Ministra de Sanidad

Mónica García, de activista a blanco de la sanidad

Primero fueron las enfermeras, concentradas frente al ministerio; ahora son los médicos, que hoy protagonizan una huelga convocada por la Confederación de Sindicatos Médicos (CESM). La activista que marchaba en primera fila se ha convertido en el blanco de las pancartas que antaño sostenía con firmeza

Mónica García
La ministra de Sanidad, Mónica García, durante una sesión de control al Gobierno
Efe

Durante años, Mónica García fue el rostro más visible de las mareas blancas en Madrid. La médica que dejaba la bata para alzar pancartas, la activista que no se callaba ni ante los micrófonos ni frente a Isabel Díaz Ayuso. Su figura encarnaba la indignación convertida en política y su voz agitaba a médicos y enfermeras. Se presentaba como la defensora de la dignidad de los sanitarios.

Hoy, desde su despacho en el Ministerio de Sanidad, escucha los mismos gritos… pero dirigidos contra ella. Primero fueron las enfermeras, concentradas frente al ministerio; ahora son los médicos, que hoy protagonizan una huelga convocada por la Confederación de Sindicatos Médicos (CESM). La activista que marchaba en primera fila se ha convertido en el blanco de las pancartas que antaño sostenía con firmeza.

El punto de fricción es el Estatuto Marco del personal sanitario. Un texto que, sobre el papel, prometía ordenar categorías profesionales, regular guardias, actualizar condiciones laborales y reducir buena parte de la precariedad. En la práctica, sin embargo, ha encendido a todos los colectivos.

Protestas frente a Sanidad este jueves
Efe

Las enfermeras lo consideran una mera ocurrencia que perpetúa desequilibrios y las relega en la escala profesional. Los médicos, por su parte, denuncian que diluye su papel específico y los ningunea en asuntos clave como retribuciones y jornadas. Así, el documento que debía pacificar la profesión se ha convertido en un auténtico polvorín.

En 2020 y 2021, García era la voz más combativa contra los recortes y la gestión sanitaria del PP en Madrid. Desde la tribuna parlamentaria y las aceras de los hospitales, alentaba a los profesionales a no ceder, a defender lo suyo. “No os conforméis”, repetía.

Cinco años después, los mismos médicos y enfermeras que la escuchaban corean ahora: “Mónica, traidora, paga bien la hora”.

El choque venía incubándose, pero estalló cuando García declaró que los facultativos no están “tan mal pagados, ganan de media como un ministro”. Con esa frase se ganó la enemistad de todos. No solo porque muchos médicos conocen bien lo que cobran tras noches interminables de guardia y contratos temporales, sino porque percibieron en la comparación un desprecio a su precariedad real.

Aunque la ministra rectificó, hablando de malentendido y pidiendo disculpas, ya era demasiado tarde. Ese fue su primer gran accidente político.

La huelga de hoy no es una anécdota, es una prueba de fuerza. CESM ha dejado claro que no se conforma con promesas ni borradores maquillados. Exige un estatuto médico propio, con mejoras salariales, reconocimiento específico y un calendario de cambios preciso.

El ministerio insiste en el diálogo, pero los sanitarios ya no quieren palabras. Quieren cifras, fechas y, sobre todo, que su antigua aliada deje de parecer, según sus propias palabras, “una gestora que repite los mismos discursos de los que ella renegaba”.

Aquí radica el dilema de Mónica García. Protestar es sencillo, basta con señalar culpables, movilizar emociones y agitar banderas. Gobernar, en cambio, exige negociar con límites presupuestarios, intereses contrapuestos y un sistema sanitario que no depende únicamente de su ministerio, sino de 17 comunidades autónomas con competencias propias.

El choque entre la médica activista y la ministra responsable la está desgastando más rápido de lo previsto. Sus rivales políticos la acusan de incoherencia; los sindicatos la consideran una traidora; y una parte del Gobierno empieza a temer que la crisis sanitaria acabe contaminando al resto de la legislatura.

Lo paradójico es que, mientras ella misma presentaba hace unas semanas un estudio sobre la “caja negra” del cáncer, capaz de reconstruir la biografía de un tumor, hoy se enfrenta a la caja negra de su propia biografía política. En ese registro imaginario aparecen los años de lucha en la calle, las críticas feroces al PP, las promesas de cambio… y ahora, las pancartas que la retratan como enemiga.

Cada huelga, cada manifestación, cada titular negativo marca el avance de su desgaste. García quería transformar la sanidad desde dentro, convertir la rabia callejera en reformas de despacho. Pero lo que tiene ahora es un frente abierto con todos los colectivos que antes la aplaudían.

Quizá ese sea el drama personal de la ministra: descubrir que el ruido de las pancartas se oye mucho más fuerte desde el otro lado de la ventana del ministerio.

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