Como ciudadana tengo la impresión de que, cada vez que pasa una tragedia en España, los que menos están a la altura son los políticos. Lo vimos con la riada de Valencia (recomiendo siempre escuchar lo que contó en el Senado el escritor Santiago Posteguillo, testigo directo de lo ocurrido) y lo estamos viendo estos días con los incendios. Las cifras hasta el momento son escalofriantes: 4 fallecidos, cerca de 350.000 hectáreas quemadas, al menos 600 millones de pérdidas para agricultores y ganaderos y 10.000 millones de gasto en la extinción de los fuegos.
Las comunidades autónomas de todo signo han sido solidarias unas con otras: han coordinado esfuerzos, han ayudado con material propio… pero, una vez más, ha sido vergonzoso el choque entre las regiones afectadas y el Gobierno. Para cualquier ciudadano, lo lógico sería que, desde el primer momento, las dos administraciones trabajaran al unísono, que los medios llegaran con prontitud, pero nada de eso ha pasado. Quizá algunas de las comunidades autónomas no calibraron lo que se les venía encima y suya es, en primera instancia, la competencia y la responsabilidad en la materia, pero, ¿por qué el gobierno central se mantuvo a la espera viendo lo que estaba sucediendo? Pedro Sánchez, blindado en su retiro vacacional de La Mareta, tardó diez días en llamar a los presidentes autonómicos, y doce en visitar por primera vez las zonas afectadas, cuidándose muy mucho, eso sí, de no acercarse a ningún ciudadano que le pudiera echar en cara su inacción.

Por si esto no fuera poco, el ministro Óscar Puente y la directora de Protección Civil y Emergencias, Virginia Barcones, han azuzado la bronca política día sí, día no. El titular de Transportes ha llegado a criticar la precariedad de los contratos de los bomberos forestales, ignorando, quizá, que algunas comunidades subcontratan con la empresa Tragsa, empresa de titularidad pública que, en ocasiones, es quien paga esos míseros contratos (y cuya filial Tragsatec contrató, no lo olvidemos, a la amiga de Ábalos, Jessica Rodríguez, que recibió un sueldo pagado con el dinero de todos por no hacer nada).
Con todo este panorama no es de extrañar, pues, que los españoles muestren cada vez más desafección por la política tradicional y en este río revuelto quienes salen beneficiados siempre son los extremos (por cierto, ¿dónde ha estado Santiago Abascal estos días?)
Lo que los partidos deberían preguntarse ahora es, ¿qué hacer para que esto no se repita cada año? Lo que parece lógico es que, si temperaturas son más cálidas, tendremos que adaptar nuestros sistemas de prevención y extinción a ellas. Y lo que no parece lógico, es que cada vez haya más legislación medioambiental que impide limpiar los montes porque toda esa maleza, esos pastos secos, esas ramas, esas piñas, que no se recogen, son material combustible para cualquier incendio. La España vaciada no ayuda a esa situación, pero hay expertos que proponen lo que llaman servicios ecosistémicos que ayudarían en esas labores de limpieza de los montes.

Un experto me decía el otro día que una oveja puede limpiar una hectárea de terreno, ¿por qué entonces no se ayuda a los ganaderos a que eso pueda ser posible? Hasta ahora, los Ayuntamientos exigían dinero por ceder sus tierras de pastos a los ganaderos que, al bajo precio de la carne tienen que sumar estas cantidades, lo que hace que a nadie le salga rentable ese negocio. ¿Por qué no hacer lo contrario, pagarles a ellos para que el ganado haga esta labor? Siempre será más barato que gastarse 10.000 millones de euros en apagar unos incendios muy difíciles de controlar.
A veces da la sensación de que quienes nos gobiernan son como el hombre que se acercó a un pastor y le dijo: – ¿Si adivino el número de ovejas que tiene, me puedo llevar una?
-Claro- le contestó.
– Pues tiene usted 414
– Pues sí, y ¿cómo lo ha sabido?
– Muy fácil, contando las patas y dividiéndolas entre cuatro
-Bueno, pues llévese la oveja que quiera
Ya cuando el hombre se iba, el pastor le dijo: -Oiga y, ¿si yo adivino quién es usted, me puedo quedar su coche?
– Claro, hombre
– Pues usted es el ministro de Agricultura y Ganadería
– Y, ¿cómo lo ha sabido?
– Porque se estaba llevando el perro pastor.
Pues eso.