Crónica negra

Le cortaron los brazos y sobrevivió para señalar a su verdugo

El caso de Mary Vincent provocó una ola de reformas en las leyes penales de California. Pero más allá de las leyes, dejó otro legado: el de la resistencia

La carretera se extendía bajo un sol abrasador. Mary Vincent, una chica de 15 años, hacía autostop a la salida de Berkeley (California). Con el pulgar en alto y una mochila en la espalda, confiaba en la bondad de los extraños. Y uno de ellos se detuvo.

Era un hombre mayor, con sonrisa amable y apariencia inofensiva. Lawrence, 51 años, padre de familia, exmarino mercante. Prometió llevarla a su destino. Pero en cuanto Mary subió al vehículo su destino cambió para siempre.

Una noche en el infierno

El viaje comenzó tranquilo. El hombre parecía normal. Pararon en una zona desierta para que ella estirara las piernas. Mary se bajó del vehículo. Y entonces él la golpeó en la cabeza con una llave inglesa. Mary despertó horas después. Lawrence la había atado en la parte trasera de la camioneta: un brazo en cada pared. No podía escapar. Lo que siguió fue una tortura inimaginable. Fue violada durante horas. Cuando Mary creyó que ya no podía pasar nada peor, vino el horror.

“¡Si me dejas ir no diré nada!” suplicó ella. Lawrence cogió un hacha. Y sin mediar palabra, le cortó el brazo derecho. Mary gritó. Luchó. Se revolvió. Pero él no se detuvo. “Tengo que cortar el otro, o si no me delatarás” dijo antes de seccionar también el brazo izquierdo.

Luego la arrojó por un barranco de 10 metros, como si fuera basura. Desde arriba le gritó: “¡Ya eres libre!” y la dio por muerta.

Una voluntad inquebrantable

Mary cayó inconsciente, desangrándose lentamente. Pero algo en su interior — el deseo de vivir— se encendió. Metió los muñones en el barro para detener la hemorragia, se incorporó y, sin brazos, subió a pie el barranco. Casi desnuda, ensangrentada, caminó más de 4 kilómetros hasta una autopista, donde una pareja la encontró y la llevó al hospital.

Lo más increíble no fue solo su supervivencia. También su valentía. Cuando estaba en el hospital pidió a la policía que hicieran de inmediato el retrato robot de Lawrence. Dio una descripción excepcionalmente detallada. Gracias a esto fue capturado en días.

La recuperación de Mary no fue fácil. Tuvo que aprender a manejar sus brazos ortopédicos. Además, sus padres y hermanos le dieron la espalda: “Reaccionaron como si yo hubiese muerto. No tenía manos y para ellos era media persona”.

El juicio

Por fin llegó el momento del juicio. En el estrado Mary llevaba vendajes donde antes estaban sus brazos. Miró a los ojos a su agresor. Y le señaló. Lawrence fue condenado por intento de asesinato, violación, secuestro y mutilación: 14 años de prisión. Una condena que, por absurda que parezca, reflejaba las leyes de entonces.

Tiempo después Mary se casó, cuando contaba 25 años. El mismo día de su boda se enteró de que Lawrence había sido liberado, después de solo ocho años preso. Su marido tenía tanto miedo como ella.

El monstruo vuelve a matar

Una tarde de 1997 un vecino escuchó gritos que provenían de una casa. Al mirar por la ventana se quedó impactado: un hombre estaba de pie sobre una mujer ensangrentada. La intentaba ahorcar. “Se escuchaba como huesos de pollo rompiéndose” relató a la policía. Eran los huesos de la mujer que Lawrence rompía. Cuando llegaron las fuerzas del orden no pudieron hacer nada. La mujer tenía diez puñaladas y le habían cortado los dedos. Se llamaba Roxanne: una mujer de 31 años con tres hijos pequeños.

Esta vez no hubo clemencia judicial. Fue condenado a muerte, aunque murió de cáncer en prisión antes de que se ejecutara la sentencia. Tenía 74 años.

El caso de Mary Vincent provocó una ola de reformas en las leyes penales de California. Pero más allá de las leyes, dejó otro legado: el de la resistencia. El de una niña convertida en símbolo de la supervivencia y la justicia.