España vive una fractura que ya no se mide solo en cifras económicas, sino en heridas sociales. El IX Informe FOESSA, elaborado por Cáritas y un equipo de 140 investigadores de 51 universidades, dibuja un país que ha perdido el equilibrio entre quienes avanzan y quienes simplemente tratan de sobrevivir. “No fallan las personas, falla el sistema”, resume el estudio. Y en ese sistema roto, son las mujeres —especialmente las madres solas y las migrantes— quienes cargan sobre sus espaldas el peso de la desigualdad.
El documento, presentado esta semana, constata una realidad devastadora: la exclusión severa alcanza ya a 4,3 millones de personas, un 52% más que antes de la crisis de 2007. La clase media se encoge, el empleo ha dejado de ser garantía de integración y la vivienda se ha convertido en el epicentro del malestar social. “Expulsa a uno de cada cuatro hogares de una vida digna”, advierte FOESSA. En España, el 45% de quienes viven de alquiler está en riesgo de pobreza o exclusión, la cifra más alta de toda la Unión Europea.
La pobreza tiene rostro de mujer
Las cifras son elocuentes: casi la mitad de los hogares en exclusión grave están encabezados por mujeres. En las familias monoparentales, la tasa de exclusión ha pasado del 12% en 2007 al 29% en 2024. La pobreza, antes transversal, ahora tiene rostro y género. “Las mujeres están sosteniendo la sociedad del cuidado con trabajos mal pagados, con jornadas imposibles y sin red de apoyo”, explicó Raúl Flores, secretario técnico de FOESSA, durante la presentación. No son solo las más vulnerables, sino también las más invisibles: trabajadoras domésticas, limpiadoras, cuidadoras sin contrato, muchas veces migrantes, que apenas figuran en las estadísticas oficiales.
En paralelo, la soledad extrema afecta al 16,6% de quienes viven en exclusión severa, cinco veces más que hace seis años. Y el debilitamiento de los vínculos comunitarios multiplica la desesperanza. “Vivimos en una sociedad del desasosiego”, insiste Flores. “La desigualdad ya no es una cuestión marginal, sino estructural”.

El informe señala que el empleo y la vivienda se han convertido en los principales motores de la exclusión. Tener trabajo ya no garantiza escapar de la pobreza: 11,5 millones de personas trabajan en condiciones precarias. El sistema educativo tampoco cumple su función protectora. No completar estudios superiores a la ESO multiplica por 2,7 el riesgo de caer en exclusión severa. El código postal pesa más que el esfuerzo.
Y en la frontera más silenciosa de la desigualdad, la salud mental marca una brecha creciente: el 12% de los más pobres sufre depresión o ansiedad, el doble que en el resto de la población. “Cuando el sistema público se atasca, la salud se convierte en un privilegio”, denuncia FOESSA.
Rina: “Trabajo por horas, pago 400 euros por una habitación y no me alcanza”
En el centro de reparto de alimentos de la Fundación Bocatas en Madrid, Rina espera su turno para recoger una cesta básica: pasta, arroz, lentejas, leche, galletas. Tiene 43 años, llegó hace un año desde Lima con su hija de 12 y vive en una habitación alquilada en Móstoles. “Pagué 400 euros más los servicios”, cuenta. “Es carísimo, pero menos de eso no se encuentra”. Se empadronó con ayuda de su hermano, porque sin ese documento su hija no habría podido matricularse en el colegio. “Aquí nada es fácil. Si no estás empadronada, no existes; pero para empadronarte te piden un alquiler, y para alquilar te piden nómina. Es un círculo”.

Rina trabaja limpiando casas “por horas”, una semana sí y otra no. “Lo que gano apenas alcanza para el alquiler y la comida. Vivo con mi hija en una habitación y compartimos piso con tres personas más. No hay intimidad. Pero peor sería no tener techo”. Llegó a Bocatas, una red solidaria de voluntarios, gracias a una amiga. “Aquí al menos te ayudan sin preguntar demasiado. Te dan comida y, sobre todo, compañía.”
Su relato encarna el diagnóstico del informe FOESSA: mujeres que trabajan, pero siguen siendo pobres; migrantes que sostienen el sistema de cuidados sin papeles ni derechos; madres solas que sobreviven en la cuerda floja del alquiler. “Mi hija me da fuerza”, dice Rina. “No tengo ayuda del padre. Él nos abandonó cuando vivíamos en Perú. Mejor así. Trabajo y saco adelante a mi hija como puedo”.
Alina: “Me pedían dinero por mis hijos. Vine huyendo del miedo”
Alina, también peruana, decidió emigrar cuando la violencia alcanzó su casa. “Empezaron a pedirme dinero. Me mandaban fotos de mis hijos, me amenazaban con ir a por ellos, hacerles daño. Yo ganaba 1.800 soles y me pedían 1.000. Era eso o arriesgarme a que un día no regresaran del colegio”. Vendió lo poco que tenía, pidió un préstamo y voló a España con sus dos hijos pequeños: están en 4º y 6º de Primaria.
Lleva un año aquí. Vive en Ocaña, en una habitación de alquiler que cuesta 650 euros: “Tengo dos trabajos y no llego, así no podemos vivir”. ¿Cómo vive una familia en una habitación? “Dormimos los tres juntos, en una litera. Yo los llevo al colegio por la mañana, trabajo a las cinco y los traigo conmigo porque no quiero dejarlos solos”. Alina limpia oficinas y casas. “Trabajo ocho horas y gano 20 euros, pero me dejan tenerlos conmigo. Eso vale más que el dinero”.

Sus hijos aún se adaptan. “Les cuesta el idioma, las bromas, cómo se habla aquí. Les dio tristeza al principio, pero ahora están más tranquilos. Pueden ir a comprar el pan sin miedo. Eso no tiene precio”. Alina encontró ayuda en Cáritas, pero como en todos sitios, te piden el padrón. En Bocatas, en cambio, acogen a todos. “Aquí no te juzgan. Te orientan, te explican los papeles, te dan comida. Antes me costaba gastarme 1,50 en un yogur… Ahora tengo la nevera llena”.
Su historia no es una excepción. Es la nueva cara de la exclusión: mujeres migrantes que cruzan océanos y burocracias para sostener la vida en condiciones imposibles. “No tenemos lujos, pero tenemos paz”, dice. “Y eso, en mi país, ya no se podía comprar”.
Un país en la encrucijada
El informe FOESSA habla de una “metacrisis social, ecológica y emocional”. Una sociedad agotada por el miedo, por la precariedad y por la sensación de que nadie escucha. España, señala el estudio, es uno de los países más desiguales de Europa y uno de los que más ha visto crecer su fractura interna.
Pero entre los márgenes se sigue tejiendo comunidad. Redes como Cáritas, Bocatas o cientos de asociaciones vecinales sostienen una solidaridad que el Estado no alcanza. Son los nuevos refugios de quienes quedaron fuera del contrato social. Cáritas reclama un “nuevo pacto social basado en la interdependencia, el cuidado mutuo y la justicia”. En palabras de Raúl Flores, “podemos seguir por el camino del individualismo o elegir otro rumbo: una sociedad del cuidado y del bien común”.
Mientras tanto, Rina sigue limpiando escaleras por horas y Alina se lleva a sus hijos al trabajo. Son, como tantas otras, las mujeres que sostienen el país invisible: las que limpian nuestras casas, cuidan a nuestros mayores y recogen los pedazos de una sociedad que se resquebraja. Las más empobrecidas. Las imprescindibles.


