Encontró el presidente del Gobierno un instante en su incansable cruzada contra el mal, para abandonar su trinchera en la Moncloa y asistir al cine con su esposa, Begoña Gómez, para ver la última de Amenábar. Podría haber acudido al Congreso de los Diputados para mostrar su apoyo a Yolanda Díaz en la votación de la reforma laboral pero no estamos para trotes. La gran pantalla sirve para esto, para evadirse al menos durante un rato de nuestros propios problemas y situarse en una realidad paralela, otra más, que poco tiene que ver con la real que le resulta tan hostil.
Tras el fundido a negro y los títulos de crédito, el faro progresista que ilumina occidente volvió a su otra realidad cervantina, pues él, como nuestro Don Quijote, también fue armado caballero, no en La Mancha sino en una venta suiza para desfacer los entuertos de los gigantes de ultraderecha.
Si el presidente arrancó la primera semana del curso político con una entrevista autoexculpatoria en Televisión Española, la segunda la inició con un conflicto diplomático de primer orden con Israel. Que el malentendido no quede entre nosotros; no cabe criticar al presidente por expresar preocupación por los ciudadanos de Gaza pero sí por el intenso aroma a coartada que desprende su decisión de hacerlo en la semana en la que se aparecieron algunos de sus peores fantasmas, a saber, Leire “la fontanera”, el juez Peinado que tomaba declaración a Begoña Gómez, el Supremo, que sienta en el banquillo al Fiscal general del Gobierno y las mencionadas derrotas parlamentarias cosechadas el miércoles en el Congreso.

¿Qué le queda, pues, a un presidente a la deriva? La respuesta es sencilla: seguir cultivando el arma política que mejor maneja -y más réditos le da- que no es otra que la polarización política. Herramienta que consiste en elaborar un puchero donde se elimina el ingrediente de la racionalidad en el debate público y se le sirve al ciudadano un plato de vísceras muy poco nutritivas en lugar de uno de soluciones bastante más sustancioso.
Gobernar dividiendo
Se trata del gran mal de nuestro tiempo. Nuestras instituciones están repletas de numerosos dirigentes públicos que como no tienen gran cosa que ofrecer, dedican la mayor parte de su tiempo a someter a la población a debates tan artificiosos como estériles con los que, a la larga, lo único que se consigue es incendiar la convivencia. La estrategia es la siguiente, lo primero es buscar un tema o elemento de discordia, a continuación se pregunta ¿Dónde están los míos? Luego se elige bando. A continuación se fabrican los argumentos y por último la realidad se modifica para adecuar estos argumentos al contexto artificioso que mejor sirva a unos intereses particulares.
En realidad, la polarización es el peor enemigo del pensamiento libre porque obliga a renunciar a cualquier tipo de cuestionamiento, es el conmigo o contra mí que envilece a las sociedades y genera una ansiedad inmensa en quienes participan de la misma porque terminan viviendo como una verdadera desgracia, la natural y beneficiosa alternancia de poder.
Hasta 2027
El presidente del Gobierno seguirá jugando esta baza hasta 2027 -soy de los que piensan que no adelantará elecciones a menos que haya un cataclismo judicial y ni siquiera- porque sin presupuestos ni mayorías esta es la única carta que le queda. Cultivar la división, abonar la línea que separa el ellos, del nosotros, la que divide los buenos y los malos, los renovadores y los reaccionarios, los demócratas y los antidemócratas. En definitiva los que le han votado (y los que lo han hecho por las opciones que lo apoyan) y los que legítimamente no lo quieren como presidente.

Los políticos que no tienen mucho que ofrecer suelen juegan a la polarización, primero porque jugar a dividir es siempre más sencillo que jugar a construir y segundo porque comprueban que les da resultado y por eso dedican más tiempo a cultivarla que a solucionar los problemas de la ciudadanía.
Y en España hemos llegado a un punto en el que el principal indicador del éxito de un político es su habilidad para dividir y sembrar la discordia en la conversación pública. Y la ciudadanía es bastante responsable de esto porque premia la división y aplaude los discursos que la amparan. Así se sobrevive en la política moderna.
El panorama se completó el jueves a mediodía con una encuesta de Tezanos con el que darle un temporal y artificioso timbre de gloria a las expectativas electorales del presidente. Nueve puntos de distancia sobre el PP, semana resuelta y a pensar en la que viene. La pregunta es por qué con semejante apoyo público no convoca elecciones… A ver si va a ser porque esta encuesta es tan real como los molinos de viento de la ultraderecha.