En el siglo XVI, el poeta y humanista agustino Fray Luis de León le dedicó a su prima María Varela La perfecta casada, una obra de gran belleza literaria, pero poco afortunada, en términos actuales, en su descripción de lo que era la mujer de clase media de la época: sabia en su razón, apacible en la charla, moderada y dulce en su discurso, evitando palabras necias que pudieran incomodar a su esposo y desarmonizar el hogar.

O esposa o monja
En un artículo publicado en el portal Ser Histórico, la historiadora Soledad Bengoechea resume la identidad de la mujer española de clase media a finales del siglo XIX y principios del XX con una palabra: invisibilidad. Era la época en la que el convento o el matrimonio constituían las dos únicas salidas de las mujeres de clase media. “El poder religioso y moral rodeaban todos los espacios físicos, acorralando el espacio vital de la mujer. Coaccionadas por la sociedad, estaban obligadas a estar ociosas, a veces, en medio de una casi miseria. Al tiempo, se veían moralmente obligadas a guardar apariencias”.

La mujer de clase media se diferenciaba del resto de las mujeres por tener un modo de vida superior a la de clase baja. Disponía algo de mayor cultura y tenía unas relaciones sociales diferentes. Emilia Pardo Bazán la describía como una mujer marcada por su conciencia de clase que deseaba alejarse del pueblo y acercarse a la clase alta imitando sus costumbres.
A principios del siglo XX, en zonas más desarrolladas y en ciudades grandes no era infrecuente la presencia de pequeños negocios regentados por mujeres que no se conformaban con la imposición de ser madre de familia y esposa ejemplar. “También de las clases medias, chicas jóvenes en su mayoría, que ya comenzaban a ejercer trabajos en el sector servicios. Y pronto competirían en profesiones consideradas masculinas porque requerían estudios universitarios”, indica la historiadora.
La “peste de Occidente”
Hasta entonces, la clase media femenina tuvo mala prensa. Hanna Arendt decía que era “la peste de Occidente” por su ideología conservadora, su actuación siempre timorata y su deseo de disfrutar de una vida burguesa. La activista de los años sesenta y setenta Betty Friedan criticaba su modo de abrazar “los confortables campos de concentración” sin buena comunicación con el exterior ni con las actividades políticas y sociales.
Nada tiene que ver con lo que se entiende por clase media femenina en el siglo XXI, compuesta mayoritariamente por mujeres activas laboralmente y con una presencia importante en ocupaciones cualificadas, aunque enfrenten desigualdades salariales y de promoción en torno al 14%. En su retrato actual ha influido el acceso a la educación superior, la especialización profesional y las mejores oportunidades laborales, su patrimonio y activos financieros.

Incluye a mujeres con sueldos que oscilan entre el 75% y el 200% de renta media nacional: profesionales, autónomas, pequeñas empresarias, empleadas administrativas y otras trabajadoras con estabilidad laboral y capacidad para cubrir sus necesidades básicas, acceder a servicios como la educación y la sanidad, y permitirse ciertos gastos de ocio y ahorro, aunque con poco tiempo y sin grandes lujos.
Sin embargo, persisten desigualdades significativas en cuanto a reparto de tareas de cuidado y carga familiar, lo que afecta su situación económica y social. Se trata de una clase media muy diversa, pero marcada por la doble carga laboral y doméstica, brecha salarial y menor acceso a empleos completamente cualificados y estables.
Es una mujer que cuida su salud física y mental, mayoritariamente progresista en derechos sociales, con cultura digital y, frente a épocas no muy lejanas, retrasa la maternidad muy por encima de los 31 años u opta por no tener hijos. La vivienda es uno de sus grandes desafíos.


