Opinión

Barajas: almacén de desamparados

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Según el último censo de Cáritas, 421 mendigos se alojan en la T4 de Barajas. La primera planta de la terminal, emparedada por la de llegadas, abajo, y la de salidas, arriba, se ha convertido en un almacén de desamparados, en un desguace de parias. El DRAE no recoge el término sintecho –sí, en cambio, sinhogarismo–, que es el sinónimo amigable y edulcorado de indigente, miserable, mendigo, pordiosero, bichicome, bochacay –en caló– y, sobre todo, pobre. Una palabra que da dentera moral. Porque es más fácil animalizar o, si lo prefieren, cosificar a los pobres: del Homo sapiens a la Res pauper. Nos hemos acostumbrado a invisibilizarlos, a considerarlos parte del mobiliario urbano, como si fueran cubos de basura con patas. Hacemos como que no existen, nos dan asco o, incluso, pavor: la filósofa Adela Cortina dio a luz el vocablo aporofobia, o sea, el rechazo, la aversión y el miedo a quienes no tienen donde caerse muertos.

Terminal del aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas.
EFE/Fernando Villar

Es harto complicado escribir sobre vagabundos sin patinar en el resbaladizo suelo de la demagogia. El menda no está libre de pecado. Evidentemente, las instituciones están para algo, pero, en las escasísimas ocasiones en las que reflexiono sobre el asunto, yendo a lo micro, a lo personal, las costuras se me ven excesivas e impúdicas. De allá para cuando le doy una moneda a algún mendicante del metro, el último voluntariado –el único– lo hice hace cosa de una década ni tampoco me he atrevido a auscultar, como escribiera Baudelaire, “una de esas miradas inolvidables que derribarían tronos si el espíritu moviese la materia y si los ojos de un magnetizador hiciesen madurar las uvas”.

La Secta del Perro reivindicaba la pobreza voluntaria como un medio para alcanzar la virtud y la libertad. Es harto conocido el encuentro de Alejandro Magno y Diógenes de Sinope en Corinto. A la pregunta del joven macedonio: “¿Qué quieres de mí?”, respondió el gran cínico, sentado junto a su tinaja, sin aspavientos: “Que te apartes un poco y no me quites el Sol”. Los indigentes de Barajas pasan del astro rey. El capellán del aeropuerto, Pablo Seco, describió en Abc lo que estas personas buscan y hallan en la T4: “Tienen instalaciones limpias, calientes en invierno y frescas en verano, por eso vienen aquí. Para ellas es un lugar seguro, donde pueden estar sin miedo, no como en la calle, donde les pueden agredir”.

Para quien no es un lugar seguro es para los trabajadores, quienes han mostrado en redes y medios la rúbrica de la chinche y de la garrapata en sus extremidades, quienes encuentran jeringuillas y sangre en los baños, quienes acuden con miedo al laburo porque algunos vagabundos son agresivos –han conseguido que les permitan ir en pareja y escoltados por guardias privados en el turno de noche, y reclaman que la medida de trabajar acompañados se extienda a las 24 horas–, quienes, incluso, han sufrido agresiones: uno acabó con el labio y la nariz rotos tras ser apaleado por dos sintecho.

Aena y el Ayuntamiento de Madrid se pasan la pelota de la responsabilidad y nada resuelven. Mientras tanto, la T4 sigue llenándose de personas que duermen en cartones, en colchones de 1,35 o incluso envueltas en papel higiénico. Para ellos, “España no va como un cañón”.