«Si se presenta Pedro Sánchez, mi voto será para él».
La frase no la ha dicho su madre, ni su asesor de comunicación. La ha dicho Jorge Javier Vázquez. Sin despeinarse, sin pestañear. Y no es que sorprenda: él siempre ha sido claro con su ideología. Lo que escuece es la frase en sí. La resignación mental que encierra. El “me da igual todo, mi voto ya está decidido”. Da igual si ha mentido. Da igual si ha manipulado. Da igual si ha pactado con aquellos con los que juró no pactar. Da igual si ha indultado, amnistiado o vaciado las arcas. Si se presenta, le voto. Y punto.
Y aquí está, probablemente, uno de los grandes cánceres de nuestra política: que la gente vota como quien elige un equipo de fútbol. Con pasión ciega. Con fe inamovible. Con la firme convicción de que, aunque jueguen fatal y estén en puestos de descenso, jamás se cambiarán de camiseta. Aunque el club sea un pozo de corrupción. Aunque el presidente del club te robe la cartera y te escupa en la cara. El color es el color. Y antes muerto que cambiarse de “bando”.
Lo llaman “lealtad ideológica”, pero en realidad es vagancia intelectual. Porque analizar, pensar, comparar, reconocer errores… eso cansa. Mucho más fácil repetir el eslogan, culpar a los de siempre y convencerse de que todo lo malo viene de fuera. El votante militante no se informa: se reafirma. No busca respuestas: busca excusas para seguir creyendo en lo suyo.
Nos hemos acostumbrado a votar por bloques. A votar por etiquetas. A no pensar. A tragarnos sapos porque “los otros son peores”. A justificar lo injustificable porque “mejor esto que aquello”. Y así es como acabamos perdonando mentiras, manipulaciones, delitos, ataques a las instituciones, pactos indecentes y golpes a la democracia. Todo con tal de no darle la razón al “otro bando”.
El político corrupto no sería nadie sin un votante obediente. Los partidos lo saben. Saben que da igual lo que hagan. Por eso ya no se esfuerzan. Por eso no dimite nadie. Por eso no tienen miedo. Porque saben que, para millones de personas, la ideología de partido pesa más que la dignidad o el sentido común. El político mediocre no teme a la oposición. Teme a un votante exigente. A uno que piensa. A uno que compara. A uno que dice “no me representas” aunque lleve años votándole.
Lo peor no es que Jorge Javier vote a Sánchez. Lo peor es que millones de personas piensan igual. Que te lo dicen con la cara muy seria: “sí, vale, ha hecho cosas mal, pero es que si no… viene la ultraderecha”. Y ya está. Ese es el nivel del análisis político en este país. Ese es el argumento estrella. Como si el objetivo fuera evitar que gane “el enemigo” en vez de exigir que gobierne el mejor.
España no necesita más partidos, ni más políticos. Necesita más sentido común. Más pensamiento crítico. Más gente capaz de decir: “yo soy de izquierdas, pero esto no lo puedo apoyar”. O “yo soy de derechas, pero esto me parece una vergüenza”. La democracia se muere cuando el ciudadano deja de ser exigente. Cuando ya no pide explicaciones. Cuando deja de castigar la corrupción y empieza a justificarla. Porque si tu ideología te impide ver que te están estafando, entonces no tienes ideología: tienes una venda en los ojos. Este país no cambiará mientras el votante medio se niegue a mirar más allá de sus colores.
Y mientras tanto, ahí lo tienes. Jorge Javier, defensor de gobiernos progresistas, feliz con su voto asegurado. Da igual lo que pase. Da igual cómo se gobierne. Da igual el precio. Él, como tantos otros, ya ha elegido. Aunque le estén vendiendo piedras como lentejas.



