Pedro Sánchez debía haber estado el pasado jueves en París, junto a Emmanuel Macron, Volodímir Zelenski y Keir Starmer, en la reunión de la Coalición de Voluntarios por Ucrania. Su presencia estaba cargada de significado: había quedado fuera de varios encuentros anteriores y quería reafirmar el lugar de España en la primera línea de la diplomacia europea. Sin embargo, una avería en el Falcon presidencial frustró el viaje.
El avión despegó de Torrejón, pero regresó a la base poco después por una anomalía detectada en vuelo. El presidente acabó interviniendo desde Moncloa, conectado por videoconferencia. El gesto simbólico de estar en la foto quedó reducido a una pantalla.
El incidente, más allá de la anécdota técnica, vuelve a poner bajo los focos a la flota presidencial. Estas aeronaves, compartidas con la Casa del Rey y los ministros, han sufrido en los últimos años incidentes parecidos. Todos ellos han tenido la misma consecuencia: preguntas sobre su antigüedad, costes de mantenimiento y conveniencia de una renovación que nunca llega.

La seguridad ante todo
Los ingenieros aeronáuticos recuerdan que la aviación civil y militar está diseñada para soportar fallos sin comprometer la seguridad. Jaume Sanmartí, vocal de la delegación catalana del Colegio Oficial de Ingenieros, subraya que “la gran mayoría de los fallos permiten continuar el vuelo con seguridad y son muy pocos los que requieren interrumpirlo”. Sólo unas pocas anomalías, añade en conversación con Artículo14, están relacionadas con “el tren de aterrizaje, el aire acondicionado/presurización y los motores”.
Lo ocurrido con el Falcon de Sánchez entra en ese reducido grupo de incidencias que imponen la vuelta a tierra. El porqué concreto, sin embargo, no ha trascendido por razones de seguridad nacional.
En casos de despresurización, explica Sanmartí, “los pasos comunes del procedimiento consisten en colocarse las máscaras de oxígeno e iniciar un descenso rápido a la altura de seguridad”. La clave está en aplicar el protocolo con calma, sin precipitación. Por eso, en la formación de los pilotos se insiste más en diagnosticar bien la avería que en reaccionar de inmediato. “Son pocas las emergencias que requieren tomar acción inmediata”, señala. Lo fundamental es “identificar y evaluar la situación adecuadamente antes de tomar acciones”.

¿Aviones viejos o decisiones políticas?
La pregunta que resurge tras cada episodio es si los Falcon presidenciales son ya demasiado viejos. Sanmartí recuerda que “un avión de más antigüedad que cumpla el programa de mantenimiento prescrito dispone de un nivel de seguridad equivalente a otro más reciente”. La diferencia no está en la seguridad, sino en los costes.
En la aviación comercial, lo que empuja a renovar flota es el dinero: con el tiempo, el mantenimiento resulta más caro que adquirir un aparato moderno. Pero en las aeronaves de Estado operan otros criterios. “Los detalles de la operación y el mantenimiento del avión presidencial son datos reservados del Ministerio de Defensa y sin conocerlos no es posible emitir un juicio al respecto”, explica.
Ese secretismo alimenta la controversia política. La oposición aprovecha cada avería para hablar de deterioro de la flota y para cuestionar la gestión del Gobierno. Moncloa, por su parte, evita abrir un debate que le obligaría a explicar gastos millonarios en plena austeridad presupuestaria. Comprar o arrendar nuevos aviones tendría un coste elevado y un desgaste político inmediato así que la estrategia, por ahora, es aguantar con lo que hay.

La política detrás del incidente
El fallo del Falcon alteró la escenografía de la cumbre parisina. Mientras Macron y Zelenski se mostraban juntos en la capital francesa, Sánchez apareció en pantalla. Aun así, el presidente evitó la peor lectura: quedar ausente. Su intervención telemática le permitió mantenerse en la conversación, participar en los anuncios y defender la posición española sobre Ucrania. Todo un balón de oxígeno después de pasar un verano en la periferia de la agenda internacional.
Cada incidente con la flota presidencial es más que un fallo técnico. Es un recordatorio de que el Estado también se representa en sus símbolos: aviones, residencias oficiales, escoltas. Mantenerlos o renovarlos es una decisión política -y a menudo impopular-.
La diplomacia española llegó a la cumbre, aunque sin despegar del todo. Y el debate sobre los Falcon, de momento, seguirá en tierra, a la espera de que alguien asuma el coste político de decidir qué hacer con ellos.