Durante años, Carlos Mazón fue el político que sabía conectar con la gente. Su facilidad para moverse entre las barras de los bares y su habilidad para convertir la cercanía en carisma lo llevaron a la cima del poder en la Comunidad Valenciana. Pero su historia —como tantas otras en política— cambió en un instante. Una comida en el Ventorro, en plena DANA, se convirtió en el símbolo de una caída que ha lastrado no solo su imagen, sino también la confianza de su propio partido.
Los inicios de un político hecho a sí mismo
Nacido en Alicante en 1974, Carlos Mazón se licenció en Derecho por la Universidad de Alicante. Desde joven mostró interés por la política, aunque antes de dedicarse de lleno a ella fue conocido por un detalle curioso: formó parte del grupo musical Marengo, con el que llegó a competir por representar a España en Eurovisión. Aquella etapa musical fue durante años objeto de chascarrillos. Pero también el reflejo de una personalidad extrovertida que luego trasladaría a su carrera pública.
Su desembarco en el Partido Popular fue precoz. A los 25 años, de la mano de Eduardo Zaplana, fue nombrado director del Instituto Valenciano de la Juventud (IVAJ). Poco después se integró en la administración autonómica como director general de Comercio y Consumo bajo el Gobierno de Francisco Camps. Carlos Mazón era entonces uno de los rostros emergentes del zaplanismo. Una corriente del PP valenciano que acabaría marcada por los años de poder absoluto y las sombras de corrupción.

Con la caída de Camps y la recomposición del PP tras los escándalos, Mazón se refugió en Alicante. Entre 2009 y 2019 ejerció como gerente de la Cámara de Comercio. Allí fortaleció sus vínculos empresariales y tejió una red de apoyos locales que sería clave para su retorno político.
El salto a la Diputación y la reconstrucción del PP valenciano
En 2019, Carlos Mazón regresó a la primera línea como presidente de la Diputación de Alicante. Fue su gran oportunidad para demostrar gestión, músculo político y liderazgo territorial. Bajo su mandato se movilizaron más de 1.700 millones de euros en inversiones y se cerró el ejercicio con deuda cero. Una carta de presentación impecable que reforzó su imagen de gestor eficaz.
Sin embargo, no todo fueron elogios. La Fiscalía Anticorrupción abrió una investigación sobre contratos adjudicados a empresas afines por la Diputación durante su presidencia. Aunque la causa no prosperó judicialmente en ese momento, dejó una sombra de duda sobre su estilo de gestión y su manera de entender el poder provincial.
Pese a ello, el PP valenciano lo necesitaba. Con la marca aún dañada por los casos Gürtel y Brugal, Mazón fue elegido en 2021 presidente del partido en la Comunidad Valenciana. Su misión era clara: reconstruir la confianza, cerrar heridas internas y devolver al PP la Generalitat que Ximo Puig había conquistado con Compromís y Unidas Podemos. En pocos meses, el dirigente alicantino consiguió coser un partido dividido, sumar a las bases y levantar el ánimo de los votantes conservadores.
El ascenso al Palau y la alianza con Vox
Las elecciones autonómicas del 28 de mayo de 2023 fueron el punto culminante de esa estrategia. Carlos Mazón logró una contundente victoria con el 35,7% de los votos y 40 escaños. El PP recuperaba el Gobierno valenciano tras ocho años de hegemonía de la izquierda. Pero el triunfo no era suficiente para gobernar en solitario. La llave estaba en manos de Vox.

En un tiempo récord, Mazón firmó un acuerdo con el partido de ultraderecha. El pacto garantizaba la estabilidad institucional, pero también abría una etapa marcada por las concesiones ideológicas. De ese acuerdo nacieron leyes tan polémicas como la de Concordia —que reinterpretaba la memoria democrática— o la de libertad educativa, que permitía elegir lengua en la enseñanza.
Para muchos dentro del PP, Carlos Mazón se había convertido en el garante del nuevo ciclo conservador. Para otros, en cambio, había cruzado una línea que diluía el centrismo de la formación. Pese a las críticas, el presidente valenciano se mantuvo firme. Usó las redes sociales con habilidad, recorrió fiestas populares y se mostró como un político “de calle”. Durante el verano de 2024, las encuestas le auguraban incluso una futura mayoría absoluta.
La tormenta que cambió su destino
Todo cambió el 29 de octubre de 2024, cuando una DANA —una Depresión Aislada en Niveles Altos— golpeó con fuerza la provincia de Valencia. Las lluvias torrenciales y las inundaciones dejaron 229 víctimas mortales y miles de damnificados. Mientras el país contenía el aliento, las cámaras captaron a Carlos Mazón almorzando en un restaurante, el Ventorro, junto a una periodista.
Aquella imagen se convirtió en un símbolo devastador. Al principio, Mazón negó los hechos; después los minimizó, y al final los reconoció parcialmente.
Pero ya era tarde.

En la era de las redes sociales, cada gesto cuenta, y su almuerzo se convirtió en el epicentro de una tormenta política y moral que arrasó su reputación.
La crítica fue inmediata. Los adversarios lo acusaron de falta de empatía y de incapacidad para comprender la magnitud de la tragedia. Desde dentro del PP valenciano, algunas voces discretas empezaron a pedirle una reflexión. En los días posteriores, su equipo trató de recomponer el relato. Pero la narrativa pública ya estaba escrita: el presidente comía mientras su pueblo se ahogaba.
El precio político del error
Las consecuencias fueron demoledoras. La imagen de Carlos Mazón quedó anclada en esa mesa, como si el tiempo se hubiera detenido. Las encuestas posteriores revelaron que más del 70% de los valencianos consideraban que debía dimitir. Aunque resistió la presión inicial, su liderazgo se fracturó. La ruptura con Vox, en julio de 2024, agravó aún más la sensación de aislamiento político.

En las Cortes Valencianas, el PSPV y Compromís promovieron una moción de reprobación que fue frenada por los votos de PP y Vox. Sin embargo, el daño era irreversible. Las portadas nacionales lo convirtieron en ejemplo de cómo una crisis mal gestionada puede sepultar una carrera prometedora. El político que conquistaba los bares había perdido el relato.
Entre la gestión y la supervivencia
En los meses siguientes, Carlos Mazón intentó recuperar la iniciativa. Aprobó nuevos presupuestos con el apoyo de Vox y prometió reactivar las ayudas a los damnificados de la DANA. También trató de reforzar su imagen institucional con viajes, acuerdos empresariales y gestos hacia Madrid. Pero la sociedad valenciana seguía viéndolo como un líder agotado, incapaz de reconectar con el electorado.
La gestión de la emergencia fue su talón de Aquiles. Se le reprochó falta de previsión, lentitud en la respuesta y una comunicación torpe. En los actos públicos posteriores, su presencia provocaba malestar entre los afectados. La figura del hombre cercano, del político de barra y conversación amable, se había diluido en la distancia del poder.

El escándalo también tensionó su relación con los empresarios valencianos. Vicente Boluda y Juan Roig, que habían apoyado su candidatura, se distanciaron tras su enfrentamiento con Salvador Navarro, presidente de la patronal CEV. Lo que antes era una alianza sólida entre política y empresa se convirtió en un campo minado.
La historia de Carlos Mazón resume un patrón clásico en política: el ascenso meteórico de un líder que domina la empatía y el terreno corto, seguido de una caída provocada por la desconexión con la realidad.


