Ninguna mujer se libra de la opresión machista, esté en el país que esté. En Europa las mujeres hemos conseguido los mismos derechos que los hombres ante la ley, aunque en la práctica todavía perviven comportamientos que nos relegan a un segundo plano y nos perjudican. En países de religión musulmana existen grandes restricciones a la libertad y los derechos de las mujeres como la dificultad para acceder a la educación y al empleo, el control masculino, la dificultad para divorciarse o tener la custodia de los hijos y una menor libertad de movimiento.
Aunque no todos los países musulmanes tienen los mismos niveles de desigualdad de género, en muchos las mujeres están obligadas a ir cubiertas con un velo, como el hiyab o el burka, en espacios públicos. Cuando las mujeres llevan este tipo de prendas en países con una mayor igualdad, se suele generar una colisión cultural que abre debates en torno a su posible regulación.
Este verano la alcaldesa de Ripoll (Gerona) ha decidido prohibir el uso del burkini, un traje de baño que cubre completamente el cuerpo y la cabeza de las mujeres, en las piscinas públicas del municipio, desafiando la normativa del Govern y provocando una ola de opiniones a favor y en contra. ¿Se puede considerar el burkini una prenda de baño como otra cualquiera? ¿Es su prohibición una medida efectiva para lograr la igualdad?
“Que vayan como quieran”
El comentario más recurrente para quitarse el debate de encima es equiparar el burkini a otras prendas femeninas. Es la opción “buenista” de quien prefiere no meterse en problemas, pero denota no haber indagado sobre el tema. Esta declaración es peligrosa, ya que no puede situarse al mismo nivel una prenda obligatoria, con otras que resultan de la libre decisión de las mujeres que las llevan. Ciertamente el machismo tiene efectos y condiciona la forma de vestir de las mujeres en la mayoría de las culturas, pero los grados y las consecuencias son distintas. En Europa las mujeres no nos exponemos a ser agredidas ni a perder la vida, si no nos vestimos de una determinada manera.

¿Parte de la diversidad?
Resulta paradójico que en algunos países se esté considerando la prohibición del burkini mientras vemos cada vez a más mujeres con velo protagonizando campañas de igualdad y anuncios publicitarios. En algunas ciudades, como Birmingham, hasta han instalado un escultura que celebra “La Fuerza del Hijab”. Que no se excluya a ninguna mujer por su cultura es un gesto igualitario, que se confunda a la ciudadanía presentando como empoderador un objeto de opresión, es todo lo contrario. Tenemos que ser muy precisas para no discriminar sin dejar de señalar lo que nos impide llegar a la igualdad. Nosotras también seguimos reflexionando sobre la imposición machista que hay en nuestros hábitos y eso es algo positivo que nos permite mejorar.
La prohibición como estrategia
Algunas personas argumentan que prohibir el uso de burkinis en las piscinas públicas provocaría que esas mujeres no puedan bañarse porque, ante el conflicto entre la ley externa y la presión familiar, dejarían de ir a estos espacios. Sin embargo, la prohibición provocaría una hipervigilancia pública hacia estas mujeres, con escenas tan desafortunadas como la de hace unos años en Francia, en la que varios policías rodeaban una mujer musulmana en la playa.
Estos actos vuelven a poner el foco sobre las víctimas y no sobre quienes son responsables de la opresión, los hombres dentro del sistema patriarcal que las obligan a vestirse de ese modo. Esos hombres no son asediados por la policía, ni aparecen retratados en la prensa como sujetos conflictivos. La estrategia de añadir más presión sobre estas mujeres, oprimidas por el machismo y discriminadas por el racismo, no parece la mejor vía para lograr un cambio. Quizás la medida puede ser más efectiva otros ámbitos, como la escuela, donde los padres sí están obligados a llevar a sus hijas menores y no veríamos a ningún policía yendo a detener a unas niñas.
Si la preocupación es por el efecto que su uso pueda tener en nuestra población, en Europa hemos desarrollado ya una mirada suficientemente crítica como para identificar la opresión que suponen esas prendas. Ver burkinis en las piscinas no va a desatar las ganas de llevarlo ni que acabemos normalizándolo. En este sentido, puede ser mucho más dañino el uso de imágenes de mujeres con velo en contextos publicitarios o de igualdad como si fuese una prenda más.
Si la pregunta es burkini sí o burkini no, desde el feminismo la respuesta debería estar clara: burkini no. Si la pregunta es si prohibirlo en las piscinas, no parece la acción más considerada con las víctimas, ni la más efectiva.