La cabo primero Esperanza Peña vivía pendiente de la televisión desde que el domingo 27 de octubre de 2024, el 112 empezara a difundir mensajes de alarma, hasta que la riada de la Dana asolara ocho localidades de Valencia, y también de Málaga, Albacete y Almería. “Entre mis compañeros hablábamos por el Whatsapp de la posibilidad de que nos activaran”, asegura. “Leíamos en foros como los civiles se movilizaban para trasladarse a zona con sus coches y esa era una posibilidad. Ya sin activarnos todos éramos voluntarios para ir de una manera o de otra”. Porque lo que esta Infante de Marina recuerda que le invadía la cabeza era la “desesperación por querer ir cuanto antes a ayudar”.
El número total de personal de la Armada que estuvo bajo las órdenes del General de la Brigada de Infantería de Marina -“Tercio de Armada”- tras la catástrofe de la DANA fue de 1.072 efectivos. Las capacidades que aportó fueron Búsqueda de desaparecidos, Presencia y Seguridad, Limpieza y desescombro, así como Apoyo logístico con Transporte, Aprovisionamiento y Sanidad.
¿Cuál fue la primera orden que recibió? ¿Cómo vivió aquel día?
La primera orden que recibimos fue, antes de que nos activaran para ir, estar pendientes del teléfono para que nuestros mandos nos pudieran informar de las novedades que se iban sucediendo, y así estar en alerta para en cualquier momento desplegarnos a la zona de emergencias.

¿Cuál recuerda que era el principal pensamiento que tenía en la cabeza? ¿Cuál era su objetivo principal?
Mi primer recuerdo fue la desesperación de querer ir ya. La necesidad de ir a zona para ponernos manos a la obra lo antes posible y prestar la mayor ayuda. El estar mirando constantemente el móvil porque sabíamos que ya había compañeros de Infantería de Marina que, estando días antes de maniobras en Chinchilla, habían sido alertados para ser desplegados. Sabíamos que era cuestión de tiempo que la orden llegara.
¿Qué sentía mientras trabajaba?
Pues en cada jornada lo más estresante era avanzar lo más rápido posible para que no nos cogiera la noche, ya que la mayoría de las veces, en las zonas donde nos tocaba trabajar aún no había luz y teníamos que realizar los trabajos con la luz del sol y antes de que cayera la noche, ya que después era imposible ver algo.

¿Qué fue lo más duro para usted?
Lo más duro fue ver la mirada perdida de los más ancianos del lugar. Ver personas mayores mirando a través de las ventanas y saber que detrás de todas esas personas había una historia horrible, algún familiar desaparecido o toda una vida hundida en el fango. Eso es algo que nunca voy a olvidar. Pararme hablar con algunas de estas personas y que se me partiera el alma escuchando lo que habían vivido y sentir el miedo que ellos todavía tenían en el cuerpo. Todos me decían lo mismo, mientras su vida estuvo en vilo miraban al cielo y pedían que por favor el tiempo les diera una tregua.
¿Y lo más gratificante?
Lo más gratificante era seguir la rutina diaria de subir al camión para volver a la base y ver lo que se había avanzado. Comprobar como poco a poco la zona iba quedando más despejada que cuando llegamos. Ver cómo volvían abrir colegios y las caritas de los más peques al reunirse con sus profes o sus amiguitos y tener la sensación de que, aunque de una forma muy, muy lenta, las cosas volvían poco a poco a la normalidad. Aunque dudo mucho que esa normalidad llegue, por lo menos intentarlo.
¿Cuál era su misión principal?
No teníamos una misión fija. Cada día nos levantábamos y sabíamos que íbamos a trabajar, pero específicamente no sabíamos que nos depararía el día. Un día podíamos estar quitando fango en un garaje, otro en un parque, otro organizando, cargando y descargando mercancía para repartir desde comida, ropa…. etc. Y así, cada día estábamos donde nos requerían.

¿Cómo eran las jornadas de duración? ¿Cuándo y cómo descansaban?
Dormíamos en la base de la UME. Nos levantábamos, desayunábamos, cogíamos nuestros útiles de trabajo como palas, picos y protección y a las 7:00 horas de la mañana ya estábamos en los camiones. Después de llegar a la zona asignada para ese día, echábamos el día completo, y al caer la noche nos subíamos al camión y volvíamos de nuevo a la base.
¿Cómo fue la coordinación con las demás unidades?
Espectacular. Es como si lleváramos toda una vida trabajando juntos. Llegábamos a la zona para dividirnos por áreas, coordinábamos como íbamos a realizarlo, lo que permitió que funcionáramos como una sola unidad. Al final del día, ibas conociendo a más y más personas que cuando llegaste. De hecho, me llevé a muchos amigos de otras unidades con los que mantenemos el contacto por Whatsapp.
¿Qué imágenes no olvidará nunca?
Las imágenes más fuertes: calles y zonas cubiertas por muchos coches apilados unos encima de otros. Garajes o plantas bajas inaccesibles por el fango. La marca donde llegó en algunas zonas el agua, también fue algo que nunca vamos a olvidar.
¿Cómo fue el trato con los civiles?
Esto fue una de las mejores cosas que me llevo. Como nos trataron, la de veces que compartimos la comida con ellos sentados en el suelo. O dejarnos caer en cualquier hueco y escucharlos hablar, cada una de estas personas tenía una historia que contar, el pequeño break de la comida era el momento en que nos conocíamos unos a otros y nos contábamos de donde éramos, cuantos hijos teníamos, etc…

¿Ha sido una de las misiones más importantes para usted desde que entró en la Armada?
Todas en las que estuve, que no son pocas, han sido importantes para mí. No todas han sido iguales, pues de una manera o de otra, de cada una de ellas siempre me he llevado un recuerdo, una imagen y una experiencia. Esta misión ha sido una más de esas que me hubiera gustado que no hubiera pasado, pero que, aun así, me queda para el recuerdo, por la satisfacción que me queda de haber podido ayudar aportando nuestro granito de arena.

