Generación conectada Phil González
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‘Mujeres que comen’ o el poder de las comunidades virtuales

Esta semana tuve la suerte de entrevistar a Estefanía Ruilope para el podcast de Casualidades de la vida  un espacio donde invitados de distintos horizontes vienen a contar cómo, en algún momento inesperado, su vida cambió por una señal del destino.

En el caso de Estefanía, más conocida como Chefi en redes todo empezó un día cuando publicó una foto en Facebook indicando que quién se apuntaba a cenar. Sin anticiparse al éxito de la convocatoria, tuvieron que encontrar un local para acoger el primer encuentro fortuito con unas 30 invitadas. Estefanía no se lo podía creer. Tres mesas de diez mujeres, algunas amigas, otras desconocidas, compartiendo al unísono la misma mesa. Todas pagaron su cena y pasaron una divertida e inesperada velada.

 

Desde entonces, Chefi ya ha organizado decenas de cenas, reuniendo cada vez más fieles y hasta más de 180 asistentes. Perfiles de todo tipo y horizontes, empleadas, empresarias, anónimas y hasta influencers con ganas de pasarlo bien y hacer networking a todos los niveles. La semana que viene la comunidad lo celebrará por todo lo alto y recibirá un premio por este exitoso concepto.

Este ejemplo muestra una vez más el poder de las comunidades y de cómo, a pesar de nacer en entornos virtuales, acaban pidiendo abrazos, conversaciones y encuentros reales.

Cuando el algoritmo no llega, surgen las iniciativas

La comunidad de Chefi y sus Mujeres que Comen no es el primer caso de éxito en la era conectada y subraya la necesidad de “encontrar excusas” para vernos más allá de las pantallas. Pasar un buen rato sin Stories pero con historias que nos dejarán huella.

Recordaremos los First Tuesday o primeros encuentros del mundillo tecnológico en el Internet de los inicios, el encuentro de viajeros de Minube o las tardes de Cocorico de los franceses. La bulliciosa capital da mucho juego e infinitas alternativas para reunir a gente de la forma más original y cercana. Desde hace más de una década, Silvia también reúne en su casa de Cenas Adivina a personas inspiradoras alrededor de un perfil profesional interesante y con una carrera inspiradora.

Tras una buena cena y sentados en círculo en torno a la “estrella” invitada”, se crea un debate emocionante que nunca defrauda. No puedo olvidarme de José Miguel Herrero con su incombustible pasión por organizar cenas de pocas personas que sin duda debían conocerse. Con su club Nunca Comas Solo ha organizado ya más de 400 cenas “a ciegas” donde reúne a profesionales en función de su intuición, criterio y su “hilo invisible”.

Cuando Instagram unió al mundo

Nunca me cansaré de contar mi propia experiencia al iniciarse en España un movimiento, allá por el 2010. Unas quedadas (llamadas instameets) que acabaron siendo mundiales y permitían a desconocidos compartir aficiones, casarse, tener niños o incluso emprender nuevos proyectos profesionales.

Esa experiencia que cambió mi vida y la de millones de Instagramers  sería probablemente hoy irrepetible. Sin embargo, surgen cada vez más iniciativas, humanas y a menudo desinteresadas, que resultan ser hasta algo mágicas. También están en boga los clubes de lectura y entre ellos el original formato de La ciudad de las Damas que se centra en la discusión de obras literarias que se puede escuchar en el formato de podcast.

Así son los nuevos rituales de la pertenencia a grupos afines, menos virtuales y más vitales. Individuos compartiendo, sin tabús ni tapujos, sus propósitos o ambiciones. Las personas, tanto mujeres como hombres, ya sean españoles o extranjeros, reencuentran en lo físico algo que las pantallas habían ido diluyendo.

¿Cuál es el factor común de éxito de estas comunidades?

Cuando me lo preguntan, suelo contestar con las mismas opiniones. Una comunidad surge como el amor, cuando menos te lo esperas y cuando menos lo persigues. Es también fue el caso de La vecina rubia o de Malas madres. Sin embargo, para pasar de los cruces de opiniones en entornos digitales, a vernos las caras en restaurante y bares, existen una infinidad de factores.

Detrás de estos grupos organizados suelen estar siempre una persona, con carácter y vida propia, con ganas de conectar a la gente y, en la mayoría de los casos, a fondo perdido y de forma altruista.

Las comunidades de éxito nacen inicialmente de uno o varios personajes generosos que dedican cientos, incluso miles de horas, a la felicidad de otros individuos. Sea por necesidad de sentirse realizados, hacer el bien, divertirse u otros motivos, suelen partir de una iniciativa sin beneficio alguno.

Se dice que el dinero lo pervierte todo y uno de los momentos más delicados es cuando los artífices de dichas comunidades pasan a “profesionalizar” el concepto. Deben empezar a cobrar por ello por todo el tiempo y los medios dedicados, seguir dinamizando la tribu, y al mismo tiempo conservar su carácter genuino, su atractivo y esencia.

Otros dos de los pilares del éxito de una comunidad tienen que ver con su propia denominación. Construir una comunidad es reunir a gente que “tiene algo en común”, pero también “tener sentido común” y organizar quedadas interesantes y adaptadas al gusto de los asistentes.

No suelen ser clubs elitistas y privados, sino refugios donde se puede hablar de todo, donde nos olvidamos del “todo controlado” y podemos compartir con otros, nuestros problemas diarios. La gente acude y encuentra en un desconocido la escucha que, en casa o en el trabajo, no siempre reina. También uno se despoja, en la medida de lo posible, de currículo y reconocimientos profesionales, para estar en ese “tú a tú” y a iguales. Encontrar esa red de apoyo, amigos y confidentes, sin pedir nada a cambio, es más valioso que detener unos diamantes.

Dunbar y su ley de las 150 conexiones

En la década de los 90, el antropólogo Robin Dunbar estimó que, por facultades mentales, nuestra capacidad para mantener relaciones cualitativas no podría superar la cifra de 150 conexiones. Recientemente, nuevos estudios han puesto en duda esa limitación cognitiva y llevaron esa frontera más allá de esa cifra.

Sin embargo, es cierto que la mayoría de los encuentros exitosos y de calidad, no suelen superar esa cuantía. En Internet podemos seguir, likear, comentar en perfiles de cientos de personas, pero ¿realmente, con cuántas quedarías?

Al igual que nuestro tiempo se ha convertido en lo más valioso, el contacto humano es el verdadero lujo de este siglo. Un enfrentamiento entre asistentes virtuales y nuestra necesidad humana de reencontrarnos con la mirada, las palabras y las emociones.

Siempre dije que Instagram (y las demás redes) nacieron como un antídoto a la soledad contemporánea, una de las enfermedades más silenciosas y crueles de nuestra época. Estas comunidades vienen, en definitiva, a cubrir esas enormes carencias emocionales, una necesidad de volver a sentirse parte de algo, de ser escuchado y entendido, de decir “estoy aquí”, sin necesidad de presumir de followers y admiradores.

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