Elma Saiz ha hecho del verano una pasarela mediática. Según el barómetro de julio del CIS de Tezanos, sólo el 15,2% de los hijos de la piel de toro identifica a la que, desde el 21 de noviembre de 2023, es ministra de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones del Reino de España. “Hasta aquí hemos llegado”, ha dicho esta pamplonica del 75, que se ha marcado su propia tournée de Dios audiovisual y que utiliza las redes sociales con una maestría inédita en el ecosistema político patrio: ojo cuidao, en el mejor de los sentidos, a sus perfiles de Instagram y hasta de TikTok. A Dulceida le ha salido una dura competidora en lo suyo –no me pregunten qué es exactamente lo suyo; mi reino no es de este mundo–.
La socialista evita la estridencia y gasta, según me cuentan, una educación exquisita. En algún medio he leído que está separada; la web del Ministerio, por su parte, apunta que está casada y que es madre de dos hijos. Licenciada en Derecho, hizo un máster en Asesoría Fiscal y tiene experiencia profesional allende la política. Ha sido diputada socialista del Parlamento Foral de Navarra, delegada del Gobierno en la Comunidad Foral –primera mujer en ostentar el cargo–, consejera de Economía y Hacienda y portavoz del Grupo Municipal Socialista en el Ayuntamiento de Pamplona, hasta que Sánchez la nombró ministra trinitaria, a lo Bolaños. Es muy amiga de Fernando Grande-Marlaska y, sobre todo, de Carlos Cuerpo, con quien no sólo sale a correr por Washington: en enero, defendió abiertamente al ministro de Economía después de las duras críticas de Yolanda Díaz en el marco del debate de la reducción de jornada. Hace dos años, El Mundo la describió como “la ministra de Santos Cerdán encargada del traspaso al PNV de la Seguridad Social”. He buscado elogios de Saiz al que fuera secretario de Organización del PSOE y no los he encontrado.
Sí es cierto que, siendo consejera de Economía y Hacienda, Saiz blindó e impidió, presupuestos mediante –tiene narices–, la jubilación del director de Nuevas Infraestructuras, Jesús Polo, el funcionario que presidió la mesa de contratación del proyecto del desdoblamiento de los túneles de Belate, quien, presuntamente, desniveló el concurso dando la mejor calificación a la UTE de la trama de Cerdán, la que formaban Acciona y Servinabar. Por ello, la ministra compareció en el Senado el 27 de junio. Desde este martes, sabemos que no hará lo propio en la comisión de investigación del Parlamento de Navarra gracias al PSOE, a EH Bildu y a Geroa Bai, no sea que la mierda salpique y sea –aún más– perceptible. Al respecto, al día siguiente, desde Gijón, se limitó a garantizar su “total colaboración” con la comisión de investigación de la cámara regional –je, je–. Este jueves, UPN anunció que la citará de nuevo en el Senado. A ver cómo evoluciona la cosa.

Con mayor comodidad y bravura hemos visto a Saiz referirse al dulce caramelito político que PP y Vox le han regalado al PSOE con el tema de la moción aprobada para vetar el culto musulmán en Jumilla: “Es la máxima expresión de la derechita cobarde”. La ministra es católica y, en la línea de la Conferencia Episcopal –que denunció que “la limitación de estos derechos atenta contra los derechos fundamentales de cualquier ser humano, y no afecta solo a un grupo religioso, sino a todas las confesiones religiosas y también a los no creyentes”–, se preguntó qué ocurriría si “cualquiera de nosotros, que ejercemos nuestro culto libremente (…), viésemos esa práctica alterada”. En una entrevista concedida a Alfa y Omega, lamentó la muerte de Francisco, con quien siempre se sintió “muy identificada” y “muy cómoda de cómo ha desarrollado su papado”; en el mismo medio, comentó cómo vivió la elección de León XIV: “¡Qué emoción, qué emoción, qué emoción!”.