Las invisibles: mujeres en la calle

El Instituto Nacional de Estadística cifra en 28.552 las personas sin hogar en España. Una de cada cuatro (23,3%) son mujeres. Y esas son sólo las contabilizadas. Hoy en Artículo14 visibilizamos a las que viven en la calle y no saben si algún día saldrán de allí.

La calle es el último escalón. La última parada. El final de una travesía llena de sucesos traumáticos, el camino sin salida de una vida de zancadillas concatenadas, el puerto al que llegan exhaustas muchas mujeres sumergidas en la capa de la invisibilidad, de la exclusión, del frío silencioso e infinito. Llegan a las calles a empujones, con el corazón roto, colapsado de momentos de violencia, vejaciones, miseria, malos tratos y abandono, sin ayuda que les salve, a bofetón tras bofetón de realidad. Mala suerte, mala vida, maltrato, violencia machista, falta de independencia económica, son algunos de los caminos que van directos al abismo.

De los viandantes, qué puedo decir, que muy pocos tenemos el valor de mirarlas. Muchas veces no sabemos ni cómo hacerlo. Preferimos acelerar el paso, hablar por teléfono, quizá – como cuenta Jorge Bustos en su libro Casi – para no llegar a imaginar que esas personas podríamos ser nosotros. No mirar para no ver.

Hay gente que únicamente se apresura a juzgarles. “Que trabajen”, “que pidan ayuda”, “seguro que se drogan”, “no le doy dinero porque será para beber”. Prejuicios tenemos todos, aunque a veces no lo sepamos. Hoy, en el Día Internacional de la Mujer, queremos hacer visibles a Bernardita, Rosita y Louisiana, tres mujeres que sí existen y que son las heroínas de esta historia.

La sonrisa de Bernarda, que aún tiene fuerzas para pelear, tiene fe en Dios y tiene esperanza

La sonrisa de Bernarda, que vive en la calle, pero aún tiene fuerzas para pelear, tiene fe en Dios y tiene esperanza.

Bernardita

Hace unos días conocí a Bernardita. Es una de las 400 o 500 personas que duermen en el aeropuerto de Barajas. Llovía mucho en Madrid y ella se resguardaba en la planta menos uno del intercambiador de Avenida de América, compartiendo un momento de oración y merienda con algunos voluntarios.

Bernardita no se droga. No bebe. Ha trabajado toda su vida como empleada del hogar, pero ya no puede trabajar más y ahora, sin ahorros ni familia, se ve desde hace años en la calle. Los martes acude a la estación con un grupo de personas indigentes para recibir algo de cariño, algo de comer y sobre todo, para rezar. Hasta ella me llevó Ángel Custodio, el ángel guardián de los sintecho. Un buen hombre que cayó en las garras de la calle por muchos golpes seguidos de mala suerte y que ahora ha salido para buscar a todos y cada uno de los sintecho y ayudarles a salir adelante. También ha publicado un libro, Salir de la Calle para ayudar a todos los que están en esta situación y hacernos ver a los demás lo que se sufre.

Como os decía, Ángel va a ver a Bernardita todos los martes. Me la presenta y ella, muy segura me dice, espera un momento, que antes de hablar contigo tengo rezar. Esta dominicana de 70 años juntó las manos para leer el Evangelio y con la solemnidad de las catedrales, con sus ropas prestadas y una muy bien colocada peluca, se mostró ante mis ojos con más dignidad de la que he visto en muchas personas. Cuando terminó su plegaria, con gran generosidad, se dispuso enseguida a compartir conmigo, -una absoluta desconocida-, su tremendísima vida.

Agradecida, pese a todo

Me cuenta que desde muy joven vino a España para pagar los gastos a su marido y sus cuatro hijos. Ellos se quedaron en la República Dominicana. Todo iba bien hasta que a los 65 tuvo un problema con una familia que no quería pagarle, y la echaron. Sin ahorros, porque lo enviaba todo a su familia, terminó en la calle. “Yo ahora por mi edad ya no puedo trabajar, así que no me queda otra. En los centros no hay sitio donde la cojan a una, están llenos. Además, no quiero ir a esos sitios porque hay mucha enfermedad mental” me cuenta, “pero yo no duermo en la calle ¿eh?, me aclara con una sonrisa, yo duermo en la terminal 2, en Barajas, allí estamos todos bien. Compartimos lo que tengamos ese día para comer. Y las trabajadoras de la limpieza son muy buenas. Nos tratan con cariño y podemos dormir un rato”. No puedo creerlo. En su resignación llego a ver un alma agradecida por poder dormir bajo techo y no pasar frío.

Toda la vida trabajando para sus hijos y nada sabe de ellos. “Yo con mi trabajo les compré una casa de tres plantas en mi país. Ahí la tienen. Tengo la conciencia muy tranquila. Lo que pasa es que mi marido se casó con otra mujer que los ha criado, se fueron a Estados Unidos y ya no sé nada de ellos”. ¿Y no los querría volver a ver, Bernardita? le pregunté con el corazón en vilo, “pues mira hija ya no, nada quisieron saber de mí, pero no pasa nada, esta es mi vida” me dijo impertérrita. Pensé, cuánto habrá sufrido este corazón para hablar así, con esa calma.

Conversando en Avenida de América con Bernarda

Como digo, Bernardita duerme en Barajas. Me cuenta que a las 6 los levantan, recogen y emprende la marcha hacia un centro de día y comedor social de la Asociación de San Vicente de Paul que hay en la calle Martínez Campos de Madrid. Allí puede lavar su ropa y asearse. “Nosotros nos encargamos de llevar la ropa y meterla en la lavadora. Las monjas la secan, nos la planchan y nos la dan”. Allí también le hicieron la tarjeta de metro con la que al menos puede moverse.

Me cuenta que antes de terminar en la calle dormía en casa de una amiga, pero que vivía con su marido. Después cogió vez para pasar la noche en un banco de la iglesia de San Antón y el siguiente destino fue el aeropuerto. “Yo no quiero molestar a nadie hija” me dijo.  ¿Y cuándo se pone usted enferma qué hace? Le pregunté. “No me pongo enferma”. Y punto.

Se la ve muy dispuesta. Y parece que lo tiene todo asumido y organizado, pero sueña con tener algún día un pisito, un lugar para ella. Sor Sara la mira con ternura. Es otro de esos ángeles. Es hermana hija de la Caridad y va a verla todos los martes. “Bernardita no quiere salir de su estado. Es un sol, pero lleva muchos años en esta situación, unos 15 años, la tenemos perdida. No hay quien la saque de la calle”. En San Vicente de Paul somos ocho grupos. “Trabajamos siempre coordinados con el Samur Social. Para llegar a donde no llegan ellos y viceversa”.

Una de las voluntarias que acuden a ayudar a los sinhogar en Avenida de América de Madrid todos los martes

Bernardita me recuerda a las abuelas buenas, cariñosas y abnegadas. Es ese tipo de mujer entrañable, digna, decente, una señora respetable, de esas que ponen a la gente en su sitio. Y debería estar rodeada de amor y tener una casa, no vivir así, no se lo merece. Sin embargo, no es así, como ella dice, “así es la vida hija”. Nunca me podré olvidar de ella.

Rosita, en la casilla de los salvados 

Rosita ha vivido entre 6 y 8 años en la calle. No se acuerda del tiempo exacto. Se acuerda de otras cosas. Me las cuenta como puede, a saltos entre lagunas, durante una entrevista que le hice en el Beatriz Galindo, el único centro exclusivo de mujeres del Ayuntamiento de Madrid, que es como el cielo para ella, y para otras 35 mujeres que allí dentro respiran tranquilas.

Pude ver con mis propios ojos, como en los brazos de los trabajadores sociales que con tanto amor trabajan allí, los viejos retales de lo que un día fueron estas mujeres maltratadas por la vida, se refugian de la oscuridad de la noche. Es el castillo donde ya están a salvo. El lugar donde pueden ver la luz a través de las ventanas. El abrazo, el silencio buscado, el cariño de lo que podría ser una familia, un lugar para resguardarse de la violencia, un salvavidas en la tempestad de sus vidas, una habitación y un sofá en el que descansar. Es la calma y silencio. Hablo con Rosita. Una mujer devastada, que ya vive allí para siempre, y que por eso sonríe.

Rosita, madrileña sin hogar, llevaba más de 6 años viviendo en la calle

Rosita, a mí me encantaría que me contaras un poco cómo ha llegado a este centro.

Pues mira, después de dar muchas, muchas vueltas por Madrid.

 ¿Cuánto tiempo has estado viviendo en la calle?

6 u 8 años. No me acuerdo bien.

¿Y dónde dormías? ¿Qué hacías para aguantar el frío?

Ponía cartones y las mantas que tenía. Si no me las robaban, claro.

¿Estabas sola?

Sí. Sí, intentaba dormirme pronto por el miedo. Me daba miedo despertarme con un susto. Como cuando me tocaban mientras dormía, por ejemplo. Me han pasado muchas cosas.

¿Y te dormías siempre en el mismo sitio o te ibas cambiando?

No, a dormir iba siempre en el mismo sitio.

¿Y dónde ibas a buscar ayuda o pedías durante el día?

Me ponía a pedir a pedir limosna, la gente ya me conocía. Y con eso más o menos podía vivir.

Cuando te ponías enferma, por ejemplo, ¿te ayudaba alguien?

No. Había veces que venían en el Samur Social, pero lo que venían era para joderme porque simplemente estaba durmiendo, y me daban una inyección que me despertaba, una vez me mee encima del susto. Una noche les llamé para que me recogieran y me trajeron aquí. Ahí sí me ayudaron. Porque yo aquí soy feliz. No sabía que me podía quedar. No sabes qué alegría cuando me enteré. Estoy muy contenta. Aquí me escuchan y me dan cariño. Dice pensándolo, muy despacio.

Rosita, una de las residentes del Beatriz Galindo

¿Rosita, por qué  terminas tú en la calle? ¿Cómo era tu vida antes?

Yo vivía en la calle Pablo Neruda, en casa de un señor mayor que me recogió de la calle. Entonces el piso quería dejármelo para mí y yo decía, “Paco, el piso yo no lo quiero, déjaselo a mis hijas que vean que he hecho algo por ellas en esta vida”, pero mi madre cambió las llaves y me echó del piso. De ahí me fui directa al poblado.

“Quería dormirme rápido para no ver nada, no sentir nada”

¿Entonces tienes hijas?

Sí, tengo dos y un nieto. Mi hija la mayor no me habla desde hace 30 años, está por un pueblo de Guadalajara, me parece. Y mi hija la pequeña la veo de vez en cuando.

¿Y te gustaría vivir aquí siempre o algún día te gustaría tener algún sitio para ti?

Para mí no va a haber piso nunca. Con superar el día a día, me conformo. La vida en la calle es muy dura. Aunque también hay gente buena. Una noche me desperté y me habían metido 20 pavos en la mano, pero también hay gente muy mala. Por eso quería dormirme rápido siempre. Para no ver nada, no sentir nada. Había muchos críos, de estos de que van de botellón y durmiendo, me metían una mano por dentro del pantalón para tocarme mis partes o me robaban. Hasta que me despertaba y ya les daba un guantazo y se iban corriendo. De esas hay historias para aburrir.

¿Rosita, tienes alguna ilusión?

Hombre, yo quiero que mis hijas digan, “Mira. Mi madre al menos ha conseguido algo”.

Rosita es un amor. Ahora ha encontrado la paz. Aunque siga llevando a sus hijas clavadas en el alma.

Cáritas y su labor con los sin hogar

El camino hacia la inclusión de las personas en una situación vulnerable es largo y está lleno de obstáculos; como ellas mismas refieren “sobre todo, hay muchas trabas administrativas, siempre falta un papel, el de residencia, de empadronamiento…”.

Pero he querido dejar una historia de esperanza para el final y esa es la historia de Luisana, venezolana de 34 años,  que ahora ya por fin ha conseguido una de las 20 plazas que hay en el centro de noche para mujeres de Cedia (Cáritas). Es la hija de en medio de cinco hermanos y hace 10 meses que está en España. Es licenciada y allí, en su país, trabajaba en Recursos Humanos. Tenía, dice, “una vida normal, con familia y trabajo”. Tras su divorcio, y ante la mala situación en Venezuela, decide emigrar a España. “Llegué en situación irregular y con escasos ahorros, por lo que se vio viviendo en la calle, donde pasé mucho miedo.

“Soy la hija de la nada. Nunca vi venir esto. Esta situación me ha ayudado a crecer y a ver las cosas de forma diferente”.

Luisiana, el estar en calle y ser mujer, ¿supone un extra de vulnerabilidad?

Si, no sabes cómo manejarlo, porque la calle tiene muchísimo peligro. Ya no es el frío, las condiciones…, es la exposición. Las personas te ven y piensan, es una presa fácil, a la que se le puede hacer daño, a la que se le puede robar o se le puede hacer cualquier otra cosa. Entonces, llegas a ese miedo de decir, “necesito buscar un lugar seguro ya y ahí es donde te vas a comisaría o a emergencias para tratar de estar un poco más resguardado”.

Yo estuve en la calle sólo 3 semanas, porque al principio me traje un dinero de Venezuela y resistí un poco. Caigo en la calle cuando me quedo sin dinero. Durante el día iba en autobuses. Así se pasaba un poco el día y por las noches iba a salas de emergencias de hospital o a la terminal cuatro, también hay muchísima gente ahí. También he dormido mucho frente a la comisaría de Callao, buscando seguridad.

¿Cómo haces para abrigarte?

Con la ropa que cargas con lo que tengas encima, tratas de ir para un lugarcito que tenga como un rinconcito y tratas de estar ahí.

¿En qué momento ves en la luz y dices, no puedo seguir así?”

Cuando ya no podía más. Fui a varios lugares, en todos me decían que no. De hecho, cuando fui al Samur Social me dijeron; tu perfil aquí no aplica, no hay plaza para ti” Me dieron un folleto con información y ahí es cuando llego a Cedia, de Cáritas.

Hay muchos lugares en los que no puedes aplicar si no estás empadronado. Ese es un gran problema. Pero en Cedia me ayudaron a tramitar los papeles y puedes pasar la noche y ahí ves entrando y saliendo mujeres a diario.

¿Por qué piensas que la mujer termina en la calle?

Hay razones muy diversas, pero principalmente el no tener dependencia económica. Si no tienes trabajo, cuando termina esa relación dices, “¿Qué hago con mi vida?” y ahí estás en la calle. Sería una de las causas más comunes, creo. También otra causa somos las mujeres inmigrantes que venimos a buscarnos la vida, pero venimos sin nada.

Encontrar trabajo sin una referencia es muy difícil, y como eres mujer extranjera, a veces quieren abusar a ti, nos enfrentamos a un montón de cosas. Yo gracias a Cáritas ya he conseguido un trabajo de media jornada y tengo un techo donde dormir y estoy saliendo.

¿Cuál ha sido el peor momento de estar en la calle?

Tener frío, tener hambre, no tener dinero, no tener amigos, decir, “Dios mío, no existo, no existo, no tengo nada, ¿qué es esto?” ¿Sabes? Por un momento, de verdad, por un momento pensé en abandonar porque dije, no tiene sentido, yo no puedo seguir así”. Pero fue un momento muy pequeño donde toqué fondo. Y cuando tocas fondo tiene dos opciones, o te quedas ahí o simplemente vas para arriba y ya está. De ahí dices, “Mira, con dientes, con uñas, con lo que sea”

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