Opinión

¿Se está feminizando la sociedad y eso es malo?

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El bloguero J. Stone afirmó en una publicación que “todas las cancelaciones son femeninas” porque las mujeres tienden a usar el ostracismo y los chismes para excluir a otros, un comportamiento que, según él, se amplifica cuando dominan un espacio. Siguiendo esta idea, ha causado polémica el artículo de Helen Andrews The Great Feminization publicado en la revista Compact este pasado 17 de octubre. El texto se hizo viral, llegando a superar las 175.000 vistas, y ha generado debate en diversos círculos, pero también acusaciones de misoginia. Andrews argumenta que la “gran feminización”, definida como el aumento masivo de la presencia de mujeres en instituciones clave de la sociedad, como el mundo intelectual y la universidad, el derecho, la medicina y los negocios, ha transformado negativamente la cultura occidental. Según ella, esto ha reemplazado valores “masculinos” como la racionalidad, el riesgo y la competencia por patrones “femeninos” como la empatía, la seguridad y la cohesión grupal, lo que ha generado fenómenos como el wokismo y la “cultura de la cancelación”. Andrews cita ejemplos concretos: en el derecho, las mujeres priorizan la empatía sobre las garantías procesales; en la medicina, los doctores ahora usan pines con mensajes políticos; y en los negocios, se fomenta un ambiente de “no ofender” que puede llegar a frenar la innovación.

Manifestación feminista - Sociedad
Una manifestación feminista durante la celebración del 8M (EFE)

Como digo, ha habido respuesta desde muchos frentes. Por ejemplo, Leonora Barclay, jefa de podcasts en Persuasion, escribió su réplica “The Great Feminization Hasn’t Gone Far Enough” una semana después. Barclay, desde una perspectiva feminista liberal, criticó el argumento de Andrews como simplista y sexista, y con su sarcástico título sugirió que la feminización aún no había ido lo suficientemente lejos. Argumentó que el texto se basaba en estereotipos obsoletos como que los hombres son inherentemente racionales -olvidando la ira tan masculina de un Trump- y que las mujeres son emocionales. Y afirmó que no existe evidencia de que la presencia femenina cause directamente el wokismo porque es un fenómeno reciente, no paralelo al aumento gradual de mujeres en el mundo profesional desde los 70.

Barclay también destacó los beneficios de la influencia femenina: en la diplomacia, dice, los acuerdos de paz duran un 20-35% más si incluyen mujeres, y cuestiona que Andrews ignore la empatía femenina cuando le conviene. Propone un equilibrio muy razonable: abrazar lo positivo de ambos géneros (masculinidad y feminidad) para construir una sociedad justa, sin culpar a las mujeres por problemas sistémicos. Su texto es una defensa matizada del feminismo, enfatizando que el verdadero avance sería mitigar los excesos de ambos sexos, no revertir la igualdad.

Un ejemplo en fotografía de las mujeres trabajadoras del siglo XX.

David French, por su parte, columnista conservador “nunca Trump” y evangélico, publicó su crítica por las mismas fechas en el NYT bajo el título “How Women Destroyed the West” (una ironía al argumento de Andrews). French coincide con la idea de que la mayor participación femenina ha cambiado la sociedad -reconociendo diferencias disposicionales estadísticas entre hombres y mujeres- y que esto ha tenido “inmensas consecuencias”. Sin embargo, rechaza la tesis central como defectuosa y emocionalmente cargada. Critica que Andrews subestime la emoción en la masculinidad, por ejemplo: la rabia de la nueva derecha o la de Trump, y ve hipocresía en culpar a las mujeres por “sentimientos” mientras se ignoran los propios. Argumenta que el wokismo no es solo “femenino”, sino un producto de ideologías extremas, y que la fortaleza de Occidente radica en el equilibrio entre razón/emoción y masculino/femenino; no en revertir la igualdad. French ve el ensayo como un lamento reaccionario que ignora cómo la inclusión de “la mitad de la humanidad” ha enriquecido la vida nacional, y advierte que culpar a las mujeres distrae de problemas reales como el autoritarismo masculino.

Rob Henderson, psicólogo y autor conservador, discute el tema en su newsletter y podcast el 30 de octubre de 2025 con el título “The Great Feminization Hypothesis”. En una conversación con Louise Perry, Henderson explora la idea de Andrews de manera neutral-analítica, sin rechazarla del todo. Analiza cómo la feminización podría alterar dinámicas grupales: los hombres desarrollaron patrones competitivos para la guerra y las mujeres cohesivos para la protección de crías, y esto explica cambios en las instituciones. Henderson sugiere que el wokismo surge de comportamientos femeninos amplificados en entornos en línea (donde la agresión física se reemplaza por la verbal/social), pero también culpa a los hombres: apoyaron el feminismo por motivos egoístas como promocionarse socialmente o para el acceso sexual (sí, eso tan antiguo como el mundo), y ahora las mujeres les cambian el entorno. Usando un tono más exploratorio que el de French o Barclay, asegura que la verdadera solución pasaría por reconocer diferencias sin extremos. Henderson, que forma parte de la derecha intelectual, ve potencial en la hipótesis para entender desigualdades, aunque advierte contra algunas simplificaciones biológicas.

En resumen, el artículo de Andrews ha polarizado a un público sensible a este tipo de temas. Los conservadores lo ven como un diagnóstico valiente del declive cultural, mientras que los críticos más a la izquierda y algunos liberales lo tachan de misógino y reduccionista. Pero en general las respuestas destacan la necesidad de equilibrio de género, no retrocesos. La misma Andrews no culpa a las mujeres como tales, sino al desequilibrio institucional. Y su propuesta de revertir las políticas de discriminación positiva para restaurar el mérito son muy sensatas. Porque la razón y la objetividad son valores que deben guiar tanto a hombres como a mujeres. Hay maneras demostradas de hacer bien las cosas y las diferencias sexuales no deberían influir.

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