El caos en el aeropuerto Adolfo Suárez es insostenible. Ni Aena ni las administraciones consiguen dar salida a la situación de los casi 500 indigentes que viven desde hace tiempo en las instalaciones de la T4 en una especie de “ciudad sin ley”. Después de que los trabajadores denunciasen problemas de insalubridad e inseguridad -peleas, robos y reyertas-, Aena ha tomado algunas medidas que tampoco han aliviado demasiado la tensión.
Por una parte, se ha procedido a la desinfección del pasillo, el mobiliario y las cintas de facturación para la erradicación de chinches, garrapatas y cucarachas que estaban provocando problemas de salud. Durante estas tareas de limpieza y desinfección, se ha derivado a la entreplanta de la T4 a estas personas, donde permanecen concentradas. Por otra parte, Aena no está permitiendo el acceso a la terminal si no se tiene billete de avión y tampoco el paso a las ONG que repartían comida a estas personas, de manera que los voluntarios no pueden ejercer su labor.
En esta “ciudad sin ley”, las mujeres sin hogar se llevan la peor parte. Contamos con el testimonio de Ángel Custodio, autor de Salir a la calle, que ha visitado como voluntario al colectivo, lo que le ha permitido vivir en directo los problemas que derivan del hacinamiento. “Con la reubicación, hay un grupo numeroso durmiendo en el suelo y en fila en un habitáculo. Hay problemas de convivencia y violencia. Las agresiones sexuales son el pan de cada día y las mujeres sufren una vulnerabilidad extrema. Para ellas, el mal menor es buscar la protección de un solo violador antes que ser violadas por muchos”.

Ángel, que supo también lo que es quedarse sin un techo cuando, con 43 años, perdió pareja, casa, trabajo y ahorros, asegura que el 100% de las mujeres en estas condiciones sufren violencia sexual. “Por eso, me duele doblemente la insensibilidad del ser humano que pasa por delante sin que se le ablande el corazón y sin reparar en su estado o el motivo de su exclusión. Pernoctar en el aeropuerto significa para ellas exponerse a infecciones, depresión, absoluta falta de esperanza y abandono. Todas son presionadas para mantener relaciones sexuales. Una vez que son violadas, prefieren la prostitución. Pero una prostitución en condiciones miserables con alcohólicos, drogadictos y degenerados”, explica.
El sinhogarismo afecta mayoritariamente a los hombres. Las mujeres son, en su mayoría, jóvenes, entre 35 y 45 años, que se quedan en la calle después de un revés vital dramático, como un mal divorcio, un episodio de maltrato, drogadicción u otras adicciones que les llevaron a una pobreza extrema. “También hay mujeres en torno a los 60 y 70 años que empezaron por estas mismas circunstancias hace dos o tres décadas y se han enquistado en la indigencia. Es el caso de Bernardita, una septuagenaria de metro y medio de estatura, con problemas óseos y de salud mental. A pesar de que tiene un hijo y se le han ofrecido soluciones, su estado mental le impide querer otra forma de vida”.

Con Bernardita, Ángel pone nombre, rostro y ternura a la cara invisible de la indigencia que tanto caos está provocando en el aeropuerto. Detrás de cada indigente hay una historia dramática que debería ser contada y solucionada por parte de las administraciones. “Pero prefieren quedar ocultas en el ámbito privado porque provienen de situaciones de abuso y violencia de género o tienen familias a las que no quieren avergonzar”, matiza el voluntario.
Cuanto más reflexiona sobre ello, más lamenta que la sociedad falle hasta este punto, que no existan las redes de apoyo de amigos, familiares o sociales. Los estudios indican que el 42% de las mujeres que duermen en la calle han sufrido maltrato, mientras que un 28% han sufrido abusos sexuales. Asimismo, la proporción de mujeres que viven en la calle y que han sufrido situaciones de violencia por parte de sus parejas es elevada en todos los países de los que tenemos datos. Cualquier análisis de la exclusión residencial exige una perspectiva de género para entender las casuísticas, visibilizarlas y diseñar medidas dirigidas a esta parte oculta de la población. Nadie se queda sin hogar de la noche a la mañana.