVE, hace muchos años, y también en RNE. Superando el desconocimiento total que me acompañaba el primer día, aprendí a admirar a los trabajadores de esa casa, desde los técnicos hasta los directivos de la época, empeñados todos en una labor dificilísima, exigente, arriesgada, frágil y sometida para colmo no solo a la opinión volátil y caprichosa del público, sino también a las exigencias a menudo vanidosas y a veces insolventes de los políticos y otros poderes.

Televisión y radio públicas

Aprendí a creer en la televisión y la radio públicas, guardianas de un papel complejo y delicado, que mezcla la exigencia de informar de manera rigurosa con la de entretener sin desmanes y permitir el acceso de una población numerosa a conocimientos y experiencias que la gran mayoría de las cadenas y emisoras privadas, empeñadas en obtener grandes beneficios, no están dispuestas a facilitar.
Sigo creyendo en esa televisión y esa radio. Sigo admirando a los profesionales que trabajan ahí, en Torrespaña, en Prado del Rey, en los centros territoriales, haciendo esfuerzos a veces enormes y contracorriente, y no siempre reconocidos como es debido. Y estos días pienso en la vergüenza que deben de estar sintiendo muchas de esas personas al ver cómo sus platós, sus cámaras, sus grandes conocimientos técnicos y hasta su impresionante archivo se ponen al servicio de una causa que nadie sabe muy bien cuál es.

Alguien del entorno del presidente del gobierno (quien quiera que sea que se dedique a esto) debería darse cuenta de que lo único importante en una cadena pública no es solo la información, que TVE, por otra parte, sigue haciendo muy bien. Alguien debería pararse a pensar que eso que llaman el “entretenimiento” es un espejo de la sociedad que sostiene esa televisión y que, al mismo tiempo, la forma y la conforma, en un proceso imparable de retroalimentación. El discurso de las pantallas afecta a nuestro propio discurso, y no solo en lo relativo a si el partido tal lo hace mejor o peor que el partido cual.

El “entretenimiento” puro no existe. Tiene ideología, aunque no lo aparente. Es un acto político, mucho más manipulable en su opacidad —y por ello mucho más peligroso— que los actos políticos puros. Alguien debería preguntarse sobre cuáles son los intereses de una parte de las productoras que están detrás de algunos de los programas de “entretenimiento” de TVE, más allá de la obvia ganancia económica. Alguien debería oponerse al evidente desmantelamiento de RNE y de la 2, seguido ahora sin tapujos por el desmantelamiento de la 1. Alguien debería tomarse en serio todo esto. Entretanto, me uno al grito colectivo: un programa como ese, con mis impuestos, no.

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